viernes, 29 de noviembre de 2013

UN MUNDO DE CATATREPAS. Miriam Roig Heredia. Exposición de dibujo

EXPOSICIÓN DEL 1 AL 31 DE DICIEMBRE

PRESENTACIÓN 13 DE DICIEMBRE A LAS 18 HORAS


La comunicación a través del dibujo.
El dibujo es un mecanismo de comunicación de primer orden. Como en cualquier lenguaje, desempeña diferentes funciones, desde aquella cuyo cometido es identificar un objeto o una imagen mental, hasta la que permite transmitir intenciones, estados de ánimo y sentimientos.
Por estas virtudes, se ha utilizado el dibujo como canal más sencillo y directo para transmitir una serie de ideas. Los dibujos están realizados a bolígrafo utilizando la técnica pictórica del grafismo. Los grafismos son aquellas líneas que mantienen el mismo grosor en toda su expresión. Gracias al control de este recurso se han conseguido crear los volúmenes y los claros-oscuros de los dibujos, que no son más que un juego de luces y sombras que modelan las figuras de la composición, fingiendo la tridimensionalidad que le falta al soporte plano y que a su vez enriquecen la gama acromática de las obras. Las técnicas que se muestran en estos dibujos, son unas aprendidas y otras intuidas, pero ambas poseen un mismo objetivo, plasmar sucesos y problemáticas sociales, desde un prisma subjetivo.



Temática de la exposición.
Mi exposición, Un mundo de catatrepas, ilustra, los principales problemas y preocupaciones de la sociedad actual como entre otros, el paro o los desahucios, desde un posicionamiento reivindicativo y crítico. Esto se ha llevado a cabo a través de metáforas visuales, que se podrían situar a medio camino entre el surrealismo y el realismo mágico. Y con esta personal  combinación de estilos, se ha conseguido obras que están cargadas de originalidad e interrogantes. Ya que las figuras y componentes que forman las composiciones; elementos humanos y vegetales u objetos y formas inorgánicos, se confunden sinuosamente intercambiando y compartiendo roles, alcanzando un resultado general enigmático.

