lunes, 1 de julio de 2024

Madre de leche y miel, de Najat El Hachmi

            Por Gema García Rodríguez

         
           
En “Madre de leche y miel“, escrita por NAJAT EL HACHMI , Fátima, una mujer nacida en el  Rif que ha emigrado a Cataluña con su hija, vuelve de visita a su casa familiar al cabo de varios años y cuenta a sus hermanas lo que ha vivido.

En este relato oral ambientado en dos países, con un lenguaje sencillo, avanzando y retrocediendo en el tiempo, Fátima va alternando las vivencias de su pasado más remoto (en  Marruecos) con su pasado más cercano (y al final su presente) en España - Cataluña.


Empatizamos desde el principio con Fátima, que poco a poco nos va envolviendo en un relato que nos cuesta digerir porque nos duele, nos entristece y nos indigna. Nos habla de las enormes dificultades que tienen que sortear las mujeres musulmanas a lo largo de toda su vida. Una intensa narración desde el punto de vista de una mujer musulmana.

Esta novela nos muestra una de los millones de vidas de mujeres musulmanas y nos acerca a creencias, costumbres y tradiciones del mundo islámico.  Evidencia un tipo de cultura que impera en muchos países donde el desprecio a la mujer es el pan nuestro de cada día. Donde la mujer está vigilada, controlada, sometida e incluso también a las normas particulares de cada casa. Donde, como se dijo en nuestra reunión, la mujer tiene una identidad difusa, no es nadie si no es con otro ( como hija, como esposa, como suegra…) no tiene una identidad propia.

También nos invita a reflexionar sobre posturas extremistas, la falta de libertad, la discriminación, la necesidad de ser respetado, aceptado y el temor a ser rechazado y expulsado del grupo de origen.


“Madre de leche y miel “ también nos transporta al mundo de la inmigración. Nos habla de la dureza de empezar una nueva vida en un país del que no se conoce la lengua y que no tiene nada que ver con todo lo que nos han inculcado anteriormente. Un nuevo mundo de costumbres occidentales que ven irreconciliables con las suyas, una nueva cultura a la que no intentan adaptarse en la mayoría de los casos y que como en el caso de Fátima nunca llegarán a comprender del todo. Un nuevo país, dónde siguen practicando las normas religiosas y culturales del lugar del que provienen… y así se siguen perpetuando estos roles establecidos hace cientos de años , esta realidad demoledora que viven algunas mujeres musulmanas dentro y fuera de sus fronteras.

Finalmente mencionar ese final inesperado y esperanzador en el que Sara Sqali, hija de Fátima, (que en mi opinión representa a esas mujeres marroquíes criadas en España que quieren romper con algunos valores de la cultura islámica y adaptarse a los de la sociedad en la que viven) se marcha, y aunque sentimos tristeza a la vez nos alegra y nos llena de esperanza porque rompe la cadena de transmisión. Con esa huida consigue salir de su entorno, ya no tendrá que ser sumisa como lo fue su madre y ya no tendrá que renunciar a sus sueños e ilusiones…


Esta novela nos invita a valorar el privilegio de haber nacido en nuestro país, en este tiempo, en nuestra cultura…aunque todavía queden cosas por mejorar.

Por último quiero compartir con vosotros una frase sobre la lectura que leí hace tiempo: “ Leemos para encontrarnos a nosotros mismos en los libros y para ponernos en el lugar de otros diferentes “

 Un abrazo a todos.  Gema

lunes, 6 de mayo de 2024

LAS IMÁGENES OBVIADAS

 Por José Luis Heredia Castilla

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais... atacar naves
en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. (Blade Runner, 1982)

     Nuestra relación con el mundo y con nuestra interioridad consiste en experiencias que tienen como destacadas vivencias privadas imágenes. Para Antonio Damasio, que aporta base científica a ciertas cuestiones de importancia relacionadas con el tema que aquí se trata, «las imágenes se construyen bien cuando nos relacionamos con objetos, sean personas, lugares o dolores de muelas, del exterior del cerebro hacia su interior; bien cuando reconstruimos objetos a partir del recuerdo, por así decir, de dentro a fuera» (La sensación de lo que ocurre. Cuerpo y emoción en la construcción de la consciencia). Damasio, en su obra, asume aplicándolo a la perspectiva de su campo —lo que, tal vez, venía siendo expresado más dispersamente por un conjunto de aportaciones anteriores— que entre las imágenes posibles están las imágenes visuales, pero que también se puede hablar de imágenes auditivas, olfativas, gustativas y somatosensoriales.

