domingo, 28 de diciembre de 2014

EL NOMBRE DE LA ROSA.


“Escribí una novela porque tuve ganas. Creo que es una razón suficiente para ponerse a contar. - cuenta Umberto Eco en las Apostillas a El nombre de la rosaEl hombre es por naturaleza un animal fabulador. Empecé a escribir en marzo de 1978, impulsado por una idea seminal. Tenía ganas de envenenar a un monje. Creo que las novelas nacen de una idea de ese tipo y que el resto es pulpa que se añade al andar.”

A veces resulta fascinante conocer cual fue la semilla de las grandes obras, como se va construyendo una estructura literaria con unos cimientos que van reforzándose poco a poco hasta que la historia toma forma, va alimentándose a sí misma y crea un mundo en el que el lector puede penetrar y vivir instalado cómodamente un tiempo en él. Yo ya lo he hecho, gozosamente, en tres ocasiones con El nombre de la rosa, quizá una de las novelas más influyentes del siglo XX. 

Principios del siglo XIV. Un hombre con una montura sube una angosta cuesta que desemboca en un tenebroso edificio. Le acompaña un muchacho, su discípulo. Es un detective. Miento, no es un detective, es un monje, pero un monje un poco diferente, un indagador de la verdad que no se conforma con el mensaje de las sagradas escrituras. Guillermo de Baskerville quiere saber más. Es un bibliófilo empedernido en una época en el que el acceso a los libros se encuentra muy limitado. La cultura está salvaguardada en las bibliotecas de las viejas abadías, pero sus guardianes son muy celosos: temen que otras verdades disputen la primacía del pensamiento eclesiástico oficial. 

Porque uno de los ejes centrales de esa obra maestra de la literatura que es El nombre de la rosa se encuentra en el simbolismo de la Biblioteca de la abadía benedictina, foco a la vez de sabiduría y represión de la cultura, donde se encadenan una serie de misteriosos crímenes que parecen tener como eje la existencia de un libro prohibido. Este argumento puede parecer un poco trillado en la actualidad, pero en su momento fue muy original, el secreto del entusiasmo que suscitó la novela desde el primero momento, convirtiéndose en algo muy escaso hoy en día: un best seller de calidad. La Biblioteca, una de las más grandes de la cristiandad, está repleta de tesoros, pero su misma estructura es un laberinto. Su guardián en la sombra, Jorge de Burgos, no es más que un trasunto de Jorge Luis Borges. Verdad y mentira, gloria y pecado se confunden en los anaqueles de un laberinto oscuro, lleno de espejos y trampas:

“—De modo que, salvo dos personas, nadie entra en el último piso del Edificio…
El Abad sonrió:

 —Nadie debe hacerlo. Nadie puede hacerlo. Y, aunque alguien quisiera hacerlo, no lo conseguiría. La biblioteca se defiende sola, insondable como la verdad que en ella habita, engañosa como la mentira que custodia. Laberinto espiritual, y también laberinto terrenal. Si lograseis entrar, podríais no hallar luego la salida.”


“Para aquellos hombres consagrados a la escritura, la biblioteca era al mismo tiempo la Jerusalén celestial y un mundo subterráneo situado en la frontera de la tierra desconocida y el infierno. Estaban dominados por la biblioteca, por sus promesas y sus interdicciones. Vivían con ella, por ella y, quizá, también contra ella, esperando, pecaminosamente, poder arrancarle algún día todos sus secretos. ¿Por qué no iban a arriesgarse a morir para satisfacer alguna curiosidad de su mente, o a matar para impedir que alguien se apoderase de cierto secreto celosamente custodiado?”

Además, la existencia de la Biblioteca da pie a interesantes reflexiones acerca de la relación entre libro y lector:

 
“Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí. A la luz de esa reflexión, la biblioteca me pareció aún más inquietante. Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables.”

