jueves, 25 de septiembre de 2014

INTELIGENCIA ARTIFICIAL, DE STEVEN SPIELBERG.


La historia de cómo llegó a filmarse Inteligencia artificial abarca dos décadas y es casi tan interesante como la misma trama de la película. Fue Stanley Kubrick el que compró los derechos del cuento de Brian Aldiss Los superjuguetes duran todo el verano, después de haberlo leído y haber intuido sus posibilidades cinematográficas. El escritor fue contratado por el propio Kubrick para escribir el guión de la futura adaptación, trabajo que desempeñó durante algunos años, a las órdenes de un jefe al que él mismo definió como un hombre "genial y exigente". Tan exigente que jamás estaría de acuerdo con ninguna de las versiones del guión que le pasó Aldiss. Su idea era combinar la esencia del relato con un cuento de hadas: Pinocho. El director de La chaqueta metálica quería que al final el protagonista, David, quedara convertido en un ser humano.

A la muerte de Kubrick, los derechos de algunos de sus trabajos pasaron a Steven Spielberg, que se interesó de inmediato por la historia del niño-robot. Y lo hizo prácticamente partiendo de cero, valorando el trabajo previo de Kubrick, pero adaptándola a su forma de entender el cine, consiguiendo finalmente una de sus obras más personales. El relato de Aldiss, la fuente de inspiración primigenia, es muy corto, de estructura bastante sencilla, pero de implicaciones bastante más profundas. Es la historia de un robot que cree ser un niño, de la extrañeza de su existencia y de sus complicadas relaciones con su dueña-madre, cuyo punto de vista usa el autor en algunos pasajes:   

"¿Por qué no subía las escaleras, sencillamente, y estrechaba a David entre sus brazos y hablaba con él como haría cualquier madre cariñosa con su hijo querido? Escuchó el silencio opresivo que reinaba en la casa, un silencio que surgía de cada estancia con un matiz diferente. En el piso de arriba, algo se estaba moviendo muy quedamente; era David, sin duda, intentando esconderse de ella..."

Como es evidente, la idea-germen de Aldiss necesitaba ser desarrollada. David es presentado como un producto del que una empresa quiere sacar dinero. Un electrodoméstico de aspecto humano (infantil) que va a cubrir una necesidad humana: el amor maternal en un mundo en el que la natalidad está estrictamente controlada. Si bien al principio David va a cumplir su papel a la perfección, el conflicto surgirá con la recuperación del auténtico hijo de la pareja que lo adoptó, que estaba en coma. De pronto, el robot con apariencia humana estorba, porque el entorno ha cambiado y ya no es útil. Hay que devolver el producto al fabricante. Antonio José Navarro lo expresa así en el especial dedicado a Steven Spielberg de la revista Dirigido por de Marzo de 2014: 

"Crónica casi onírica sobre la brutalidad humana, la insensibilidad y la codicia, Inteligencia artificial es una de las visiones menos sentimentales de la humanidad vistas en el cine contemporáneo, donde un humanoide-niño explotado por sus creadores, víctima de la desconfianza de su padre, atormentado y engañado por su hermano, traicionado y abandonado por su madre, es perseguido, enjaulado y casi ejecutado para el entretenimiento de masas. David , un robot prototipo diseñado para parecerse a un niño humano, es tratado como mercancía desechable por el mismo tipo de empresas cuya avaricia derritió los casquetes polares del mundo, ahogando a cientos de millones de personas. Esta no es la vieja historia acerca de un niño que se convierte en humano, sino sobre la muerte de la humanidad misma."

La historia de David se parece a la de una mascota que es adoptada por una familia para recuperar la alegría de vivir. Como no se le enseña bien, sucede algún accidente con el hijo (puede ser que el perro, jugando, muerda sin querer), por lo que de pronto se declara su peligrosidad en el hogar y es exiliado del mismo: la escena en la que David es visto por última vez por la madre, que lo ha abandonado en el bosque, a través del espejo retrovisor del coche, se asemeja mucho a esos célebres anuncios que aseveran "él nunca lo haría". 

