sábado, 24 de mayo de 2014

LA GRAN CASA, DE NICOLE KRAUSS.

A veces pensamos que los mejores escritores son los que han vivido vidas intensas, al límite, los que han padecido todo tipo de experiencias negativas, los que han visto lo peor de la existencia humana. Pero este no es el caso de Nicole Krauss. Nacida en una familia rica de Long Island y educada en las mejores universidades. Es como si su vida hubiera sido un camino asfaltado con meta en su auténtica vocación: la escritura, donde le esperaba, como no podía ser de otra manera, el triunfo que ya le habían vaticinado autores como Roberto Bolaño. Además, está casada con otro gran escritor: Jonathan Safran Foer.

La gran casa fue la novela de su consagración, después del gran éxito que supuso La historia del amor. Se trata de una narración de estructura compleja, que requiere de una lectura prolongada y atenta, incluso de segundas y terceras lecturas, si queremos descubrir todos los vericuetos de la trama. En lo que hemos estado casi todos de acuerdo es en que su construcción es impecable, si bien esto no tiene por qué derivar en un disfrute pleno de la novela. Al analizar el estilo de Nicole Krauss se nota que trabaja con esquemas y que sigue fielmente los postulados de los mejores talleres de narrativa, lo que transmite perfección técnica, pero también algo de frialdad.

En La gran casa encontramos varias tramas unidas por la presencia en la vida de los personajes de un antiguo y enorme escritorio que, según se cree, perteneció brevemente a Federico García Lorca. En realidad se trata de un recuerdo familiar que obsesiona de uno de los protagonistas. Cierta sensación de extrañeza se produce en el lector cuando se adentra en la vida y en las intimidades de estos seres de ficción. Casi todos son gentes solitarias, que prefieren orientar su existencia hacia su interior, en vez de, como hace la mayoría, mezclarse con la sociedad. Esto consigue que la más nimia de sus acciones o decisiones sea tratada con excesiva trascendencia, lo que resulta algo incómodo, pues resta naturalidad al relato:

"Había algo en mí que me hacía rehuir el bullicio vital y preferir la premeditada congruencia de la ficción a la realidad inexplicada, preferir una libertad sin forma al enérgico esfuerzo de acompasar mis pensamientos a la lógica y el fluir de los de otro."

Quizá esta actitud se justifique en parte porque la sombra del holocausto, que es muy alargada, está muy presente en esta novela.

En suma, Krauss se muestra aquí como una magnífica narradora, conocedora de todas las técnicas del oficio, que sabe transmitir emociones, aunque a veces de manera poco natural. La gran casa es un compendio de la soledad humana, simbolizada por esos compartimentos estancos que son los cajones del escritorio. Y una gran metáfora del pueblo judío, el pueblo que hace del conocimiento la gran razón de su existencia y a la vez una fuente de sufrimiento, ya que pueden encontrar respuestas para todo, excepto para el misterio de la soledad y la muerte. Quizá ésta se encuentre en la Gran Casa, el instrumento vertebrador de las almas de los hebreos, errantes por el mundo, pero sabiendo en lo más íntimo, que tienen un hogar común al que volver.

sábado, 10 de mayo de 2014

LA MUERTE Y LA DONCELLA.

Paulina Escobar es una mujer rota. Habita en un país sudamericano que está viviendo la transición desde una terrible dictadura a la democracia. Durante aquella etapa ella fue militante política clandestina, fue capturada y torturada salvajemente durante semanas. Paulina no puede olvidar. Si observa que un coche se para de noche junto a su puerta, se abalanza sobre su pistola y se esconde temblando. Después de quince años, sigue reviviendo aquellos hechos como si hubieran sucedido el día anterior. Y es que un torturado difícilmente se recupera del trauma, del dolor, de la humillación, de la situación de indefensión en la que la humanidad es reemplazada por el puro terror. Gerardo, su marido, le debe la vida. Ella jamás lo delató y, a pesar de que cuando fue liberada él era amante de otra mujer, finalmente se casó con Paulina con una mezcla de agradecimiento y amor. Con estos antecedentes, la convivencia del matrimonio Escobar es complicada y se sostiene es por la inmensa paciencia del marido, un hombre que apenas es capaz de imaginarse los padecimientos de Paulina. Como es lógico, ella paga con reproches contínuos a su esposo su rencor contra el mundo. Para más inri, Gerardo acaba de aceptar el nombramiento como presidente de una Comisión para el esclarecimiento de la verdad de los crímenes de la dictadura.

La misma noche tormentosa en la que Paulina ha conocido el nuevo cargo de su esposo, llega un invitado circunstancial a la casa, que se encuentra situada en un paraje aislado de la costa. Ella escucha su voz. Se estremece. Los recuerdos vuelven con más fuerza que nunca. A pesar de que padeció su tormento siempre privada de visión, la voz del doctor, el peor de sus verdugos es inolvidable. El médico que primero la curó y después la violó, que la trató como un pedazo de carne. Ella le golpea y lo ata. Se han cambiado los papeles. La antigua víctima tiene ahora el poder. 