La historia es contada en primera persona por Adso de Melk, décadas después de sucedidos los hechos. En su relato transmite un gran amor y admiración por su maestro, un Guillermo de Baskerville que, al igual que Sherlock Holmes posee una mente analítica, capaz de examinar y ordenar los hechos para llegar a la verdad, aunque las condiciones en las que va a efectuar sus indagaciones distan mucho de ser las ideales. En primer lugar la auténtica misión de Guillermo es política. Se trata de preparar una entrevista entre los delegados del papa Juan XXII y los representantes de una rama de los franciscanos que podría declararse herética: los espirituales, que cuentan con el apoyo del emperador, aunque este amparo tenga más razón de ser en las luchas por el poder espiritual que en convencimientos teológicos. Además, cuenta con la hostilidad de buena parte de los habitantes del monasterio. 

Bajo la fina capa de virtud y armonía de la convivencia de los monjes laten envidias, deseos carnales y conflictos soterrados. El recién llegado franciscano tiene que ponerse al día con todo ello e investigar una serie de asesinatos que parecen basarse en el libro del Apocalípsis: otra de las obsesiones de la época era la llegada inminente del fin de los tiempos. Otro de los grandes debates profundizaba en la cuestión de la pobreza de Cristo, acerca de si ésta circunstancia debía aplicarse a la iglesia que él fundó, lo cual implicaría el desprendimiento de sus riquezas (idea de la que bebieron numerosos grupos heréticos) o si dichas riquezas eran un necesario reflejo de la gloria divina.

La novela de Umberto Eco combina muy bien su estructura policial con su vocación filosófica y teológica, ofreciéndonos un cuadro muy didáctico de las preocupaciones de los religiosos de la Baja Edad Media, una época en la que el cristianismo llevaba siglos asentado como religión preponderante e incontestable en occidente. El mismo Guillermo cuenta con un pasado como inquisidor, del que se avergüenza, porque él íntimamente cree que solo puede conseguirse llegar a la verdad a través de la tolerancia entre culturas y diferentes formas de pensar. El mundo es también una gran Biblioteca y los conflictos que lo oprimen terminan favoreciendo a los fanáticos, como su gran enemigo, el dominico Bernardo Gui, tenebroso inquisidor que quiere reforzar el poder papal a través del miedo. El miedo es uno de los grandes sustentadores de la religión. Las gentes simples deben tener presente en todo momento la posibilidad de un infierno eterno para que obedezcan sin condiones. Por eso la risa y el capítulo de la Poética que Aristóteles le dedicó son tan peligrosas:


“La risa distrae, por unos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios.”

La versión cinematográfica de Jean-Jacques Annaud, que popularizó todavía más la novela, recoge perfectamente el ambiente siniestro de la abadía medieval. Entre su acertado elenco de actores destaca sobremanera la interpretación de Sean Connery, quizá la mejor de su carrera, puesto que hace suyo a Guillermo de Baskerville, tanto que el lector de la novela no puede imaginarlo con otro rostro. Es lógico que la película se centre más en la trama policial, la parte más cinematográfica de la narración, pero no descuida algunos aspectos teológicos aunque, lógicamente, tenga que exponerlos muy resumidos. Un perfecto complemento a la lectura del libro de un Umberto Eco que jamás volvería a alcanzar el nivel narrativo de esta novela.  

lunes, 15 de diciembre de 2014

ANTONIO B. EL RUSO, CIUDADANO DE TERCERA, DE RAMIRO PINILLA.

Que los españoles no hemos superado del todo las heridas que dejó nuestra Guerra Civil es un hecho suficientemente constatado, que se corroboró el viernes pasado en el apasionado debate que suscitó un libro de lectura tan dura como Antonio B. el ruso, ciudadano de tercera. La historia de su concepción es bastante conocida: un amigo del escritor le comentó un día que conocía a alguien cuya vida era merecedora de ser narrada en forma escrita. Así es como Pinilla conoció a Antonio Bayo y conoció de primera mano su increible existencia, llena de sinsabores como víctima involuntaria de un sistema dictadorial (aunque él durante buena parte de su vida no tuviera muy claro quien era Franco) que impedía el acceso a un mínimo bienestar y dignidad a ciertas clases sociales. La primera versión del libro, de 1977, recién fallecido el dictador, ocultaba muchos detalles de la trama e incluso cambiaba el apodo del protagonista, con tal de no ser reconocido. Treinta años después, Pinilla publicaba una nueva versión, toalmente revisada. Pero dejemos que sea el propio autor el que defina a su personaje, en una entrevista publicada por el diario El País.