      Las imágenes que se generan en nuestras mentes, a partir de relaciones sensoriales con cosas existentes, lo harían con ayuda de «las cualidades sensoriales simples» denominadas qualia (un quale, en singular, es ese algo que confiere identidad y nos hace concebir diferentemente y concretamente un color, un sonido, una caricia, etcétera), recreando una escenificación consciente con imágenes que pasan efectivamente a la consciencia y otras que se forman, pero quedan fuera de ella. Las imágenes evocadas mentalmente son menos vívidas. He empezado con una concepción no acostumbrada de las imágenes generadas en nuestras mentes que incorpora los demás ámbitos sensibles, y consideraré después, entre otras cosas, que se pueda hablar de «imágenes naturales» también para cualquiera de los sentidos y que a estas (partiendo de una habitual inclinación no excluyente hacia las visuales) les sea concedida una mayor y mejor atención. Trataré, de esta forma, de dibujar aquí un esbozo en pos de una mejor comprensión del contexto visual poniendo en orden algunos argumentos.

 

  Demasiadas definiciones y usos de «imagen» se refieren sólo a las imágenes visuales que se pueden de alguna forma crear mediante dibujo, pintura, fotografía, cine, video, etcétera, y con sus vertientes digitales: dibujo digital, pintura digital, fotografía digital, videojuegos...; desde tiempo reciente incluso se pueden crear de forma automatizada e inusitada con IA. Estas serían imágenes culturales o artificiales. En el ámbito restringido de lo visual, la teoría dominante suele pasar por alto las imágenes naturales y se detiene obsesivamente en las creaciones humanas. ¿Por qué dar tanto pábulo, como suele ocurrir, a las costumbres o hábitos visuales que implican un gran consumo de producciones visuales, o un elevado disfrute de los mismos, en detrimento de otro tipo de miradas que están necesariamente atentas a todo lo que ofrece el ambiente?

     Estamos hablando, además, de imágenes de distinta especie que tienen cada cual su importancia. Las imágenes visuales llamadas naturales serían —en mi opinión, que difiere de las comúnmente admitidas— todas las que, en condiciones adecuadas, inundan las vidas de los videntes cuando la luz suficiente en el lugar donde se encuentran estimula sus ojos, incluya este lugar imágenes artificiales o no. Y ocurre que nuestra capacidad de abstraernos inmersivamente en la contemplación de las imágenes artificiales o culturales, cuando pasamos a verlas en «modo lectura de imágenes», nos hace olvidar que estamos usando el mismo sistema visual para ver una película en pantalla que para contemplar el mar desde la orilla.

     Habría una impostura en alabar enormemente las elaboraciones del chef y en menospreciar el hecho de que se disfrutan con el mismo sistema gustativo que sirve para degustar una fruta recién cogida del árbol; o embriagarse con los perfumes e ignorar que el mismo olfato recibe, y al tiempo proporciona mediante su biológico funcionamiento, el olor natural de los cuerpos y de los diversos ambientes; apreciar la música y la lengua hablada, pero no comprender que comparten ser sonidos —que nos llegan y que acontecen como percepciones— con el rumor de las olas, el crepitar de las hojas de los árboles ante el viento, los miles de ruidos cotidianos. No debería haber oposición civilizatoria para el hecho de concederles valor, el que tienen, a nuestras visiones: a las imágenes naturales que por la razón que sea nos resultan especialmente significativas. Y poder extraer de ellas legitimadas consideraciones y tener reacciones de todo tipo, incluidas estéticas, filosóficas, políticas o sensuales, de forma semejante a cómo está legitimado responder de esa manera ante unas fotografías de Man Ray vistas en el museo. Consideraciones y sentimientos no necesariamente vertidos en narraciones, en dibujos, o en procesos terapéuticos, pero susceptibles de ello.

