domingo, 27 de agosto de 2017

NO SOY UN MONSTRUO, de Carme Chaparro

CRÍTICA LITERARIA: NO SOY UN MONSTRUO (CARME CHAPARRO)
María Victoria Puche Sánchez                                                                                     Antes de llegar a mis manos la primera novela de la conocida periodista Carme Chaparro, sabía que venía avalada por el Premio Primavera 2017 y que se había convertido en uno de los libros más vendidos del año, pero no pensaba que la historia y la evolución de la trama me iban a impactar tanto.

El argumento de No soy un monstruo es el secuestro de un niño en un centro comercial abarrotado de gente y a plena luz del día, un hecho que se convierte en el eje principal de la novela, ya que este pequeño llamado Kike va a ser el centro de atención, no sólo de los informativos y programas de televisión, sino también de la policía, porque hace dos años en esos mismos grandes almacenes, desapareció otro niño de la misma edad de Kike y físicamente muy parecido a él.

Se nota que la autora es periodista, ya que según su propio testimonio, cada capítulo empieza y termina como si de un reportaje de                                                               sucesos se tratase. 

El inicio de la novela es muy inquietante y a lo largo de los capítulos, que son cortos y están encabezados por el nombre del personaje del que va a tratar, vamos conociendo cuestiones que se quedaron sin resolver hace dos años, como fue el secuestro de Nicolás, un niño de la misma edad que Kike y cuyo caso no resuelto ha quedado en el olvido, hasta que este nuevo secuestro lo ha vuelto a traer a las portadas de los informativos.

La autora hace una descripción muy exhaustiva de los personajes principales de la historia: la inspectora jefe de policía Ana Arén y la periodista Inés Grau, ambas amigas y con un hecho del pasado que vuelve a la memoria de las dos: el secuestro sin resolver del pequeño Nicolás, y la lucha contrarreloj para que la historia no se repita de nuevo con el secuestro de Kike.

Estas son algunas de las pinceladas de esta intrigante novela, con capítulos cortos, un ritmo trepidante, llena de giros en la investigación, en los que algunos personajes parecen sospechosos y después no lo son, y que sobre todo a la mediación de ella hará que no puedas parar de leerla hasta su final; un final que resulta completamente inesperado a la vez que sorprendente, ya que te das cuenta de que todas las piezas del puzzle de la trama encajan a la perfección.







jueves, 17 de agosto de 2017

Leonora, de Elena Poniatowska

Leonora  (Elena Poniatowska)
 Por Susana de Pablo Inurria

Leonora Carrington nace en una familia de la alta sociedad inglesa, en 1917. La estricta educación que su padre quería imponerle contrasta con los cuidados y caprichos que por el contrario le ofrecen su madre y su nanny, unidos a las narraciones de origen irlandés y celta que le cuenta ésta, que estimulan mucho su gran imaginación.
Su indómita personalidad desde muy joven la hace peregrinar por varios colegios, destinados a reconducir su carácter inapropiado para su condición y clase social, por decisión de sus padres. Varios viajes por Italia y Francia con su madre parecen cambiar un poco la opinión de ésta con respecto a la insistencia de estudiar pintura, de Leonora. Por fin después de su puesta de largo en sociedad, logra que su padre le permita estudiar en Londres con Amédêe Ozenfant.
Allí conoce a quien le marcaría decisivamente en su vida profesional y personal Max Esrnst y con él desarrolla el estilo que la definirá en el futuro, el surrealismo. Comienzan una vida en común llena de altibajos sentimentales y éxitos profesionales, y a la vez se integra perfectamente en el grupo que frecuenta Max. Todo el movimiento surrealista tanto literario como de pintura y escultura se pone a sus pies. Conoce también a Bretón, Paul Eluard, Dalí, Picasso, etc.

Transcurren los años 37/38 con la guerra de por medio. Ellos viven ajenos pero con unos ideales nada partidarios al conflicto. Cuando deciden vivir en Francia en uno de sus mejores momentos detienen a Max por motivos políticos. A pesar de sus fallidos intentos por buscar ayuda para Max entre sus amigos y conocidos no logra nada y cae en una fuerte depresión entrando entonces, en la peor de sus etapas. Una pareja de amigos la rescata de su casa en St. Martin d`Ardéche abandonada y medio desnutrida. La convencen de que en Madrid quizá este más tranquila y emprenden viaje, pero por el contrario se agudiza más su demencia.