"Es producto de su época, conjuntamente de un lugar tremendo, donde tuvo la desgracia de nacer. Cuento una anécdota para que se vea qué lugar era ése, qué remota aldea dentro de esa España cutre y miserable. En cierta ocasión, corría el año 1944, en pleno franquismo, al gobernador de turno se le ocurrió hacer un viaje, digamos una especie de "safari" para ver cómo eran "sus" tierras. Fue hasta la Cabrera Baja. Llega con jeeps y con la Guardia Civil, aparcan en la aldea, y lo primero que hacen los habitantes del pueblo es acercarse con miedo a los vehículos para llevarles brazadas de hierba y de paja y depositarlos ante los morros de los jeeps. Aquella gente no solamente era pobre, es que no sabía nada del mundo, es que no había visto un coche en su vida."

Y es que Antonio Bayo lo tuvo todo en contra desde el mismo instante de su nacimiento. Su madre, una emigrante en América, tuvo que volver a su pueblo por asuntos familiares, pero su marido quedó allí, con lo cual se consumó una separación que condenó para siempre a la mujer a ser una madre soltera, todo un estigma social en aquel tiempo. La Baña, situado en la provincia de León, era un lugar remoto, comparable a Las Hurdes que retrató Luis Buñuel en su famoso documental. Los menos favorecidos por el destino, los que carecían de un trozo de tierra o un pequeño negocio pasaban hambre y todo tipo de necesidades. Y entre todos ellos Antonio parecía ser el más desgraciado, puesto que, además, parecía estar tocado por una eterna mala suerte. Bayo jamás se resignó a pasar hambre y la única industria para la que parecía estar bien dotado era la del robo. Cuando intentó trabajar, de pastor o de pequeño agricultor, su salario era tan escaso que el hambre seguía siendo prácticamente la misma. Así pues, se convirtió en el bandido más famoso de la zona, al que se atribuían todos los robos y todas las desgracias.

No es difícil concluir que esta carrera le llevó más de una vez de cabeza al cuartelillo de la Guardia Civil, donde le hacían confesar sus robos (y de paso los de otros) a base de durísimas sesiones de tortura cada vez más bárbaras. En muchos cuarteles rurales de la España de Franco, colgaba un vergajo de las paredes junto al retrato del Caudillo. Y no era por mero adorno. En más de una ocasión el protagonista estuvo a punto de morir a manos de estos verdugos institucionalizados. Cuando todo terminaba, era para caer a manos de jueces aún más corruptos y fascistas.

Uno de los grandes pilares que sostenía al Régimen era, como es bien conocido, la Iglesia. Muchos sacerdotes del medio rural se pegaban una buena vida mientras a su alrededor sus feligreses se morían de hambre. El de La Baña, además, aprovechaba su posición para acostarse con alguna mujer, como la madre del protagonista, que no tenía más remedio que hacerlo para comer. Además, las explicaciones del cura respecto al mal reparto de bienes en el mundo, no tienen desperdicio:   

"Basilia, no empeores el concepto que tengo de ti, aunque sabes que siempre te perdono en el confesionario. ¿Qué tienes que hacer de puta para dar de comer a tu prole? ¿Y qué? ¡Así es la vida, mujer! Siempre ha habido putas en el mundo. Dios reparte la suerte y los bienes en esta tierra y todos debemos conformarnos. Pero si Dios te perdona en el confesionario, yo no te perdono en este comedor. Con un poco más de resignación no necesitarías ser puta. Dios no mata de hambre a personas, sino sólo a pueblos enteros, cuando les envía una plaga por sus pecados. Sí, Basilia, eres una mujer pecadora, porque en la vida siempre se encuentran agarraderos antes de meterse puta. Cualquier día te cierro el confesionario para que te condenes con tu hijo. ¿Sabes cuál es tu mayor pecado, por encima del de puta? ¡Este hijo tuyo! A fin de cuentas, el ser puta sólo es malo para ti, pero este vándalo profana los sacramentos del Señor y roba la fruta de sus ministros, y pesca truchas en tiempo de veda, y quién sabe cuántas tropelías más cometerá diariamente."