A partir de aquí ya tenemos establecidos los personajes de esta obra, que, al más puro estilo de Polanski, está concebida como un juego de supremacía, mentiras y amenazas. Paulina al principio manifiesta una rabia animal, que tiene que ver con un deseo de venganza. Miranda defiende su inocencia, ante su presunta víctima y también ante el espectador. Y Gerardo, siempre prudente como hombre medroso que es, intenta aportar un poco de cordura a la situación, intentando la simulación de un juicio justo. Poco a poco ella cambia la idea de una venganza voluptuosa por la de una confesión sincera del reo. Eso demostraría su superioridad moral: ante el doctor Miranda, por no llevar su poder temporal sobre él hasta las últimas consecuencias y ante su marido, que comprenderá la auténtica dimensión del sacrificio al que tuvo que someterse para salvarle la vida.

Puede parecer, en una primera impresión, que La muerte y la doncella quiere reflexionar sobre la reconciliación y el perdón, pero en realidad lo que busca la Paulina es algo que las víctimas raramente consiguen: la confesión de su torturador, la humillación de tener que exponer sus pecados: el cobarde abuso que cometió sobre seres indefensos. La confesión es también una forma de justicia, quizá más pura que la mera venganza penal ejecutada por el Estado. Por eso casi ningún criminal - me refiero a asesinos, violadores, corruptos y demás calaña - suele confesar su culpa y mucho menos pedir perdón a la víctima. Por eso Paulina no busca que el doctor Miranda se justifique, sino que le devuelva su identidad como persona. Y esto solo lo va a conseguir con el reconocimiento de la abyección moral de un torturador que no va a tener más remedio que asomarse - aunque sea brevemente - al abismo infernal de sus propias obras. Una película redonda, sostenida por la tensión que sabe imprimir Polanski al relato y por la magnífica interpretación de sus tres únicos protagonistas.

martes, 6 de mayo de 2014

Encuentro con Antonio Soler

Después del encuentro con Antonio Soler se acaba teniendo la sensación de haber estado con un escritor en toda regla, conocedor de todos los secretos y las leyes de su oficio, y con sabiduría y experiencia para comunicarlos.
Estos últimos días he refrescado la lectura de “Una historia violenta” y me ha vuelto a impresionar. Y no lo digo por halagar, pues con la misma sinceridad confieso que me han gustado “Las bailarinas muertas” y “Málaga paraíso perdido”, y que sin embargo no me han enganchado otras obras del autor.
El escenario donde se sitúa la historia nos es muy familiar, un tiempo y un espacio local que todos reconocemos, y que sin embargo el relato los transciende hacia contenidos simbólicos universales: “He querido hacer una historia sobre la naturaleza humana, el poder, el deseo, los celos... Situarla en Málaga no quiere decir que no trate de cuestiones universales”. Aunque el autor no entra en ello, hay quien denomina este paisaje como “TERRITORIO SOLER”, un lugar no tanto espacial como interior, de visión de la vida y de la naturaleza humana, y bajo el convencimiento de que los grandes dramas personales los sufrimos en los entornos familiares y sociales más cercanos.
La narración está en primera persona, desde los ojos de un niño, y por tanto con matices no totalmente explicados en la novela. Exigen la inteligencia del lector para resolverlos o al menos darles una interpretación entre las muchas posibles. El niño,  como tal, no valora,  no explica, no intepreta. Sencillamente mira, temeroso o indeciso, y trata de adaptarse a la realidad que le ha tocado vivir. Es por tanto una novela de iniciación, de asimilación del entorno, de aprendizaje enfrentándose a lo diferente para crecer.
La novela consigue transmitir la vulnerabilidad de la naturaleza humana, y más concretamente de la infancia, que se desarrolla en un entorno que es a la vez protector y amenazante, refugio y campo de batalla, que se evoca como trágico pero a la vez con nostalgia.
Antonio Soler nos reveló algunos de sus estrategias como escritor. A raíz de una primera idea generadora que le hace sospechar que puede ser objeto de convertirse en novela, el primer proceso no lo exterioriza, sino que lo trabaja mentalmente. Antes de comenzar a escribir incluso ha llegado a resolver algunas de las dificultades o problemas planteados. Y el tránsito de la cabeza al ordenador a veces produce chascos y otras veces alegrías. Un personaje prometedor termina no dando juego, y otro secundario resulta estar repleto de  posibilidades. Pero la escritura siempre la realiza linealmente, tal como llega al lector, aunque en sucesivas relecturas haya modificaciones más o menos profundas.

Agradecemos a Soler su aprecio por los clubes de lectura, “reserva espiritual de las sociedades industrializadas”, con los que siempre confiesa  su predisposición a encontrarse siempre que se lo soliciten y su agenda lo permita.
Pepe de la Torre