sábado, 9 de marzo de 2013

LOS PECES DE LA AMARGURA. FERNANDO ARAMBURU Y LOS DELIRIOS DEL NACIONALISMO.


¿Es verdad que se ha acabado ya el terrorismo de ETA? ¿Qué no va a haber más víctimas, que estamos camino de una reconciliación total? Respecto a la primera pregunta, todos esperamos que la respuesta sea positiva. Respecto a la segunda, los cuentos de Fernando Arramburu nos demuestran que las víctimas siguen siéndolo muchos años después de haber experimentado las amenazas y la violencia en sus propias carnes o en la de sus seres queridos.

Los personajes de Arramburu se mueven como peces fuera del agua, en permanente angustia, encerrados en un círculo de afrentas milenarias que no se acaban nunca, alimentando artificialmente un conflicto cuya auténtica razón de ser, a poco que se examine con frialdad, es el mantenimiento de un status quo que privilegia el victimismo nacionalista, la lógica de la afrenta permanente, la búsqueda de una pureza imaginaria, de un paraíso perdido que nunca existió. Para aquellos que se definen a sí mismos como vascos auténticos, los que piensan distinto, los que tienen unos orígenes raciales distintos, y viven en Euskadi, son opresores. La primera tarea del nacionalismo radical es la de definir las características del buen vasco. Seguidamente se trazará una firme línea divisoria entre buenos y malos. Los que estén al otro lado de la línea serán considerados enemigos y quienes estén a este lado y se desvíen del camino correcto serán estigmatizados.

En uno de los mejores relatos de este libro magnífico un habitante de un pequeño pueblo, de apellido y costumbres inequívocamente vascos intenta redimirse ante sus vecinos por haber tenido una pequeña debilidad con el enemigo, quizá porque erróneamente los trató por unos segundos como seres humanos. No hay perdón para el hereje en este ambiente social opresivo que tanto se parece en algunos aspectos a la Alemania del nazismo: la lucha del pueblo elegido contra los considerados diferentes o incluso inferiores, que contaminan la pureza milenaria de un Estado que no puede ser plural, sino homogéneo.

El ambiente de la Euskadi que describe Arramburu se parece mucho al de Irlanda del Norte que tantas películas no ha descrito: una atmósfera asfixiante donde absolutamente todos los actos de la vida de la persona tienen significado político y todo el que se desvie un ápice de lo consignado será considerado sospechoso. Cuando el terrorista mata a un concejal de un partido españolista no está comentiendo asesinato sino que su mano está ejecutando la justicia del pueblo, que es la verdadera víctima del conflicto. Es la misma lógica que la del violador que alega en su defensa que su víctima le provocó y no pudo evitar agredirla. Lo que sucede es que prácticamente nadie va a dar crédito al violador, pero en el caso del terrorista será considerado un héroe por muchos de sus conciudadanos, que ignorarán el infierno de la madre del muerto para centrarse en el purgatorio de la del asesino, que debe viajar muchos kilómetros cada vez que quiere visitar a su hijo en la cárcel.

Los relatos de Fernando Arramburu tienen el acierto de describir el conflicto vasco desde todos los ángulos: desde quien lo sufre indirectamente, con una mezcla de congoja y de fastidio, hasta quien lo sufre directamente en sus carnes, pasando por quienes se benefician del mismo. Pero su mirada intenta transmitir ante todo el dolor de aquellas víctimas inocentes que ven rota su vida por culpa de este enorme malentendido que es ese nacionalismo radical que todo lo impregna de desconfianza, de miedo y de odio, definido estupendamente en su libro El mito nacionalista por Fernando Savater, ese vasco que ha sabido siempre plantar cara valientemente a la amenaza terrorista:

"(...) el nacionalismo no es un sentimiento, sino una ideología política. El nacionalismo no habla de amores, sino de quien debe mandar y cómo ha de organizarse una sociedad: de modo que convierte la pertenencia étnica en base y orientación de la participación democrática. Del sentimiento de amor al propio terruño no se deriva forzosamente la ideología nacionalista, del mismo modo que el incesto no es una consecuencia inevitable del amor filial: en ambos casos se trata de desbordamientos morbosos y probablemente indeseables. (...) Como ha señalado con razón y gracia Julián Marías, uno puede saberse perteneciente a una nación sin ser nacionalista, lo mismo que puede tener un apéndice sin padecer apendicitis."

Sin duda las heridas en el País Vasco tardarán en curar, sobre todo porque ETA todavía no ha pedido perdón por provocar tanto sufrimiento innecesario y porque si ha abandonado su campaña de asesinatos no ha sido por una conversión milagrosa a las fórmulas pacíficas, sino porque estaba perdiendo la guerra que había declarado al Estado español. Esperemos que a partir de ahora la paz no sea un término maleable en bocas interesadas, sino un auténtico sentimiento que incluya a todos los habitantes de ese territorio, tengan la ideología que tengan y provengan de donde provengan. Ya era hora de terminar con las consignas vociferantes y empezar a escuchar discursos razonables.

2 comentarios:

  1. Desgraciadamente no podemos afirmar con rotundidad que esta lacra como es el terrorismo nos haya dejado para siempre, de momento el hecho de no oír como primera noticia en los telediarios una muerte por atentado ya es tranquilizador.Pero puedo apuntar que un matrimonio vasco amigos de mi padre, que como todos fueron saliendo de Marruecos, para integrarse en la patria que no sabemos muy bien que es eso, pues a estas personas les tocó el atentado de Carrero y recuerdo que sus comentarios era como un descanso de un cabrón menos, esas eran sus palabras.En cuando el carácter vasco, es verdad que en los pueblos varía mucho respecto a las capitales, pero eso podríamos trasladarlo a Andalucía, que por más que digamos que es abierta y alegre... depende ,y en cuanto a su hermetismo emocional, yo podría decir lo mismo de mi padre y era Andaluz, es más creo que eso es problema educacional de este país.Ah, por cierto Miguel como me has dicho que pones las pelís en fechas que yo no pueda ir, te diré que iré a la próxima solo por fastidiarte ," espía de pacotilla" Un besote guapetón. jajajaja
    El artículo como siempre muy bueno y el libro también.

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  2. “Dedico el libro a la impureza”. Toda una declaración de principios del autor frente a posiciones fundamentalistas, como introducción a un conjunto de historias que nunca han sido contadas frente a la cosa vasca. Por fin nos estamos acostumbrando a dejar de disfrazar el lenguaje, que durante muchos años ha sido causa y a la vez efecto de una confusión que casi todos hemos compartido en alguna medida. Aramburu ha querido dejar un testimonio histórico inapelable, y lamenta que los escritores vascos no lo hayan hecho antes. Miguel Ángel ha hecho un buen resumen de lo que fue un buen debate

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