sábado, 19 de octubre de 2013

EL OLVIDO QUE SEREMOS, DE HÉCTOR ABAD FACIOLINCE.


Cuenta Héctor Abad que tardó muchos años en poder enfrentarse a los terribles hechos que relata y poder escribir el libro. Debió ser un ejercicio doloroso, pues pocas páginas destilan tanta sinceridad como las de El olvido que seremos. Escribir autobiográficamente significa en muchas ocasiones explorar abismos que se encuentran dentro de nosotros, analizar hechos pretéritos de los que fuimos protagonistas e interpretarlos. Pero para Abad el objetivo prioritario, más que ajustar cuentas con el pasado, es inmortalizar la memoria de una persona cercana y toda su escritura está subordinada a ese propósito:


"¿Cuánta vida le devuelve a un muerto un libro? En la realidad, ninguna, en la memoria de los hombres, mucho. Yo he logrado que algunas personas en Colombia, e incluso en España, en Argentina, en México, ahora en Gran Bretaña, conozcan la vida de este médico bueno. La suya fue una vida ejemplar, creo yo, y me gusta usar esta palabra e las novelas cortas de Cervantes. Las vidas ejemplares pueden hacer mejores a los hombres.
Ahora, en cuanto a la lectura de libros… Yo me pregunto si algunos libros no nos harán también peores. Hay libros perniciosos, pero como el criterio de lo que es pernicioso no se puede saber con seguridad, es necesario permitir todos los libros. Creo que cuantos más libros se lean, más poderes tenemos para identificar los libros perniciosos.

Aunque no sé; parece que había nazis que eran también grandes lectores. En mi padre la lectura producía una metamorfosis feliz; creo que en la mayoría es así. Pero no voy a idealizar los libros. Los libros son como los cuchillos: sirven para pelar naranjas y para matar gente."

El médico Héctor Abad Gómez es retratado como un hombre siempre activo y feliz, uno de esos librepensadores que tienen que transigir en su vida diaria con la preponderancia de valores religiosos en su propia familia, que tiene que ser tolerante con ideas que él considera absurdas y supersticiosas, pero a la vez inofensivas. Se define a sí mismo con gran precisión como "cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política" y su actitud no queda en meras palabras, sino que se empeña constamente en llevar a la práctica sus ideas sobre salud pública y prevención de enfermedades en los barrios más pobres de Medellín. Su recuerdo ha permanecido en esta ciudad a la que la historia ha tratado tan mal a través de la Corporación para la Eduación y la Salud Pública Héctor Abad Gómez, que patrocina acciones encaminadas a beneficiar a las poblaciones con bajos recursos y la Cátedra Héctor Abad Gómez, centrada en la lucha por la salud universal en el marco de los Derechos Humanos.

El olvido que seremos cuenta con dos partes diferenciadas. La primera describe los años de felicidad familiar de una familia acomodada, los años de formación del escritor, al que su padre siempre otorgó una inmensa libertad para que siguiera el camino vital que prefiriera, contando con su apoyo incondicional. Un padre comprensivo, tolerante, que confía plenamente en el criterio de su vástago, educándolo en una especie de Summerhill familiar basado en la creencia en la bondad natural de las personas. Y funcionaba con su ejemplo vital:



“Sin decirme una sola palabra, sin obligarme a leer y sin echarme el sermón de lo sana para el espíritu que podía ser la música clásica, yo entendí, sólo mirándolo, viendo en él los efectos benéficos de la música y de la lectura, que en la vida todos podíamos recibir un gran regalo, no muy caro y más o menos al alcance de la mano: los libros y los discos. Ese señor oscuro y malhumorado que había llegado de la calle con la cabeza cargada de las malas influencias y las tragedias y las injusticias de la realidad, había recuperado su mejor semblante, y la alegría, de la mano de los buenos poetas, de los grandes pensadores y de los grandes músicos.”

La segunda parte es mucho más oscura. Comienza con la cruel muerte de la hermana del escritor, describiendo los padecimientos de su terrible enfermedad. Poco después la violencia, que siempre ha existido en Colombia, empieza a adueñarse del país de una manera insoportable: la guerrilla, los grupos paramilitares y los narcotraficantes campan a sus anchas asesinando por doquier, siendo Medellín uno de sus puntos neurálgicos. Héctor Abad jamás se acobardó ante los violentos y los denunció constantemente, especialmente al gobierno, cuyo sometimiento al imperio de la ley hacía especialmente vergonzoso que patrocinara de forma más o menos descarada a escuadrones de la muerte. El autor no se abstiene de señalar algún punto oscuro en las actividades de su padre en este periodo: su compresión (aunque sin apoyar los asesinatos) de la existencia de ciertos grupos guerrilleros, su ingenuidad a la hora de apoyar causas tan indefendibles como el comunismo de Corea del Norte y la utilización que hacían los izquierdistas radicales de su prestigiosa figura para legitimar su causa. Pero por encima de todo esto estaba su condición de humanista, de médico cercano a los pobres y alejado del ideario de la clase social a la que pertenecía. Con esto y con el ejercicio continuado y valiente de su libertad de expresión firmó su propia sentencia de muerte. Su hijo no quiso recoger el testigo, acción que él estimaba poco menos que suicida y se exilió portando como equipaje un dolor inmenso que seguramente habrá podido mitigar en parte a través de la escritura.

