lunes, 27 de octubre de 2014

UNA TARDE EN EL CUARTO DE LAS ESTRELLAS DE JOSÉ ANTONIO GARRIGA VELA.

Los que conocemos Málaga sabemos que el de la playa de La Araña es un paisaje anómalo, extraño, un lugar de paso que llama la atención de los automovilistas por la desolación de su playa, que, a diferencia de las del resto de la Costa del Sol, no está rodeada de urbanizaciones de veraneo, sino por algunas casitas humildes de pescadores que casi se dirían amenazadas por la imponente presencia de la fábrica de cemento. Su silueta en el horizonte es casi la de un organismo vivo, que en los años dorados de la burbuja inmobiliaria no dormía nunca y dejaba cada día sobre los escasos vecinos de La Araña una fina capa de polvo que nunca puede limpiarse del todo. Este el territorio literario que ha elegido Garriga Vela para su nueva novela. En palabras del narrador, se trata de un lugar donde la contradicción es la norma:

"La Araña es una catacumba amarga, tosca y violenta; un sótano cruel y salvaje, tierno y lleno de vida."

Según nos contó Garriga en el encuentro en la Biblioteca, situar su historia en un paisaje tan singular le ha ayudado a crear una atmósfera y unos personajes muy especiales, porque La Araña es un sitio aparte, casi aislado y sus moradores no pueden ser sino gente con un modo de vida un poco extraño, como él mismo dice, cruel, salvaje y tierno a la vez. En El cuarto de las estrellas el escritor vuelve con los temas que le apasionan: los retratos de familia, el tono autobiográfico de la narración y la presencia de la fortuna - o de la desgracia - en la existencia de sus personajes.

Entre las curiosidades que pudimos escuchar de sus labios, una de las más sorprendentes está en el hecho de haber aprovechado su propia enfermedad, que le mantuvo un mes en el hospital y varios más de recuperación, para transmitírsela al protagonista, dando así inicio a la historia. Hace tres años el escritor se desplomó cuando paseaba por el Paseo Marítimo de la capital malagueña (un lugar, por cierto, desde el que puede atisbarse la fábrica de cemento) y perdió la memoria de los acontecimientos más recientes de su vida, concentrándose ésta en los sucesos más remotos de su existencia. Lo mismo le sucede al protagonista: su estancia en el hospital le hace rememorar la historia de sus padres, de la que fue un testigo parcial y demasiado joven, por lo que tuvo que ir recomponiendo las piezas que faltaban por sí mismo. 

Otra de las peculiaridades de la novela es que estuvo a punto de tener otro nombre: La Araña. Al final una improvisada encuesta dio como ganador a El cuarto de las estrellas, la pieza de la casa donde el padre del protagonista, un hombre bebedor y con dificultad para desarrollar relaciones humanas, al margen de sus amigos de la playa de La Araña, se siente realmente a gusto, un pequeño paraíso cotidiano en medio del purgatorio de todos los días: 

"Mi padre se encerraba a escuchar  bandas sonoras de películas con los artistas que cubrían las paredes de una de las habitaciones de casa que estaba reservada casi exclusivamente para él. (...) A veces, mi padre me invitaba a pasar. Aquel sitio era un mundo aparte. Mi padre lo llamaba el cuarto de las estrellas. Nos sentábamos sobre montones de periódicos y revistas atados con cuerdas y me contaba las anécdotas más disparatadas de los artistas del celuloide."

Personalmente me interesó conocer el motivo de la presencia de New York en la novela, la gran ciudad como contraste al olvidado poblado de La Araña. Precisamente el motivo era ese: la antítesis como búsqueda de la plenitud por parte del padre, la ciudad en la que se desarrollan las historias cinematográficas que ha visionado toda su vida. Al final el viaje del progenitor, acompañado de toda su familia, no hace más que vincularlo aún más a su lugar de origen, como si estuviera condenado a pasar la vida escondido en su agujero. Sólo con sus pensamientos y sus fantasmas, reviviendo pequeños esplendores del pasado, reales e imaginarios. Como si él hubiera sido el funambulista de las Torres Gemelas y no hubiera podido completar su hazaña, teniendo que volver al punto de partida, vencido, pero íntimamente aliviado por una derrota que le lleva a la inacción, a dar por terminada su propia biografía antes de que llegue la muerte física. 

2 comentarios:

  1. Garriga Vela es un novelista de prestigio cuyas obras a veces son englobadas dentro del subgénero de "novela familiar". Esto presenta ventajas e inconvenientes. A muchos lectores les conmueven las evocaciones de los recuerdos infantiles y juveniles, fundamentales en la aparición de la propia identidad, pero a otros les parecen tan previsibles que no les aportan la empatía correspondiente al fenómeno literario que buscan.

    En esta novela, galardonada con el valorado "Premio Café Gijón", tenemos a Garriga en su estado puro. Derivando la historia, si acaso, al episodio de los "topos" de la guerra civil, que ocasionalmente se ha representado en obras literarias y cinematográficas.

    En "el cuarto de las estrellas" tenemos una cierta vinculación necesaria entre la claustrofobia del "topo" y el angustiado entorno de los seres queridos que lo protegen y la claustrofobia de una pequeña población como La Araña, arrinconada entre el mar y la gran fábrica de cemento.

    Pero allí donde hay humanidad en estado puro, la opresión del entorno no logra destruirla. Y esa es la moraleja felizmente resuelta en la novela.

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  2. La Araña como protagonista ¿por fin Garriga Vela ha encontrado su TERRITORIO con mayúsculas? Y es que aquí el paisaje comparte las características de los personajes de carne y hueso de sus novelas anteriores: desolación, introversión, condicionamiento fatalista... invisibilidad. En “Pacifico” lo expresaba muy gráficamente: “vivir como un molinillo, el cuerpo inmóvil como un palo y los pensamientos dando vueltas en la cabeza”.
    En esta ocasión el autor tampoco nos ha decepcionado a sus lectores. Y su presencia ha incrementado esa satisfacción.

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