sábado, 6 de septiembre de 2014

LA MUJER JUSTA, DE SÁNDOR MÁRAI.

Después de haber leído El último encuentro (por dos veces) y recién terminado La mujer justa, mi impresión es que Sándor Márai es uno de esos raros autores poseedores de un universo propio, que parte de su interior para expandirse a través de unos personajes burgueses que sienten que su forma de vida está deslizándose por el sumidero de la historia. Porque este es uno de los temas principales de ambas novelas: la burguesía, que se creía el motor de la sociedad, que ve como va a ser desplazada en el este de Europa por los conflictos del siglo XX. 

La originalidad de La mujer justa radica en su estructura, formada por tres voces narrativas, que cuentan la misma historia desde sus puntos de vista, lo que constituye un interesante experimento literario, sobre todo cuando el lector va advirtiendo que la verdad acerca de un determinado asunto depende de quien nos lo cuente. Cada uno ha vivido sus experiencias de una manera y esa interiorización es la que tratan de mostrar al personaje invisible que sirve a cada uno de ellos como interlocutor de lo que en realidad es un monólogo. Marika es la perfecta mujer burguesa, educada para ser una esposa impecable ante la sociedad y no mostrar jamás sus emociones, ni aún cuando sabe que su marido ama a otra. A Péter se le puede definir como un heredero. Heredero de un imperio económico que ha encontrado ya su vida resuelta, a cambio de regirse durante toda su existencia por los códigos propios de su clase. Péter no construye ni destruye nada. Solo deja transcurrir sus días entre placeres mundanos mientras convive con una permanente tormenta interior que jamás muestra a los demás. A pesar de esa pasividad como norma de vida, comete por una vez el pecado de dejarse llevar por sus impulsos. Aun así, jamás traicionaría su forma de vida y sus modales burgueses, ni siquiera cuando le toque vagar por un Budapest devastado por la guerra:

"(...) yo también soy un burgués. Soy consciente de ello, conozco bien los errores y los pecados de mi clase y los acepto, asumo toda la responsabilidad de la clase y el destino burgueses. No me gustan los revolucionarios de salón. Uno debe permanecer fiel a aquellos a los que está unido por origen y por educación, con los que comparte el interés y la memoria. Todo lo que tengo se lo debo a la burguesía, mi educación, mi forma de vida, mis necesidades, incluso los instantes más puros y luminosos de mi vida: los grandes momentos de la noble participación en la cultura. Ahora, muchos dicen que la clase burguesa se está extinguiendo, que ha cumplido su función y que ya no es capaz de mantener el papel de guía que ha desempeñado en los últimos siglos. Yo no entiendo de esas cosas. Pero tengo la sensación de que estamos precipitándonos al enterrar la burguesía con tanta impaciencia; seguro que a esta clase aún le queda un poco de fuerza; quizá en el futuro tenga todavía un papel que desempeñar, tal vez sea precisamente la burguesía la que tienda un puente entre la revolución y el orden…"

Quizá el personaje más interesante de los tres sea el de Judit, nombre que seguramente Marái no escogió por casualidad. Judit es una mujer que se ha criado en la más absoluta miseria, que ha pasado parte de su infancia viviendo en un agujero en la tierra y que termina sirviendo en casa de la familia de Péter, acogida casi como en un gesto de caridad por los burgueses. Poco a poco, con la discrección indispensable que implica su condición de sirvienta, irá acumulando un inmenso odio hacia la clase dominante, personalizada en Péter, un ser tan débil que se enamora platónicamente de ella en vez de poseerla sin más ceremonias, como sería su derecho. Su testimonio constituye el testimonio más devastador hacia una forma de vida absurda, aburrida y repleta de un ceremonial vacío e inútil. Porque los burgueses necesitan proteger constantemente su identidad, distinguirse y esterilizarse frente a la impureza de los otros. Necesitan sentirse impolutos, en lo material y en lo espiritual:

"Pero en cualquier caso se protegían contra todo y contra todos. Estaba en su naturaleza. Eran tremendamente suspicaces. Se protegían de las bacterias y de los ladrones, del frío y del calor, del polvo y de las corrientes. Se protegían del envejecimiento, del deterioro físico, de las caries. Lo protegían todo constantemente, sus dientes y la tapicería de los muebles, las acciones y los pensamientos que habían heredado o tomado prestados de algún libro… Yo no era consciente de esto, sólo lo intuía. Pero comprendí enseguida que también se protegían de mí porque podía contagiarles algo."

Así pues, Judit, representante de un mundo primitivo en el que solo importa la supervivencia del día a día, se ve inmersa como testigo privilegiada en unos esplendores que al principio la apabullan y después le repugnan, convirtiéndola en un ser vengativo, que sabe aprovechar las oportunidades que la vida le pone en bandeja, aunque sea para perfeccionar su labor destructiva. Después será la propia historia la que se encargue de ejecutar una cruel venganza, a la que ella parece mirar con tanta indiferencia como el escritor Lázár a los bombardeos aliados sobre Budapest. La mujer justa es una novela sobre la decadencia de una clase demasiado segura de sí misma, contada a partir de sentimientos muy íntimos. Precisamente si algo se le puede reprochar a la novela de Márai es un exceso de transcendentalismo que intenta dotar de significado profundo hasta a las acciones humanas más nimias. En este sentido El último encuentro se presentaba como una narración bastante más equilibrada. A pesar de todo La mujer justa no deja de ser una lectura a ratos fascinante, por la originalidad de su planteamiento y por el profundo conocimiento de su autor de todos los aspectos del comportamiento humano, del que Judit asegura que en su mayor parte es movido por un solo rasgo: el orgullo.

2 comentarios:

  1. Una esposa programada para entregarse hasta renunciar a su propia dignidad. Un marido que no soporta ni la herencia recibida ni la entrega incondicional. Una segunda mujer que sabe aprovechar la situación para disfrutar de un status inalcanzable. Tres fracasados en la vida y en el amor, ajenos a su trepidante época de entregruerras

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  2. El fracaso de la burguesía que es arrasado finalmente por la guerra. Muchos burgueses, como Marai, padecían ese complejo de inferioridad. Eso formaba parte del encanto de la burguesía. Sin la burguesía nunca hubiera existido la crítica a la burguesía, esa insatisfacción es la clave de su éxito.

    El personaje de Judith, la mujer salvaje, depredadora, vengativa y primitiva destruye a los débiles burgueses. Pero nosotros no debemos olvidar que el retorno del mundo primitivo no es la respuesta correcta.

    Vale la pena observar que Marai escribe en una época en que en Centroeuropa tuvo éxito la doctrina nazi, surgida del radicalismo pequeño burgués y que pretendía nada menos que recuperar el vigor primitivo de la humanidad del pasado. La misma cosa de Nietzsche.

    Ahora somos más inteligentes.

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