Tampoco lo tiene el diálogo que Antonio sostiene con el capellán de uno de los presidios a los que va a parar:

"—No me entiendes, hijo. Los hombres no han podido crear nada porque aparecieron cuando ya estaba todo creado. Los hombres somos imágenes de Dios. Nos pide que obremos el bien para poder llevarnos al cielo. Pero si obramos el mal, Él, con sumo dolor, contempla nuestro pecado y nos manda al infierno. Por ello, los hombres de este patio tenéis más necesidad que otros de suplicar la ayuda de Dios, para que baje a vosotros y os lleve por el buen camino hacia la salvación.

  "—Si yo voy por el buen camino, don Celedonio, me muero de hambre.

  —Es que, Antonio, es más fácil ser malo que bueno. El camino del bien está lleno de espinas. Por otro lado, acaso lo que tú llamas hambre deba llamarse ayuno. Los santos ayunaban hasta quedarse transparentes.

  —Pues si lo que yo he pasado se llamaba ayunar, soy más santo que san Patricio, el patrón de mi pueblo.

  —Por desgracia, ese ayuno no te ha servido de nada, por no habérselo ofrecido a Dios. Hazlo así en el futuro y ya verás como te ganas un puesto de privilegio a la vera de Dios Padre.

  —No me importaría tener un puesto más sencillo en el cielo, a cambio de ayunar menos.

  —¡Ay, Antonio, qué débil es tu fe!

  —La que es débil, don Celedonio, es mi tripa, que me pide pan todos los días y así no hay santo que ayune."


La retratada por Ramiro Pinilla es una España tan veraz como repleta de mala leche, en la que las desigualdades se explican como la voluntad de Dios. Si nadie mueve un dedo por parte del Estado para remediarlas (más que por algunas campañas de caridad gestionadas por la Iglesia), tampoco la sociedad hace mucho por sus iguales más desfavorecidos. Ejemplo de ello es la actitud de absoluta indiferencia por parte de los habitantes de La Baña frente a una madre que literalmente se muere de hambre y miseria junto a sus hijos pequeños. 

Quizá el mayor pero que se le pueda poner a esta obra es su gran extensión. Durante toda su primera mitad, el lector asiste a una historia que se repite una y mil veces: Antonio roba, Antonio es capturado y apalizado por la Guardia Civil, para ser puesto a disposición de un juez que le impone una pena leve a cambio de algún bien material (robado, por supuesto)...  Hasta que las cosas se tuercen aún más y acaba en un penal donde, al menos, tiene asegurada la comida todos los días. Pero lo peor va a llegar, por una serie de avatares, con su paso por el manicomio, un auténtico infierno mucho peor que cualquier cárcel. 

Bien es cierto que el punto de vista adoptado por el relato es el del propio Antonio Bayo, que sale retratado como un ser inocente y muy ingenuo, aunque también hay destellos de cierta brutalidad en muchas de sus actuaciones, por lo que habría que poner muchos matices a esa inocencia primigenia. Nos quedamos con las conclusiones del propio personaje cuando repasa su existencia:

"—Si madre tuviera una berza al día para el puchero, yo sería como uno de vosotros. ¿Te das cuenta, Raúl? Esa berza tiene la culpa de que yo sea un ladrón. Y como tú tienes esa berza y algo más, pues nunca serás un desgraciado como yo."

viernes, 5 de diciembre de 2014

Érase una vez... Joseph Conrad (1857-1924)


