Viernes negro deja la lluvia tras de sí. Sabe que Cristóbal Cuevas abre sus puertas a Isabel Bono portadora bajo el brazo de una casa sin suelo, paredes ni techo.
La sala bulle de compañeros adictos a leer.
La expectación está en el aire, en las miradas, en los pensamientos, en querer saber, en desear no decir la dificultad de entrar en un libro silencioso, trágico, a golpes, necesitado de ojos que encajen sus escenas.
Una historia familiar en la que el hijo de seis años, al intentar tragar el planeta más grande de plastilina, muere.
Madre, padre, hermana del muerto no saben cómo arrancar de sus vidas tanto pesar.

NADA-TODO
La luz enclaustrada de siempre cede su esplendor a Isabel (nombre de reina) que, en su serena-inquieta persona, cautiva por igual a adeptos y no tanto a la dificultad narrativa de su historia.
Dos decenas de bocas, y algunas más, se atreven a opinar sobre Una casa en Bleturge.
¿Dónde está?, ¿es real?, ¿qué hay allí?, ¿puedo ir?
Palabras, apenas contenidas, enfrentan opiniones varias: «dura», «difícil», «cuesta armar el relato», «no es mi estilo», «he tenido que volver atrás más de una vez», «a mí me ha gustado», «es muy original», «los personajes parecen reales», «engancha», «¿tiene algo de biográfica de ti o de alguien que conozcas? », «¿por qué los personajes no tienen nombre? », «¿los pequeños detalles que asoman los has visto? », «se nota que eres poeta», «queda bien la brevedad de las escenas»…
Todas las preguntas encuentran respuestas.
Aguantamos, de puntillas, frente al tema de una pérdida descomunal.
Isabel, frágil, sencilla, cercana, habla de todo. Su afán de escribir sus sueños en papel, desde los nueve años, guardarlos en un mueble cajonero de su cuarto y olvidarlos luego.
Dice ser observadora de pequeñísimas cosas que la gente suele pasar por alto.
¿Caminar con las llaves en la mano acompaña?
No hay nada mejor que correr sin tener prisa. Y corre.
Masticaba de una forma grotesca para no estropear el maquillaje.
El gato boqueaba como pez con el cuello torcido y el rabo en ele.
Cuando ponen el ataúd en vertical y a ese cuerpo aún caliente se le doblan las rodillas…
Habla de su experiencia ante el prestigioso premio.

A nosotros nos gusta que hable, que diga, que cuente.
Dice escribir a diario.
Sostiene en ventas un grupo de libros con nombres extraños: Hielo seco. Pan comido. Hojas secas mojadas… alimentados con su particularísima poesía.
Tiene dos blogs, isabelbono.blogspot.com y unacasaenbleturge.blogspot.com, dignos de ser visitados. Dice necesitar de la calle, la gente, oír, ver, sentir, anotar…, convirtiendo en prosa o poesía cualquier cosa, porque su visión de todo la vive desde dentro con retazos nimios de fuera.
De su próximo libro-novela nos avisa que va a ser más intenso que el presente, más terrible. Aunque nos asegura sonriendo en una cara ligeramente encendida: «Soy la pesimista más feliz del mundo».
Y es que ella es así, cariñosa, tierna, educada, fina por fuera. Oscura en su pensar.

Alaba a autores y obras desde una sencillez exquisita: Nada que temer, Julián Barnes. También esto pasará, Milena Busquets. La herida en la lengua, La mujer de pie, Chantal Maillard.
La tarde cae en noche.
Hay que volver a casa.
Una casa con suelo, paredes y techo.
Gracias, Isabel.