lunes, 9 de julio de 2018

LA DULCE ENVENENADORA de Arto Paasilinna

                                     Por Esperanza Liñán Gálvez

      Apunte biográfico del autor: Arto Paasilinna nació en Kattila, Finlandia, en 1942. Entre sus muchos oficios figura el de guardabosques – de ahí su gran conocimiento de las plantas y su cercanía con el ecologismo- que demuestra en muchas de sus obras. Ha sido periodista,  como demuestra en su facilidad de lenguaje y capacidad de síntesis. Al parecer también hizo sus pinitos en la poesía. Muchos agradecen que no continuara por esa senda y se dedicara plenamente a la novela. Es un autor prolífico, que goza en su país natal de una impresionante fama y sus novelas han llegado a todos los rincones del mundo. En España sólo pueden encontrarse traducidas cinco de sus obras.

     Crónica del Club de lectura: Aunque a tod@s l@s compañer@s no les gustó el sentido del humor de este libro, calificado como humor inglés de Finlandia, en general fue muy bien valorado. Está catalogada como una novela negra porque su temática la encuadra en ese género. Sin embargo, nos lleva a través de la historia con la habilidad de un periodista de oficio, empleando el sarcasmo como un bisturí,  para sacar a la luz temas tan serios como el alcoholismo, la prostitución, el sida, la violencia gratuita o la escasez de valores morales. Y algo que muchos no sospechábamos: la precariedad económica en una sociedad que consideramos nada en la opulencia, le dan a esta obra otra perspectiva. Sin querer queriendo, en apariencia de puntillas, analiza con maestría, a través de unos personajes frustrados y carentes de ética que pululan sin rumbo, otra realidad de su país en esa época.

     No es una literatura trascendental, ni pretende serlo. Su humor requiere la complicidad del lector. El argumento se antoja predecible desde que Linnea, la no tan adorable anciana, decide abandonar el papel de víctima para terminar con los desmanes de su sobrino nieto que le quita cada mes gran parte de su pensión. Comentamos que nos recordaba a la abuelita de Arsénico por compasión. Su desarrollo, casi siempre rayando lo grotesco, nos engancha, entre bromas y veras, a seguirle los pasos hasta el final.
     
    Tiene una prosa ágil, concreta y rápida. No se detiene en historias paralelas innecesarias, que no aportan interés al argumento. Las escenas que se describen están bien estructuradas, son muy visuales y con el toque de lo absurdo como denominador común: recordemos a los policías que en vez de seguir a los delincuentes se paran a comerse el cerdo que estaban asando los susodichos, porque tienen hambre y no era cuestión de desaprovecharlo...
    
      Creo que los personajes, o mejor dicho el excelente ropaje con el que el autor los viste, dan la verdadera dimensión de la clase de individuos que marcan la historia. No abusa de calificativos ni metáforas recargadas. Cuenta solo lo necesario con un lenguaje sencillo pero contundente. En algunos se recrea más, como en el cruel sobrino nieto y sus amigos de fechorías. Tres canallas de manual con pocas neuronas, que ni siquiera se ponen de acuerdo. De ahí que sus actos lejos de beneficiarles en sus intenciones, vayan a parar al terreno de la «abuelita», quien aprovecha cada oportunidad para que sus planes se cumplan casi sin su intervención directa. La anciana, viuda del coronel Ravaska, utiliza a su buen amigo el Doctor Kivisto y sus pócimas, ensayando las dosis apropiadas para conseguir su fin. También se muestra amable y dispuesta a pagar, de forma anónima, el entierro de alguna de sus víctimas. Los indeseables no consiguen sus planes de asesinato para apoderarse de la herencia de Linnea por una serie de rocambolescos acontecimientos.  
No voy a contar paso a paso toda la historia porque ya la conocemos, aunque el autor, y para que ningún crimen quede sin castigo sobre la tierra nos remite al final del libro al mismísimo infierno, y dice textualmente:
    
     La venganza de la hermandad, sin embargo, no llegó a cumplirse, ya que en el Infierno y ejerciendo de guardaespaldas de Linnea se encontraban ya el doctor Jaakko Kivisto y el coronel Rainer Ravaska, así como su viejo amigo del alma: Belcebú en persona.
     Unos auténticos caballeros, los tres… Y una dama es una dama, incluso en el Infierno.

     Más o menos esta es la reseña de nuestro último encuentro, con aportaciones de mi cosecha, pero teniendo cuidado de no salirme del guión.
    
     Personalmente, al voltear la tapa trasera y cerrar el libro, no pude evitar una sonrisa y aunque duró lo justo hasta el siguiente atisbo de realidad, es un texto que ha merecido la pena por los buenos momentos que me hizo pasar.

      Después de leer y comentar en encuentros anteriores los debates morales de un Dr. Glass y su juramento hipocrático. Las muchas diatribas sobre la jurisprudencia británica de La ley del menor. La angustia de la indigencia que tan bien se refleja en Sintecho. Y las peripecias de una niña napolitana, vecindad incluida, de La amiga estupenda, entre otros, La dulce envenenadora ha sido como un bálsamo literario para estos meses de Julio y Agosto.

    Cuando volvamos al cole en Septiembre llegaremos con las pilas cargadas y dispuestos a desmenuzar La ciudad de los Prodigios de Eduardo Mendoza.

    Feliz verano y felices lecturas.

   Esperanza Liñán Gálvez