Miriam Roig Heredia


jueves, 28 de noviembre de 2013

Zoe Valdés y Dora Maar


Muy ameno fue el encuentro de  Zoé Valdés con los clubes de lectura de la Red de Bibliotecas Municipales, en torno a su libro “La mujer que llora” que obtuvo el  Premio Azorin 2013.
La novela trata de la vida de Dora Maar, artista surrealista, y una de las llamadas “mujeres de Picasso”. Dora convive con Picasso durante diez años turbulentos, plasmados en multitud de retratos en los que, a partir de un momento dado, aparece llorando, y que progresivamente  va pareciéndose a un monstruo llorón.  Al final de esta  relación Dora se aísla en su apartamento y en su religión (“... después de Picasso, Dios”).
La autora en su libro plantea una trama ficticia, que consiste en descubrir el por qué del aislamiento, que se produjo concretamente tras un viaje a Venecia con  James Lord y Bernard Minoret, ambos estrechamente ligados al entorno de la pareja. Sin embargo la impresión general es que esta trama es una excusa, ya que la obra va por otros derroteros.
Zoé, como mujer escritora contemporánea, busca el personaje femenino, y construye en sus historias un  modelo de mujer propio. Esta es la coincidencia esencial entre otros de sus libros anteriores (véase La nada cotidiana) con esta obra, aunque echamos en falta el halo poético de aquellos frente al tono más prosaico de esta, quizás invadida por las referencias históricas.
Algunos nos imaginábamos a Zoé vestida de su personaje y que, llorona como tal, nos iba a regalar una sesión plagada de “letanías”, término que ella repite refiriéndose a una forma de expresarse más pasional que racional, y que tiene que ver con el título de la novela. Teníamos una idea errónea sobre la autora, motivada quizás por alguna alusión en su relato que nos predisponía a ello (“mis lágrimas las he convertido en palabras escritas”), por su condición de exiliada y su militancia opositora al régimen cubano, y por algunas de sus intervenciones en medios de comunicación y redes sociales.
El encuentro modificó mi imagen sobre la escritora pero confirmó mi sospecha sobre la obra. La autora ha reconstruido al personaje histórico femenino y no podemos calibrar su equivalencia con el real. Sin aparente deformación exagerada la ha mimetizado a su modelo propio de mujer. Zoé, cuyas novelas siempre parecen reflejar algo autobiográfico, repite el esquema una vez más. 
Pensando en esta ligazón, se me ha venido a la cabeza aquel otro diálogo literario entre autor y personaje que concluye de la siguiente forma:
- “No será, mi querido don Miguel que sea usted, y no yo, el ente de ficción... No será que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo”.
Es la protesta de Augusto, el personaje de Niebla, cuando al final de la novela se encuentra con su autor, Unamuno, y este le revela que no es real, sino producto de su fantasía.
En “La mujer que llora”, más que encuentro hay pura simbiosis entre la autora y su personaje. Dice Zoé que “me conmueven las mujeres que se aíslan”, e incluye dentro de la propia narración el proceso de documentarse para descubrir la razón acudiendo a paisajes y personajes. Pero desde mi punto de vista pasa muy por encima sobre un dato crucial que yo creería explicativo del desenlace, como es el más o menos significativo grado de locura de la protagonista.
Ante la ausencia de más datos objetivos tras la clausura, Zoé tiene campo abierto para reinventar a su heroína, hacerla su amiga, concebir una complicidad casi adolescente entre ambas, idear un vínculo emocional y urdir un encuentro solidario trascendiendo todas las dimensiones.
En esto consiste la literatura y por eso nos atrae.
Pepe de la Torre

domingo, 10 de noviembre de 2013

FURIA, DE FRITZ LANG.

La carrera del Fritz Lang - uno de los directores de cine que cuentan en su haber con más obras maestras - puede dividirse en dos etapas muy bien diferenciadas: su etapa de cine de mudo, que realizó en Alemania bajo la influencia del Movimiento Expresionista, cuyo punto culminante fue Metrópolis (1927) (la primera película en ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), una especie de prefiguración del destino de la sociedad alemana si llegara a triunfar el totalitarismo en el país. Una de las anecdótas más curiosas de esta etapa se refiere a su película La mujer en la Luna (1929). Lang asegura que él fue el inventor de la cuenta atrás, esa secuencia de lanzamiento que fue adoptada universalmente cuando llegó la era espacial. A él simplemente se le ocurrió porque contar hacia atrás haría mucho más apasionante la secuencia del lanzamiento del cohete.

Hay algo paradójico en la obra de Fritz Lang. De ascendencia judía por parte de madre, fue uno de los directores más innovadores durante la etapa de la República de Weimar. Llegados los nazis al poder en 1933, estos prohibieron su película El testamento del doctor Mabuse, dado que su protagonista, un ser maligno que planificaba grandes golpes criminales en la sombra, podía confundir a la población alemana y socavar la confianza en sus líderes. No obstante, siendo Hitler un gran admirador de la obra de Lang (más de una madrugada dedicó el líder nazi al visionado de Los Nibelungos), Goebbels le ofreció la dirección de la UFA, para que se encargara de que se realizaran obras que enaltecieran la nueva Alemania. Esa misma tarde, Lang tomó un tren hacia Francia y posteriormente recaló en Estados Unidos, donde iniciaría la segunda etapa de su obra cinematográfica con Furia (1936).