Lo que viene después se asemeja más a un cuento de hadas cruel. Los vagabundeos de David le hacen conocer a otros seres como él, robots desechados por el ser humano por haberse quedado obsoletos. Algo de eso encontramos en otro relato de Aldiss, el titulado El trabajo en los astilleros de espacionaves: 

"La mayoría de los androides odia a los androides-mendigos. Patrullan las calles después del trabajo y se dedican a moler a golpes a los mendigos que encuentran, cuyos cuerpos metálicos aparecen maltrechos a puntapiés en cualquier zanja. Los androides sin rostro dan miedo. Parecen hombres cubiertos con máscaras de hierro. Uno no puede escapar nunca de representar un papel."

Pero la más interesante pregunta que debemos hacernos después de haber visionado Inteligencia artificial es la siguiente: ¿Tiene sentimientos David, tiene conciencia o es una máquina tan avanzada que simula a la perfección las emociones humanas? ¿Hasta que punto puede fabricar el ser humano una réplica propia? ¿Nos parecemos en realidad a máquinas programadas? Quizá una pista, o quizá un mensaje confuso, sean las últimas palabras de Gigoló Joe (un robot de una generación anterior a David: se dedica a facilitar sexo no culpable a las humanas, pero no necesita amor), cuando es capturado: "Yo soy. Yo fui".

La programación de David estaba clara: su misión era amar a su madre y en pos de ella realiza todos los sacrificios que sean necesarios, incluso los más irracionales. Pero, personalmente, deduzco que el robot necesita, aún más que amor, una identidad personal en la que pueda reconocerse a sí mismo, para superar su lógica desorientación, su extrañeza del mundo. Y esto es algo que jamás le otorgarán sus fabricantes, más interesados en ganar dinero a costa suya y de las infinitas réplicas de sí mismo que van a lanzarse al mercado que en resolver dilemas éticos. La de Spielberg es una película perfecta, en la que los efectos especiales y la ambientación están al servicio de la historia. Y una curiosidad para finalizar. Su estreno se efectuó, al menos en España, a las pocas semanas del atentado contra las torres gemelas. Resulta curioso que en la película, aunque deteriorados por el paso del tiempo, ambos edificios duraran más de dos mil años. 

sábado, 6 de septiembre de 2014

LA MUJER JUSTA, DE SÁNDOR MÁRAI.

Después de haber leído El último encuentro (por dos veces) y recién terminado La mujer justa, mi impresión es que Sándor Márai es uno de esos raros autores poseedores de un universo propio, que parte de su interior para expandirse a través de unos personajes burgueses que sienten que su forma de vida está deslizándose por el sumidero de la historia. Porque este es uno de los temas principales de ambas novelas: la burguesía, que se creía el motor de la sociedad, que ve como va a ser desplazada en el este de Europa por los conflictos del siglo XX. 

La originalidad de La mujer justa radica en su estructura, formada por tres voces narrativas, que cuentan la misma historia desde sus puntos de vista, lo que constituye un interesante experimento literario, sobre todo cuando el lector va advirtiendo que la verdad acerca de un determinado asunto depende de quien nos lo cuente. Cada uno ha vivido sus experiencias de una manera y esa interiorización es la que tratan de mostrar al personaje invisible que sirve a cada uno de ellos como interlocutor de lo que en realidad es un monólogo. Marika es la perfecta mujer burguesa, educada para ser una esposa impecable ante la sociedad y no mostrar jamás sus emociones, ni aún cuando sabe que su marido ama a otra. A Péter se le puede definir como un heredero. Heredero de un imperio económico que ha encontrado ya su vida resuelta, a cambio de regirse durante toda su existencia por los códigos propios de su clase. Péter no construye ni destruye nada. Solo deja transcurrir sus días entre placeres mundanos mientras convive con una permanente tormenta interior que jamás muestra a los demás. A pesar de esa pasividad como norma de vida, comete por una vez el pecado de dejarse llevar por sus impulsos. Aun así, jamás traicionaría su forma de vida y sus modales burgueses, ni siquiera cuando le toque vagar por un Budapest devastado por la guerra:

"(...) yo también soy un burgués. Soy consciente de ello, conozco bien los errores y los pecados de mi clase y los acepto, asumo toda la responsabilidad de la clase y el destino burgueses. No me gustan los revolucionarios de salón. Uno debe permanecer fiel a aquellos a los que está unido por origen y por educación, con los que comparte el interés y la memoria. Todo lo que tengo se lo debo a la burguesía, mi educación, mi forma de vida, mis necesidades, incluso los instantes más puros y luminosos de mi vida: los grandes momentos de la noble participación en la cultura. Ahora, muchos dicen que la clase burguesa se está extinguiendo, que ha cumplido su función y que ya no es capaz de mantener el papel de guía que ha desempeñado en los últimos siglos. Yo no entiendo de esas cosas. Pero tengo la sensación de que estamos precipitándonos al enterrar la burguesía con tanta impaciencia; seguro que a esta clase aún le queda un poco de fuerza; quizá en el futuro tenga todavía un papel que desempeñar, tal vez sea precisamente la burguesía la que tienda un puente entre la revolución y el orden…"

Quizá el personaje más interesante de los tres sea el de Judit, nombre que seguramente Marái no escogió por casualidad. Judit es una mujer que se ha criado en la más absoluta miseria, que ha pasado parte de su infancia viviendo en un agujero en la tierra y que termina sirviendo en casa de la familia de Péter, acogida casi como en un gesto de caridad por los burgueses. Poco a poco, con la discrección indispensable que implica su condición de sirvienta, irá acumulando un inmenso odio hacia la clase dominante, personalizada en Péter, un ser tan débil que se enamora platónicamente de ella en vez de poseerla sin más ceremonias, como sería su derecho. Su testimonio constituye el testimonio más devastador hacia una forma de vida absurda, aburrida y repleta de un ceremonial vacío e inútil. Porque los burgueses necesitan proteger constantemente su identidad, distinguirse y esterilizarse frente a la impureza de los otros. Necesitan sentirse impolutos, en lo material y en lo espiritual:

"Pero en cualquier caso se protegían contra todo y contra todos. Estaba en su naturaleza. Eran tremendamente suspicaces. Se protegían de las bacterias y de los ladrones, del frío y del calor, del polvo y de las corrientes. Se protegían del envejecimiento, del deterioro físico, de las caries. Lo protegían todo constantemente, sus dientes y la tapicería de los muebles, las acciones y los pensamientos que habían heredado o tomado prestados de algún libro… Yo no era consciente de esto, sólo lo intuía. Pero comprendí enseguida que también se protegían de mí porque podía contagiarles algo."

Así pues, Judit, representante de un mundo primitivo en el que solo importa la supervivencia del día a día, se ve inmersa como testigo privilegiada en unos esplendores que al principio la apabullan y después le repugnan, convirtiéndola en un ser vengativo, que sabe aprovechar las oportunidades que la vida le pone en bandeja, aunque sea para perfeccionar su labor destructiva. Después será la propia historia la que se encargue de ejecutar una cruel venganza, a la que ella parece mirar con tanta indiferencia como el escritor Lázár a los bombardeos aliados sobre Budapest. La mujer justa es una novela sobre la decadencia de una clase demasiado segura de sí misma, contada a partir de sentimientos muy íntimos. Precisamente si algo se le puede reprochar a la novela de Márai es un exceso de transcendentalismo que intenta dotar de significado profundo hasta a las acciones humanas más nimias. En este sentido El último encuentro se presentaba como una narración bastante más equilibrada. A pesar de todo La mujer justa no deja de ser una lectura a ratos fascinante, por la originalidad de su planteamiento y por el profundo conocimiento de su autor de todos los aspectos del comportamiento humano, del que Judit asegura que en su mayor parte es movido por un solo rasgo: el orgullo.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Poesías de Miguel Ángel García