Se aloja en el hotel Ritz cuando el embajador es informado de su estado. El personal del hotel se pone en contacto con su padre, se le atiende profesionalmente pero ella no parece mejorar, lo que lleva al padre a decidir ingresarla en un psiquiátrico en Santander regentado por los doctores Morales. Padre e hijo le empiezan a someter a un brutal tratamiento llamado Cardiazol el cual le provoca terribles efectos y más alucinaciones, si cabe.

Durante esta estancia recibe la visita de su nanny. Pero la unión con Max, la guerra y la enfermedad hacen que Leonora ya no tenga los mismos sentimientos por su pasado y sus recuerdos infantiles. Todo la lleva a la rigidez de su padre al que odia y piensa que es el culpable, en parte, de su estado actual. Por tanto no quiere ver a su nanny  y procura hacerla sentirse todo lo incomoda que puede mientras esté allí.

Llega el año 1940 los doctores deciden que puede regresar a Madrid de la mano de la cuidadora Frau Asegurado.  Al poco de llegar se encuentra con un conocido, Renato Leduc, que trabaja en la embajada de México, que la ayuda a recuperarse y comienza una relación. Mientras tanto ella se dedica a una de sus pasiones obsesivas, caminar, y en uno de sus largos paseos casualmente se encuentra a Max. El reencuentro es sorprendente para los dos que se atropellan queriendo explicarse mutuamente sus vivencias desde que se separaron. La vuelta al pasado hace tambalearse la relación con Renato, pero al fin Leonora decide que quiere probar una nueva vida y no volver a ser la eterna “aprendiz” de Max Ernst.

Viajan a Nueva York y siguen las relaciones ambiguas con Max y todo el grupo de surrealistas. A Renato le contraría todo aquello, le divierte pero no lo vive como ella y le reclama más atención. Por otro lado Leonora entra en fase muy creativa, rememora su etapa del manicomio pero esto no le impide pintar y escribir. Renato se distancia y ella lo añora. De nuevo cede y la convence de vivir en México y viajan allí para quedarse.

La vida en este país tan distinto a lo que ella estaba acostumbrada en Europa no es fácil. Aunque él es atento y complaciente con Leonora, ella no termina de adaptarse al circulo de amigos de Renato, no entiende el idioma ni la cultura, se encuentra en dique seco creativo y su relación sentimental es precaria, pero aún así siguen unidos. Él la lleva a fiestas y reuniones con Diego Rivera y Frida Kalo  yl piensa que debe conocer la cultura de su país, pero Leonora se horroriza con algunas costumbres, como la fiesta taurina.

Un día se encuentra con Remedios Varo una vieja conocida y desde entonces hacen una amistad inseparable. Ésta la introduce en su ambiente de nuevo con artistas de su cuerda, le presenta a Kati Herna, también amiga de Remedios y hacen piña. Son cómplices y confidentes de sus diferentes vidas e inquietudes artísticas. De nuevo pinta y escribe como posesa, aprende a coser y elabora muñecas que regala o adopta casi como fetiches. En 1943 la convencen sus amigas de que escriba su experiencia en el psiquiátrico y aunque le resulta especialmente duro escribe Memorias de Abajo.

 Como las cosas van de mal en peor con su marido Renato, en una reunión conoce a un fotógrafo, Chiki,  amigo de Robert Capa. Él le cuenta su vida y ella se apasiona, le gustan las historias que le relata de su tierra y ella hace lo propio. Después de la ruptura con Renato se va a vivir con Chiki. Quizá aquí es donde comienza su mejor época. Tiene dos hijos vive relativamente feliz y llega a tener una cierta estabilidad profesional y emocional. Su madre va a visitarla tras muchos años sin verse, y se asombra de lo bien que parece estar.




Van pasando los años, descubre México de otra forma por medio de Ignacio Bernal, el director de el Museo de Arte Antropológico y le propone pintar murales con la inspiración de esta cultura. Viaja a casa de otra conocida, Gertrude Duby en San Cristóbal, ya allí investiga al pueblo maya para su próximo proyecto. Ya en 1985 con el terremoto debe abandonar su casa de México. A partir de entonces alterna su vida entre México y Nueva York, donde expone y reside su hijo Pablo.