En el club de lectura El olvido que seremos ha dado pie a un intensísimo debate en el que al final se han establecido paralelismos entre lo que cuenta el libro y los hechos más luctuosos de la historia reciente de nuestro país: la Guerra Civil, el franquismo y los asesinatos de ETA. Termino recordando las palabras elogiosas que le dedicó Mario Vargas Llosa:  

" (...) el libro es (...) una sobrecogedora inmersión en el infierno de la violencia política colombiana, en la vida y el alma de la ciudad de Medellín, en los ritos, pequeñeces, intimidades y grandezas de una familia, un testimonio delicado y sutil del amor filial, una historia verdadera que es asimismo una soberbia ficción por la manera como está escrita y construida, y uno de los más elocuentes alegatos que se hayan escrito en nuestro tiempo y en todos los tiempos contra el terror como instrumento de la acción política."

martes, 8 de octubre de 2013

A una lectora que nos ha dejado.

Hoy, con vuestro permiso, quiero dejar aquí constancia no sobre un libro o un autor, no. Simplemente hablare de una lectora. Una gran lectora de libros y también de la vida: mi hermana.
Poco antes de ingresar en el hospital, de donde ya no volvió a salir con vida, en una de esas largas conversaciones que manteníamos, muchas veces por teléfono (así no hay quien nos moleste, afirmaba), yo me quejaba de que últimamente no encontraba consuelo para el tedio de la vida (taedium vitae) ni en la lectura. Firme y decidida, como siempre, ella me comentaba:
-Paco, tú piensas mucho, hay que vivir más. Y añadió, la felicidad puede ser disfrutar de un par de huevos fritos con patatas y una cerveza fría. Lo tenía muy claro, decía: déjate de rollos metafísicos, la felicidad se conforma de momentos y de actos; lo demás es palabrería de autoayuda.
Mi hermana fue consciente de la espada de Damocles sobre su cabeza durante quince años. (Si, si lo pensamos bien todos la tenemos sobre nosotros, pero quien seria capaz de ser ejemplo vital sintiéndola cada día).  En todo ese tiempo, nunca cejó en su empeño y en su concepción de lo que es la vida – de lo que es la felicidad, si se quiere:
 Es tenerte a ti mismo y seguir poseyéndote para ti y para los demás; es poder levantarse cada día sin ayuda; es renunciar a muchas cosas para no abdicar nunca de la vida; es acordase de acariciar, aunque sea levemente, una mano querida.
Toñi Torres, mi hermana, que con su risa- casi siempre presente en ella- y su fuerza  y voluntad para aprovechar cada momento, me recordaba siempre que solo tenemos una obligación al despertar cada mañana: vivir la vida. Aprovechar cada nuevo día que nos es dado. Lo demás son ocupaciones cotidianas, por muy apegados que estemos a ellas, por mucho que nos agobien o por muy importantes que las consideremos, son solo eso, ocupaciones. Algo que, cuando ya no podamos o dejemos de hacer, alguien hará por nosotros. Pero nadie puede vivir nuestra vida. Ese cometido es únicamente nuestro. El único exclusivo.
Al fin de cuentas, los años de una vida son como la lectura: hay quien lee cien libros y no se entera de nada, y hay quien con un solo libro, incluso con un solo poema, goza plenamente del acto de leer.
Cuando escribo estas palabras para dar las gracias a esa gran mujer y esa querida amiga que fue, y es en mi mente y en mí corazón, Antonia Torres, La niña para sus padres y sus dos hermanos, la pena y la congoja me angustian y se ciernen sobre mí, pero no me inmovilizan. Sé, por eso las escribo, las palabras que ella me diría, me dice:
-Experimenta y siente tu dolor, forma parte de la vida; pero deja de compadecerte en el. No lo pongas como excusa para no vivir. Estás vivo compórtate como tal. Vive.
El corazón de Antonia Torres Domínguez dejó de latir, en paz consigo mismo y con los demás, el miércoles 2 de octubre de 2013.
        



domingo, 6 de octubre de 2013

LUCES ROJAS, DE RODRIGO CORTÉS.

