martes, 30 de agosto de 2016

Juana Morante Cayuela. Málaga 1947

Gente corriente
  
La gente corriente es un filón, una cueva de Alí Babá que guarda el tesoro inestimable de las historias  anónimas de las que el escritor se nutre, y además,  mágica palabra: ¡Gratis!
            La gente corriente, se sienta a tu lado en el tren, y es, por ejemplo, una vieja con las piernas hinchadas que interrumpe tus sublimes instantes de comunión con el paisaje que,  según tú, se desliza tras la ventana, y del que esperas inspiración, pues, últimamente, las musas te han dado la espalda. La vieja te desgrana sus múltiples dolencias, sus agravios no digeridos, sus abortos no deseados y los que “!ojalá hubiesen sucedido!”… y ahí se calla… congelando su mirada y el rictus de amargura lo disfraza de sonrisa de abuelita abnegada;  cambia de tercio, y pasa a contarte lo maravillosos que son sus nietos…   Tú,( que para entonces ya has desconectado), asientes con una falsa sonrisita de complicidad, y le dices, suspirando de alivio, cuando se levanta con dificultad para bajarse en la próxima estación:“!Cuídese, abuela!”, y le bajas la maleta, y te sientes la mar de bien por haberla soportado sin que se te notara tu fastidio… Y se queda el asiento de al lado vacío, mientras el tren comienza de nuevo a circular lentamente y la viejecilla está en la estación, sola, con sus maletas y sus bolsas de plástico repletas de dulces caseros hechos por ella misma, “como Dios manda”, y que sus hijos tirarán a la basura, porque engordan, y sus nietos no querrán comerse porque prefieren las chuches del quiosquero de su barrio….
    Y de pronto caes en la cuenta de que ahí, en las piernas varicosas de la vieja, tienes un argumento, y en sus agravios  medio desvelados, tienes otro argumento, y en sus abortos no revelados, y en sus hijos  que llegan tarde para recogerla, pero que llegarán, ella lo sabe, y por eso no se preocupa lo más mínimo de su soledad rodeada de equipaje. 
     Esa escena de la vieja en la estación, con sus plásticos y su maleta, ¿acaso no es un poema  que te ha regalado esta poco agraciada musa anónima, (ni siquiera sabes su nombre), que te dice adiós, casi seguro para siempre, con sus manos abiertas,  su sonrisa pícara, y su rostro arrugado de hada vieja?





Sombra de dolor

 La sombra del dolor voló en tu sueño
                         alejando la claridad del alba.
                         Las alas de la noche te asustaron,
                         el miedo escupió su baba en tu hoguera.
                         
No llores: el solsticio de verano
                        le robó, sí, de nuevo, a tu mañana,
                        un poco de luz rosa, y tu ocaso
                        sangra un poco menos entre las nubes

                        ¿Acaso no te habías dado cuenta
                         de Lo triste que estaba tu arcoíris
                        Y que la lluvia ya no te mojaba?

                        Pero ya acabó; levántate, anda,
                        abandona el drama, y ahora, camina,
                        con tu brasa de  amor, viva en el pecho.




1 comentario:

  1. Me ha encantado como escribes Juana, para mi un gran descubrimiento! Enhorabuena y nos vemos en el club.

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