     Serían las imágenes visuales naturales, por lo tanto, las que, de entre todo lo que existe ante nuestros ojos, podemos ver por nosotros mismos, siendo inmensamente abundantes y potencialmente significativas. Son las imágenes, primigenias además, que estarían siendo obviadas en la teoría y en la práctica. Una Iconosfera sensible y abierta al acervo biológico que representan las imágenes naturales, en el amplio sentido, además, que se incorpora al tener en cuenta que las imágenes pueden serlo de cualquier modalidad sensorial, sería mucho más valiosa que una Iconosfera restringida a la sola consideración de las imágenes visuales artificiales. De la forma en la que están las cosas, ni un tipo de imágenes, las naturales por defecto, ni el otro tipo, las artificiales por exceso, son objeto de un adecuado conocimiento. Lo que provoca, en la teoría y en la práctica, graves inconvenientes debidos a una difícil sintonía. Se da una desatención a una clase de imágenes, las naturales, a las que, sin embargo, se les concede el estatus de imágenes por derecho propio. Siendo admitida su existencia no se ha alcanzado aún un cabal entendimiento de las mismas. Y se pasan por alto sus complejas implicaciones.


      También ocurre que se suele hablar de las imágenes sin establecer previamente unos contextos y definiciones que posibiliten la comprensión de lo que se trata. Y no se suele lidiar satisfactoriamente con la polisemia de la palabra «imagen». Michel Pastoureau en su libro Los colores de nuestros recuerdos dice que «a lo largo de los siglos el color se ha ido definiendo sucesivamente como una materia, luego como una luz y, al final, como una sensación» y que hemos heredado esta triple definición. Creo que tal reflexión es también aplicable a las imágenes, por lo que a veces me parece que es inevitable referirse a ellas no sin cierta ambigüedad. No obstante y dentro de estos márgenes difusos, podría tratar de hallarse concreción conceptual. Considero, además, que lo visible y la visión nacen o surgen de forma natural, respectivamente, en el cosmos y en los seres vivos que este alberga, con una fecundidad y una importancia enorme, antes de que, ya en la actualidad, sea necesario tener en cuenta las formas de visión artificial que hoy son posibles y cuyo mayor desarrollo se espera para el futuro (distíngase entre visión natural/visión artificial e imagen natural/imagen artificial o cultural).

     Se puede mantener, de todos modos, que las imágenes naturales, al fin y al cabo, son más bien etéreas, inasibles o inmateriales y que difícilmente se pueden objetivar. Pero a esto se puede aducir, sin afán de exhaustividad, la base ontológica que la neurociencia permite ubicar; que existe la intersubjetividad que nos permite contrastar y compartir visiones; y, algo capital, que estas imágenes transcurren en el soporte más caro de los existentes: nuestro propio ser.

José Luis Heredia Castilla, 2 de mayo de 2024

lunes, 22 de abril de 2024

Primer Día del Libro y ecos de la prensa

 Por Esperanza Liñán Gálvez

Según documentación histórica fidedigna el primer Día del libro se celebró en España el 7 de octubre de 1926, con la intención de fomentar la lectura y la enseñanza. La fecha se decidió por creer que coincidía con la del nacimiento de Cervantes. El precursor fue el editor, escritor y periodista valenciano, Vicente Clavel Andrés. Como gran admirador del Quijote y fundador de la editorial Cervantes, propuso la idea en la Cámara del Libro en Barcelona en 1923, que también fue aceptada por la Cámara del Libro de Madrid.

Un año antes de ser aprobado por el Gobierno, El Sol, uno de los mejores periódicos de España, guiado por la línea editorial de Ortega y Gasset, elogiaba la iniciativa, manifestando así el mayor atractivo del Día del Libro: La exhibición de los tesoros que guarda nuestra Biblioteca Nacional, y singularmente su patio central—que pocas personas conocen—, donde hay cerca de un millón de libros, y donde los que no abrieron jamás un libro suelen abrir la boca poseídos de asombro y espanto.