      El marino polaco Josef Theodor Konrad Nalecz Korzeniowski (1857-1924) que la fama conoce bajo el nombre de Joseph Conrad, es uno de los mayores novelistas y cuentistas de la literatura inglesa. 
     Como en el caso de Bernard Shaw, su iniciación literaria fue tardía;  su primer libro, “La locura de Almayer”, data de 1895, cuando el autor ya había navegado por todos los mares del mundo, recogiendo, sin proponérselo, experiencias para la obra ulterior. Había decidido ser famoso; conocía el limitado alcance geográfico de su idioma natal y durante algún tiempo vaciló entre el francés y el inglés, que manejaba con idéntica maestría. Optó por el inglés, pero lo escribió con ese cuidado y con esa pompa ocasional que son propias de la prosa francesa. 
     En 1897 publicó “El negro del narciso”; tres años después, “Lord Jim”, su obra maestra, cuyo tema central es la obsesión del honor y la vergüenza de haber sido cobarde. En “Azar”, de 1913, emplea un procedimiento curioso: dos personas han conocido a una tercera y van reconstruyendo, a veces sin mayor certidumbre, la vida de ésta última. A diferencia de sus otras novelas, cuyo ambiente es el mar, “El agente secreto” describe de un modo singularmente vívido las actividades de un grupo de anarquistas en Londres; Conrad, en una nota preliminar, declara que no conoció jamás a ningún anarquista. 
     Sus mejores cuentos son “El corazón de las tinieblas”, “Juventud”, “El duelo” y “La línea de sombra”. Un crítico opinó que éste último era de índole fantástica; Conrad respondió que buscar lo fantástico era mostrarse insensible a la naturaleza misma del mundo, que continuamente lo es.  

Érase una vez ... Número Cero

      “Érase una vez…” iniciamos un viaje apasionante, una nueva aventura por el mundo de la ficción que supone la Literatura. 
      Estas breves biografías literarias no pretenden ser exhaustivas, ni siquiera originales. Han sido redactadas con la intención de recuperar y retener en la memoria el recuerdo del mayor gozo que he conocido en mi vida: el de tardes enteras acurrucado en un viejo sillón de mi casa, que mi padre había tapizado de piel roja y al que familiarmente llamábamos el “sillón del obispo”, enfrascado en el descubrimiento, la mayor fantasía posible donde las hubiere, de la lectura. 
     He recopilado información de distintas fuentes pero, fundamentalmente, me he remitido a las lúcidas anotaciones de Borges. Por una sencilla razón: Jorge Luis Borges es uno de los pocos autores cuyo universo literario gravita sobre el núcleo de la propia Literatura. Así pues, en él encontramos, aparte de una gran originalidad y calidad que le convierten en uno de los grandes de todos los tiempos, literatura sobre la Literatura. Por su brevedad, por la arbitrariedad de los hechos seleccionados que buscan el asombro y la rareza más que la prueba de alguna necesidad biográfica, sus biografías literarias recuerdan el modelo de los relatos de “Historia universal de la infamia”. 
     Muchas de estas biografías participan de un género que ya ha caído en desuso y para el cual Borges tenía un talento excepcional: el retrato. La brevedad de sus textos y la atención al detalle, que por cotidiano pasa por inadvertido, son una crítica práctica al biografismo, extenso, macizo y confiado en la construcción referencial, que suele predominar en este tipo de textos. Estos datos menores no suman para resultar en una estructura mayor. Por el contrario, señalan la significación de lo 'menor' y del fragmento. En la suma puntillista de estos rasgos 'menores', Borges estima que puede dibujarse una personalidad del escritor. El mismo Borges reconoce que Stevenson fue quien le mostró la potencia ficcional del detalle. Una política de lo 'menor' se articula persistentemente en los textos de Borges sobre distintos escritores que bien podría resumirse en su célebre frase: "El prólogo, cuando son propicios los astros, no es una forma subalterna del brindis; es una especie lateral de la crítica". 
     Aún así, en la mayoría de los autores aquí tratados, he añadido nuevos datos, anécdotas y fechas, esperando que ello no desvirtúe su idea original; la misma que tenía el propio Borges cuando consideraba la Literatura como conjunto de citas: la "antología a la que tiende toda literatura”. Descubriremos, con cierto asombro, que las vidas de nuestros autores preferidos no son, en la mayoría de los casos, menos extrañas y extravagantes que las magníficas ficciones que nos legaron. 
     Mi labor es meramente la de copista. Mi único deseo, espero que el tuyo también, el de no tener que escuchar nunca la temida frase: “… y colorín colorado…”.

