sábado, 27 de junio de 2015

DIENTES BLANCOS, DE ZADIE SMITH.

Desde hace décadas, Londres es un ejemplo de convivencia de muchas culturas, lo cual no siempre es sinónimo de armonía entre todas ellas, ya que a veces viven segregadas en sus propias zonas, que son como una pequeñas muestras de sus propios países. Es el tributo que la ciudad tiene que pagar por haber sido capital de uno de los imperios más extensos de la historia, que abarcaba media África, la India, Australia, Canadá y numerosas islas en todos los mares del mundo.

Si hubiera que definir con una sola palabra a Dientes blancos, podríamos decir que se trata de una novela multiétnica. Sus personajes reflejan la riqueza cultural de la capital británica y los problemas de integración de muchos de sus componentes, cuya existencia oscila entre el respeto de la propia tradición y costumbres religiosas y la asimilación a la metropóli (fenómeno que se da más bien en las generaciones más jóvenes), provocando conflictos entre padres e hijos. Es la visión del mundo de la joven (publicó esta novela con veinticinco años) y observadora Zadie Smith, tal y como lo expresa en una entrevista publicada en El Cultural:

"No es que me guste mezclar razas, sólo intento expresar el mundo tal y cómo lo veo. No sé lo que ocurre en España pero aquí cada vez que coges el autobús o el metro, cada vez que andas por la calle, todo es mezcla. Sólo procuro representar el mundo tal y como se me aparece. No creo estar haciendo nada original. Así es el mundo en la mayoría de los lugares. Para mí es muy extraño leer libros y constatar que todos los personajes son blancos. Por la simple razón de que no conozco muchos sitios así. No sé dónde vive esta gente. En cuanto uno sube a un avión, se da cuenta de que el mundo no tiene nada que ver con este tipo de novelas. No estoy haciendo ningún esfuerzo sino representar el mundo tal y como yo lo veo. Y, honestamente, mi representación es bastante más simple que la realidad. En cuanto uno pregunta a alguien de dónde es, resulta que ninguno de sus abuelos es del mismo país, que la sangre está mezclada desde hace tres siglos. Así es Europa. 

(...)Sólo pretendo mostrar las diferencias que existen entre un individuo y otro. Cuando uno lee una novela nadie piensa “oh, mira, que diferente es este blanco de este otro blanco”. Hay algo en mí que reivindica que la gente negra existe de la misma manera que usted existe o que yo existo.¡Son personas! Lo que intento hacer al escribir es introducir en la novela hombres de otras razas como seres humanos. No como símbolos. No como argumentos. No como parte de un artículo sobre la raza negra. Sólo como personas. Sólo seres humanos que están en el mundo."

Reconociendo el indudable mérito que supone para una escritora tan joven construir una novela tan compleja, sí que hay que señalar que Dientes blancos adolece de algunas deficiencias, la principal de las cuales es su extensión. Se trata de una narración con demasiados personajes, descritos con pinceladas muy precisas y efectivas, pero sin la profundidad suficiente como para empatizar con ellos como lector. Además todos ellos intentan ser graciosos y caricaturescos, en un intento de que la novela no se convierta jamás en un melodrama, sino en una lectura lúdica y divertida. Otro de los problemas es que Smith trata demasiados asuntos, todos ellos de gran calado: la inmigración, el colonialismo, la Segunda Guerra Mundial, las relaciones paterno-filiales, los límites de la investigación científica... y también el islamismo radical, descrito con demasiada tibieza, más como un grupo de gente excéntrica, que como la amenaza que percibimos hoy. Claro que la novela está escrita antes del 11 de septiembre. Es muy posible que si llega a publicarse después, la visión de los islamistas hubiera cambiado. 

En suma, una novela bien escrita, divertida a ratos, multitemática, pero también demasiado ambiciosa, cuya lectura debe realizarse con la mayor continuidad posible, para no perder el hilo de tantas situaciones (incluyendo episodios del pasado) y personajes. Lo mejor: un final donde confluyen todos los protagonistas y reconcilia un poco al lector con el esfuerzo que ha tenido que realizar para llegar hasta ahí, porque aprecia en toda su complejidad la lógica interna de la narración.  

miércoles, 24 de junio de 2015

LA ÚLTIMA ESTACIÓN.

A principios del siglo pasado hacía ya tiempo que León Tolstói era poco menos que el santo patrón de Rusia, el orgullo nacional de aquel país, el escritor más leído y el más conocido fuera de sus fronteras. Además, como los santos auténticos, Tolstói quiso hacer de su existencia un reflejo de sus inquietudes filosóficas, por lo que fundó en su finca de Yásnaia Poliana una especie de paraíso utópico en el que se aplicaban los principios del movimiento tolstoyano, que comprendía la educación y el trabajo digno de los campesinos. Se trató de un movimiento tan popular como efímero, que prácticamente desapareció con la figura de su creador, seguramente porque la Historia, con la Revolución y la instauración del comunismo, lo dejó atrás, como objeto de curiosidad de los historiadores, pero sin apenas trascendencia práctica.

La película de Michael Hoffman, realizada para conmemorar el centenario de la muerte del autor de Guerra y Paz, recoge la crónica de los últimos días del escritor, unas jornadas al parecer muy agitadas, debido al permanente conflicto que mantenía con su mujer (una espléndida Helen Mirrer), que secunda a un Christopher Plummer perfectamente caracterizado como León Tolstói. Dicho conflicto tenía que ver con la cuantiosa herencia de un escritor que había vendido millones de ejemplares de sus obras. Sofía, que llevaba casada cuatro décadas con él, pretendía que la totalidad de los bienes pasaran a ella y a sus hijos. Tolstói tenía una perspectiva diferente, consecuente con sus ideas filosóficas y pretendía que una parte importante de la herencia pasara al pueblo ruso. Para presionar en este último sentido, la presencia permanente de Vladimir Chertkov, editor de la obra de Tolstói y devoto tolstoyano, era un constante insulto para Sofía, que lo veía como una especie de ladrón de lo que le pertenecía por derecho. 

Lo mejor de La última estación es la química entre los dos protagonistas, ese matrimonio cuya relación de amor-odio llena la pantalla, mientras otros personajes como Valentín Bulgakov, el joven secretario personal del escritor, intentan mediar para que la ruptura entre ambos no sea completa. Todo esto derivó en la fuga de un Tolstói ya enfermo, que acabó falleciendo en una estación ferroviaria cercana a Yásnaia Poliana, mientras periodistas de medios de toda Rusia retransmitían a sus periódicos, prácticamente en directo, detalles de la agonía de la gran gloria nacional. Todo este ambiente de pérdida irreparable está perfectamente reflejado en la realización de Hoffman, una película concebida sobre todo para el lucimiento de su elenco protagonista y que acierta en su pretensión de acercar la figura del gran escritor ruso al gran público.