El 6 de febrero de 1926 la Gaceta de Madrid publicó el decreto del Gobierno instituyendo la fecha del 7 de octubre como primer Día del Libro. Se establecía que en las academias, universidades e institutos se celebraran sesiones solemnes dedicadas a divulgar el libro, así como en las escuelas militares y en la Armada. En los colegios, maestros y alumnos, debían dedicar una hora a la lectura de párrafos escogidos de clásicos españoles. Las bibliotecas oficiales y de centros educativos estaban obligadas a adquirir libros ese día y las diputaciones provinciales y ayuntamientos a destinar una cantidad a la compra y reparto de libros. Todos los años en esa fecha las diputaciones tenían que crear por lo menos una biblioteca popular en su territorio. Las Cámaras del Libro de Madrid y Barcelona debían instituir un premio para el mejor artículo periodístico que difundiera el amor al libro y recomendar a sus asociados que hicieran un descuento especial en la compra ese día, así como donar libros a hospitales, hospicios, colegios de huérfanos, centros de beneficencia y centros penales.

El mismo día de la celebración, El Imparcial, otro de los periódicos punteros de la época, en portada y en titulares, publicaba este artículo: La fiesta de hoy. El Día del Libro Español. Una iniciativa que puede ser en el porvenir un nuevo cauce para la difusión de la cultura. Su autor, Luis Álvarez Santullano, pedagogo y destacado miembro de la Institución Libre de Enseñanza, escribía: No es raro exigir a una nación de veinte millones de habitantes, entre los cuales sólo una mitad aproximada sabe leer y únicamente un cuarto o un tercio lee efectiva y cotidianamente, una producción editorial extraordinaria. Seguramente la Fiesta del libro puede contribuir a estimularla. También decía que lo que más le gustaba de ese decreto, era la obligación para los centros docentes y administraciones públicas de adquirir y repartir libros, así como de crear bibliotecas populares.

Se lee hoy poco porque no son todavía mayoría los españoles, así civiles como militares, laicos y clérigos, altos y bajos, que han adquirido desde la infancia la sana costumbre de la lectura; se lee poco también porque no abundan los libros al alcance de la mano, ni tampoco el dinero para adquirirlos en el modesto bolsillo del lector habitual.

La necesidad de elevar el nivel cultural era un sentimiento ampliamente compartido y así lo expresaban entonces distintos titulares de prensa:

En todos los centros universitarios y en todas las academias se expuso, por personas de competencia indiscutible, la importancia del libro y la necesidad de su propaganda. El libro leído y propagado es un negocio para todos, principalmente y casi únicamente para el que lo lee…Nos lamentamos con frecuencia de la falta de pan para los cuerpos y no se clama tanto por el pan para el entendimiento. Cuando este pan se haya hecho de uso ordinario para todos los españoles, podremos ver cómo ha subido el nivel cultural.

La celebración en Barcelona, donde surgió la iniciativa había triplicado el volumen de la producción editorial en los últimos cinco años. Los libreros de la capital estiman que se ha vendido en Barcelona un 40% más que días restantes, recaudando unas 15.000 pesetas. Comentaban los libreros que de cien compradores que entraban en los establecimientos, ochenta eran mujeres. Mujeres de clase media, sobre todo, eran las más asiduas a las librerías. Entre las obras más vendidas estaban las llamadas novelas blancas, es decir novelas románticas pero sin escenas de erotismo explícito, las de viajes y las de aventuras. El periódico publicaba también una lista de los autores más vendidos tanto españoles como extranjeros.

No había demasiadas fotografías de ese primer Día del Libro. La imagen más común, publicada en Nuevo Mundo y en Mundo Gráfico es el acto en la Real Academia de la Lengua, donde se ve a su director, Menéndez Pidal, con el ministro de Instrucción Pública y algunos académicos. En La Nación, un diario vespertino creado a instancias de Primo de Rivera para defender la dictadura, se inmortalizó con una foto de alumnos recibiendo libros en la Asociación de Escritores y Artistas con un texto bajo el título: El Día del Libro se ha conmemorado en toda España con extraordinaria brillantez.