Furia es hija de la obsesión del director con los totalitarismos, con esas ideologías de masas que anulan la voluntad del individuo y la ponen al servicio de un fin superior. Lang no solo había profetizado la llegada del nazismo a través de su obra cinematográfica, sino que había vivido en sus propias carnes la locura de la Primera Guerra Mundial (fue herido varias veces como soldado del ejército austrohúngaro) provocada por la locura extrema de los nacionalismos. Cuando las masas se someten a un poder superior y dejan de pensar por sí mismas, las pasiones vencen a la razón y cualquier locura colectiva es posible. En 1960 Elias Canetti publicó Masa y poder, un famoso ensayo en el que analizaba este fenómeno, concluyendo algunas características del fenómeno: que la masa siempre quiere crecer, admitiendo nuevos miembros dispuestas a seguir ciegamente sus objetivos, que en el interior de la masa reina una igualdad aparente (el mismo líder siempre se declara el primero entre iguales) y que quien no comulga con la masa sufrirá una exclusión social en diversos grados. El mismo Fritz Lang reflexionaba sobre este asunto en el magnífico libro-entrevista de Peter Bogdanovich, Fritz Lang en América:  

"Las masas pierden consciencia cuando están juntas, se convierten en turbas y ya no tienen consciencia personal. Cosas que ocurren durante un tumulto son la expresión de un sentimiento de masa, no son ya el sentimiento de individuos."

El héroe de Furia, como corresponde a una producción estadounidense, es un hombre corriente (Spencer Tracy), un ciudadano que intenta salir adelante honradamente con el objetivo de fundar una familia. Para ello elige la vía emprendedora y comienza a realizar su particular sueño americano inaugurando una gasolinera junto a sus hermanos. Todo parece ir bien, no hay obstáculos en la felicidad de Joe Wilson, pero el destino va a cruzarse en su camino cuando es confundido con un secuestrador y confinado en la comisaría de un pequeño pueblo. Poco a poco la noticia se va difundiendo entre los habitantes del lugar y, como suele suceder en estos casos, todo se tergiversa y el mero sospechoso se convierte en culpable de horribles crímenes. La justicia popular, que sustituye a la lentísima y corrupta justicia oficial tiene carta blanca para actuar. Wilson observa desde su celda como se va reuniendo cada vez más gente alrededor de la comisaría y los ánimos se exaltan hasta el punto de iniciarse un asalto masivo al edificio que termina en el incendio del mismo. Entonces se produce uno de esos milagros con los que de vez en cuando nos regala el cine: Lang homenajea su propia etapa expresionista y coloca los sentimientos de los personajes ante la cámara en una escena de una fuerza inusitada cuyo punto álgido son las imágenes del prisionero observando horrorizado cómo las llamas se extienden a su alrededor.

Después Furia se transforma en otra película, en la historia de una venganza propiciada por un personaje roto, que reniega de los valores que hasta entonces habían condicionado su existencia, utilizando para ello la misma máquinaria de la justicia en la que había creído antes de perder su inocencia de ciudadano integrado. Aquí el mensaje se complica magistralmente y Lang cuestiona contínuamente al espectador. ¿Es lícita la actitud del protagonista? ¿existe la misma responsabilidad en los que actúan dentro de una masa que en la actuación individual? ¿hubiera sido distinta la reacción del espectador ante los hechos si el protagonista hubiera sido, por ejemplo, un violador de niños? ¿sabríamos conservar nuestra individualidad en una situación parecida? Muchas de las preguntas son incómodas y aún más lo son las respuestas. No es lo mismo contemplar una escena desde la comodidad de una butaca que vivirla en la realidad, estar implicado en la misma. Una de las emociones más manipulables es el llamado sentido de justicia, que hace que la masa se sienta que es mucho más rápido y económico linchar a un individuo al que se supone culpable que probar dicha culpabilidad en un costoso y largo juicio. Visto todo esto, reflexionen acerca del espectáculo con el que nos obsequian las televisiones cada vez que surge un caso especialmente morboso, como el asesinato de una adolescente. La prensa y su sed de fabricar noticias sensacionalistas, también está presente en el film de Lang, así como la corrupción de los políticos. Pero sobre este tema en concreto hablaremos más profundamente cuando programemos otra obra maestra del cine norteamericano: El gran carnaval, de Billy Wilder.