                                           Miguel Ángel García Díaz.

jueves, 20 de noviembre de 2014

NUEVOS TÍTULOS DISPONIBLES EN LA BIBLIOTECA


El 18 de noviembre hemos recibido en la BPM Cristóbal Cuevas las siguientes obras:


Albareda Salvadó, Joaquim. La guerra de Sucesión de España (1700-1714) / Crítica,
Alonso López, Javier. La historia del mundo en 25 historias / Montena,
Alonso, Eduardo. El primer viaje alrededor del mundo / Juventud,
Aramburu, Fernando. Ávidas pretensiones / Seix Barral,
Broyard, Anatole. Ebrio de enfermedad y otros escritos de la vida y la muerte La uÑa RoTa,
Chang, Jung. Cixí, la emperatriz : la concubina que creó la China moderna Taurus,
Clare, Cassandra. Ciudad de las almas perdidas / Destino,
Clare, Cassandra. Ciudad de los ángeles caídos / Destino,
Clark, Mary Higgins (1931-) Temor a la verdad / Plaza & Janés,
Crumley James. El último buen beso / RBA,
Delius, Friedrich Christian. Mi año de asesino / Sajalín,
Ferrada Lefenda, María José. El idioma secreto / Faktoría K de libros,
Fontana, Josep. Por el bien del imperio : una historia del mundo desde 1945 Pasado & Presente,
Freud, Sigmund. Introducción al psicoanálisis Alianza Editorial,
García Márquez, Gabriel. Cuentos / Susaeta,
González Calero, Pedro. Filosofía para bufones Booket,
Green, John. Bajo la misma estrella / Nube de Tinta,
Johnson, George. Los diez experimentos más hermosos de la ciencia Ariel,
Knight, Erika. Taller de ganchillo : 20 proyectos inspiradores Blume,
Mariño, Xurxo. Neurociencia para Julia Laetoli,
Martin, George R. R. (1948-) Danza de Dragones : Canción de hielo y fuego, 5. Gigamesh,
Martin, George R. R. (1948-) Danza de Dragones : Canción de hielo y fuego, 5. Gigamesh,
Martin, George R. R. (1948-) Danza de Dragones : Canción de hielo y fuego, 5. Gigamesh,
Martin, George R. R. (1948-) Tormenta de espadas / Gigamesh,
Martínez Valero, Julián. Internet para torpes / Anaya Multimedia,
Matute, Ana María. Todos mis cuentos / Lumen,
Menéndez Salmón, Ricardo. El corrector / Seix Barral,
Meyer, Marissa. Cinder / Montena,
Min, Anchee. La perla de China / Grijalbo,
Moreno, Manuel. El gran libro del community manager : técnicas y herrramientas Gestión 2000,
Muñoz Machado, Santiago. Informe sobre España : repensar el estado o destruirlo Crítica,
Pérez, Joseph. Cisneros : el cardenal de España / Taurus : Fundación Juan March,
Pichón, Liz. El genial mundo de Tom Gates / Bruño,
Pichón, Liz. Festival de genialidades (más o menos) / Bruño,
Pichón, Liz. Súper premios geniales (...o no) / Bruño,
Piera, Carlos. La moral del testigo: ensayos y homenajes / Machado,
Roldán, Gustavo. Juan hormiga / A buen paso,
Roth, Veronica. Leal / RBA Molino,
Sisí, Carlos. Los caminantes / Minotauro,
Ungerer, Tomi. El ogro de Zeralda / Ekaré,
Vaill, Amanda. Hotel Florida : verdad, amor y muerte en la Guerra Civil Turner,
Wajs, Cati. Descubriendo a Klimt Mami... ¿duermes? / Laberinto de las Artes,
Willis, Jeanne. Odio la escuela / Océano,
Zanón, Carlos. Yo fui Johnny Thunders / RBA,