La revista La Esfera, en su número del 9 de octubre publicó un reportaje de siete páginas encabezado por una fotografía de la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional y otra más pequeña de la pila en la que fue bautizado el escritor en la iglesia de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares. Entre grabados con ilustraciones del Quijote y el supuesto retrato auténtico de Cervantes, se podía leer un texto de la charla del periodista con el director de la Biblioteca, Francisco Rodríguez Marín, sobre las 275 ediciones en castellano del Quijote que se guardaban en las vitrinas, los ejemplares raros y en otras lenguas, la caja de caudales donde se conservaba la edición prínceps y otras curiosidades cervantinas.

Poco a poco el Día del Libro fue afirmándose y se incorporaron novedades. En 1928 el Ayuntamiento de Madrid, seguido después por otras ciudades, permitió que los libreros pusieran puestos en la acera de sus establecimientos, lo que triplicó las ventas. También hubo premios municipales para los mejores escaparates.

En 1929 el Día se convirtió en Semana, con descuentos del 10% en la compra de libros desde al 7 al 12 de octubre. Los escaparates y puestos callejeros se adornaron con los retratos de los escritores. El periódico La Libertad, aludía al éxito de libros rusos. La Revolución Soviética y la vida en la nueva Rusia atraían entonces fuertemente a los españoles.

Con motivo de la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla se organizó una exposición permanente de libros modernos hispanoamericanos en la Biblioteca Nacional. Hubo charlas con escritores en diversos centros, concursos literarios y lo último en tecnología: entrevistas durante la semana en la emisora Unión Radio con un autor cada día, entre ellos Ramón Gómez de la Serna y Enrique Jardiel Poncela.

En 1930 fue el último año en que el Día del Libro se celebró el 7 octubre. Por decisión gubernamental la fecha se cambió al 23 de abril al llegar al convencimiento de que no

era seguro el día del nacimiento de Cervantes, aunque sí lo era la fecha de su muerte. A este cambio también contribuyó la presión de la Cámara del Libro de Barcelona, que buscaba una fecha más comercial como la del 23 de abril, coincidiendo con la fiesta de Sant Jordi y el tradicional obsequio de flores. Fue un acierto porque se consolidó la costumbre de los hombres de regalar flores y las mujeres libros. En Barcelona los libros concentraban a una gran multitud alrededor de los puestos de venta en Las Ramblas, y las librerías estaban abiertas hasta las doce de la noche. El libro de mayor éxito ese año era uno del líder de la India, Mahatma Gandhi.

El 14 de abril de 1931 se proclamó la República en España, así que el Día del Libro, celebrado por primera vez el 23 de abril, solo unos días después del cambio de Régimen, pasó algo inadvertido. Los acontecimientos políticos ocupaban, casi en exclusiva, la preocupación de los españoles. Al año siguiente, 1932, en el que el debate político se centró en el Estatuto de Autonomía de Cataluña, el Día del Libro fue un gran día de fiesta en Barcelona. Ahora publicó un reportaje gráfico con el título: El Día del Libro y la Fiesta de San Jorge, con fotografías alusivas de los puestos de libros y los de flores.

El mejor año del Día del Libro en Madrid fue 1933. Por primera vez se celebró, en el paseo de Recoletos, la Feria del Libro del 23 al 30 de abril. Veinte stands de editoriales participaron con modernas casetas donde se exhibían las novedades con los autores firmando sus ejemplares. Se instalaron micrófonos y altavoces para que los discursos y charlas con los escritores pudieran ser oídos por el gentío que llenaba el paseo. El día 25, Ahora dedicó un reportaje gráfico a su inauguración, con el ministro de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos, y el alcalde, Pedro Rico. El último día de la Feria su portada mostraba la visita de las dos principales autoridades españolas que asistieron, el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora y el de Gobierno, Manuel Azaña.

En abril de 1936 se conmemoró el último Día del Libro antes de la Guerra Civil que puso un trágico paréntesis en la vida española. Un reportaje de la revista Crónica del 3 de mayo informaba que las Rimas de Bécquer había sido el libro más vendido de la Feria. Los libreros lo regalaban si la compra de libros superaba las 15 pesetas. El afán por hacerse con la obra del inmortal poeta disparó las ventas hasta un 100%. Como el preludio de esas ironías imprevisibles del destino, los versos de amor fueron los más leídos antes de la gran tragedia que marcaría para siempre la historia y los sueños de los españoles.