LA ESENCIA DE LA MEMORIA

Se marchitarán las rojas rosas
alegremente dibujadas de tus senos.
Se ajará el brillo dorado 

prendido en los rizos de tus cabellos.
Se volverá lento y pausado
el alegre, vivaz caminar,
caídos tus párpados, el gesto cansado.
Nieves iluminarán tus sienes
donde otrora Atenea estableciera asiento,
inaccesible castillo, torre de marfil,
convertidos en polvo, barridos por el Tiempo.
Volverá a su origen mi memoria
que de esta suerte a ti se aferra y evoca.
Y desde allí, desde los pies del Eterno
continuará su canto, trocando en gozo,
beatitud inefable, tu recuerdo.

Miguel Ángel García.
30 - 8 - 2014.


LA TRAMA DE LA LUNA
(Para PAULA).

He urdido el plan,
trazado sus líneas maestras,
sopesado las inclemencias del tiempo,
los rigores de las batallas y las contiendas.

He interrogado al sabio oráculo chino
que se expresa en una finitud de hexagramas,
consultado a nigromantes y adivinos,
escudriñado las vísceras de las aves,
leído aburridos manuales sobre
los usos del arte de la guerra y la retórica.

He indagado en antiguas y oscuras mitologías,
como las del griego y las del fenicio,
y en otras más modernas, aún más increíbles,
que narran que dos hombres osaron
pisar tu suelo, imprimiendo así en él sus huellas.

No he desdeñado paganos y bárbaros rituales,
como el de los impíos bebedores de sangre
humana y el culto que a ti debían,
ni olvidado la benéfica influencia que
ejerces sobre hombres-lobos, vampiros y
demás diabólicas criaturas, hijas de tus noches.

En una de ellas, anónimo entre las gentes,
como espía que sólo viviera con
la esperanza nacida del deseo
de contemplarte, me sorprendiste.

Alcé la vista y ahí estabas,
desnuda, melancólica, omnipresente.
Eras Dios, el de siempre,
el de los antiguos profetas que
escribieron sobre un muro
hoy resquebrajado.

La ilusión del “voyeur”
trocóse en un juego de
espejos al saberse contemplado.

Ya no soy yo, del mismo modo que
la forma que nos devuelve
el espejo tampoco somos nosotros.

Si yo te oculto, te rodeo,
te callo y, a veces, te nombro,
¿de qué modo tú, Luna,
me ocultas, rodeas,
callas y nombras?

¡Escúchame! Soy un Hijo
de tu Luz, del destino que
señalan con exactitud precisa
la conjunción perfecta de los astros,
la amada geometría de los griegos y
el azar, no menos necesario.

Esta noche he renacido
para ti en el verso,
cuando brillante, solitaria y
toda redonda, la forma del ser
perfecto, derramabas
tu cono de luz sobre
el monumento central de la plaza.

Tu impermanente forma nos enseña que
en la vida todo es
siempre cambio y mudanza.

De nuevo, me entrego a
la aburrida monotonía de
afilar la espada de la inteligencia,
cegarme en el brillo de su acero.

Otra vez, la vieja mano
escribe versos para el olvido.
Otra vez, el recuerdo del concepto puro,
la expresión justa y la inevitable metáfora.

Una vez más, persigo
la inútil vanidad del comercio
con el que durante siglos
los hombres han intentado conjurarte,
mi amada Luna.

Aún sabiendo que a tu perfección
basta una nube hecha de brisa y
sobra que te cante de este
amor su lenta agonía en
la trama de mis desdichas.

Miguel Ángel García
11-10-2011.