A raíz de la lectura del imprescindible ensayo de James Randi, Fraudes paranormales, se me ocurrió que el mejor acercamiento a su obra a través del ciclo Literatura y cine era esta película del español Rodrigo Cortés que muestra el trabajo de una pareja de profesores que se dedica a lo mismo que el propio Randi: investigar a todos aquellos que dicen poseer algún poder sobrenatural y desenmascararlo. Pero dejemos que sea el propio director el que hable de sus motivaciones:

"Me interesaban mucho los mecanismos de la percepción del cerebro humano, como nos miente y filtra los estímulos para ajustarse a lo que queremos creer: cómo la gente cree lo que quiere creer. He pasado año y medio estudiando ambos lados, a los creyentes y a los escépticos, y los dos se comportaban de forma parecida: negaban todo aquello que no encajara con su filosofía, rechazaban todo lo que se saliera de sus esquemas. Todo eso confluye de algún modo en los personajes de la película." 

Si tenemos que hacer la distinción de que habla Cortés, respecto a los asistentes al debate los escépticos ganaban por goleada, ya que nadie se declaró como creyente en fenómenos paranormales. En cualquier caso, dicha creencia está muy extendida en nuestras sociedades, pues deriva de un anhelo de trascendencia que es muy humano: pocos se resignan a pensar que su propio ser es finito, que algún día su existencia tendrá un final que se presume más absurdo que otra cosa. Esta necesidad humana es aprovechada por una legión de embaucadores que se presentan con mayor o menor fortuna como seres con poderes sobrenaturales, capaces de manejar una serie de energías que los científicos no conocen: parapsicólogos, echadores de cartas, zahoríes, psíquicos, astrólogos..., muchos de los cuales han sido desenmascarados por el propio Randi a través de su reto del millón de dólares: ofreciendo dicha cantidad de dinero a quien sea capaz de demostrar, bajo condiciones de laboratorio, que posee dichos poderes sobrenaturales. Hasta ahora todo el que lo ha intentado ha fracasado.

Como película, Luces rojas cuenta con un arranque espectacular. La pareja formada por actores tan sólidos como Sigourney Weaver y el siempre inquietante Cillian Murphy visitan una presunta casa embrujada para encontrar que se están usando los trucos de siempre para asustar a una pobre familia. Siguiendo el libro de Randi se nos muestran otros casos igualmente curiosos: la adivinación de cartas a través del reflejo en los cristales de las gafas del científico, los horóscopos que se entregan a los alumnos de una clase, que descubren fascinados que corresponden con su personalidad, solo para darse cuenta más tarde de que todos son iguales y, el más espectacular: el fraude perpetrado por un predicador que dice curar los males de la gente, cuando en realidad le van dando instrucciones a través de un pequeño receptor de radio oculto en su oreja. La película toma verdadero interés cuando el personaje interpretado por Robert de Niro, un presunto psíquico que fue famoso hace años y se retiró, vuelve a los escenarios como una especie de reto para los dos protagonistas. Quizá este personaje esté vagamente inspirado en Uri Geller, el israelí que se hizo mundialmente famoso doblando cucharas con el poder de su mente y al que James Randi desenmascaró con la complicidad del presentador de uno de los programas a los que acudió.

Es una lástima que a partir de la muerte de la doctora Matheson, la trama de la película baje muchos enteros y siga el dictado de un thriller de lo más convencional, con un final que no fue satisfactorio para casi nadie, pero que sin duda estuvo dictado por los productores en pos de la comercialidad del producto. Si que es cierto que la película, solventemente dirigida por un Cortés que en muchos momentos recuerda el estilo de Christopher Nolan, dio pie a un extenso debate donde no tardaron en surgir las creencias propias de nuestra sociedad, sobre todo relacionadas con la religión católica y las procesiones que protagoniza. Y yo me pregunto. Si al predicador de la película se le descubre el fraude y se le encarcela ¿no puede hacerse lo mismo (tampoco pediría penas de cárcel, pero sí multas) a quienes se aprovechan de la gente para sacarles el dinero asegurando que cuentan con poderes sobrenaturales? Corríjanme si me equivoco, pero me parece que en España no se ha dado ningún caso parecido, más bien lo contrario: subvenciones a lugares como la casa de las caras de Bélmez o tolerancia absoluta con fenómenos tan pintorescos como el Palmar de Troya o las apariciones de la Virgen en El Escorial, que siempre terminan con alguien enriqueciéndose desmesuradamente, porque al final, como sucede con las religiones, todo es una cuestión de poder y dinero aprovechando el consuelo (o a veces el miedo) que inspiran en los creyentes. Podríamos haber seguido debatiendo toda la noche. Desde aquí quiero agradecer las interesantísimas aportaciones de todos y cada uno de los participantes en el mismo en un tema que a mi me interesa muchísimo. 

Aunque se me olvidó decirlo el viernes, lo pongo aquí. Son un par de recomendaciones de ensayos que tienen mucho que ver con el tema tratado: El mundo y sus demonios, de Carl Sagan, El espejismo de Dios, de Richard Dawkins y Dios no es bueno, de Christopher Hitchens.

Aquí les dejo también el artículo que publiqué hace poco acerca del libro de James Randi:

http://elhogardelaspalabras.blogspot.com.es/2013/09/fraudes-paranormales-1982-de-james.html