lunes, 29 de abril de 2013
ADIÓS, PEQUEÑA, ADIÓS. JUSTICIA Y PATERNIDAD.
Al terminar la proyección de esta película sucedió algo muy curioso: el dilema ético que plantea en su tramo final dejó a más de uno pensativo y seguidamente comenzó un apasionado debate en el que los conceptos de ley y moral tuvieron un gran protagonismo.
Adiós, pequeña, adiós, fue la primera película de Ben Affleck, el ganador del Oscar de este año con Argo. El escritor Dennis Lehane, en cuya novela se basa la película, parece obsesionado por la cobardía que supone la agresión a los más débiles, los niños, por los traumas infantiles que marcan para toda la vida y que dejan a los hombres indefensos para afrontar el futuro. La presentación que propone Affleck, con imágenes, música y comentarios de una voz en off, de un barrio pobre de Boston, es magnífica. Parece que nos esté enseñando un escenario donde todo es posible, donde el mal está omnipresente, pero también existe un pequeño espacio para la decencia, una ciudad que también será escenario de su segunda película.
Este es uno de esos raros casos en los que la adaptación cinematográfica resulta de mucha más calidad que la novela en la que se basa. Desapareció una noche, de Dennis Lehane es la cuarta novela del ciclo protagonizado por los detectives Kenzio y Gennaro, que con pareja profesional y sentimentalmente. Si bien la trama de la película es compleja y hay que prestar mucha atención para poder armar todos las piezas del rompecabezas, en la novela lo es aún más y a veces la proliferación de datos, personajes y vueltas de tuerca se convierte en excesiva para el lector, algo que es solventado en buena medida por la gran interpretación de casi todos los actores en la película, entre los que destacaría especialmente a Amy Ryan, absolutamente verosímil en su papel de madre descuidada y drogadicta, que trata a su hija más como un objeto, a veces adorable, a veces incordiante, que como la persona necesitada de amor que es.
Para conducir un coche necesitamos sacar un carné, para ejercer ciertas profesiones necesitamos un título e incluso hay que hacer un examen para estar autorizados a manipular alimentos en ciertos oficios. Pero padres o madres podemos ser cualquiera de nosotros, sin más autorización que el devenir natural de las cosas. Es una paradoja. Pero también es un derecho que solo puede ser revocado en casos muy graves. De eso, entre otras cosas, trata, Adiós pequeña adiós, sobre la injusticia que supone nacer en determinados ambientes, ser hijo de padres irresponsables que no fueron capaces de dilucidar las consecuencias de traer una nueva vida al mundo a la que condenan a una vida de podredumbre muy parecida a las suyas propias.
sábado, 20 de abril de 2013
LA TABERNA DE EMIL ZOLA
La taberna de Emil Zola.
Zola da una lección de escritura
sin concesiones y buen hacer en esta novela. Para ello sigue a unos personajes-
en realidad, a un personaje: Gervasia y los que con ella se relacionan- en su
intento de integración social, su fracaso y el viaje a los infiernos en su
fallido paso por la vida. Zola hace todo esto mostrando, nunca moralizando. Lo
cual hace la novela asombrosamente moderna.
Gervasia se nos muestra, al
principio de relato, viviendo (malviviendo) con Lantier del que tiene dos niños
de 4 y 7 años. Lantier es un crápula que, después de dilapidar hasta el último
franco que les queda, la abandona por otra. Gervasia sobrevive de su trabajo
para mantenerse ella y los chicos. Pero no consigue zafarse ni en su corazón
ni, posteriormente, de su vida de Lantier.

Esta laxitud del carácter de
Coupeau muestra sus fatales consecuencias cuando se presenta la ocasión. Esta
surge cuando, tras un grave accidente laboral, se ve obligado a un largo
periodo de inactividad, permaneciendo en casa bajo los cuidados de Gervasia-
gracias a cuyo esfuerzo y determinación se recupera-, pero al final de la convalecencia,
él hombre de hogar que era, empieza a frecuentar las tabernas en compañía de Lantier,
también antiguo conocido de él.
Esta relación con Lantier es fatal
para el matrimonio Coupeau: él, que supuestamente detestaba a quienes bebían,
termina alcoholizado e incapaz de volver al trabajo; ella, vuelve a ser la
amante del “tío” que la dejo abandonada y en la ruina, y además queda como la
única que puede aportar, como sea, algo de dinero para mantener la familia.
De aquí en adelante todo es
degradación y marcha hacia el abismo.
Mi conclusión de lector, porque
esta novela está entre las que obliga a cada lector a sacar sus propias
conclusiones-como debe ser-, es que Zola nos muestra a través de las paginas de
su obra los tres grandes pilares que conducen a la perdición de ciertas personas.
Segundo, la ignorancia y la falta de educación que impiden que
estas personas reaccionen contra el medio que las degrada y envilece. La
ignorancia queda magistralmente expuesta por el escritor de una forma
tragicómica- la ignorancia no deja de ser una forma de vida- cuando, para hacer
tiempo hasta la hora del banquete, la comitiva de boda de Gervasia y Coupeau
visita un museo. El autor lo resume con esta frase, “siglos de arte pasaban
ante su ignorancia estupefacta.”
La falta de preocupación, o mejor
dicho, la despreocupación por la educación, aunque latente en toda la novela, nos
es arrojada al primer plano cuando la protagonista mantiene relaciones sexuales
sin tener en cuenta para nada la presencia de su hija pequeña en la misma
habitación. La pequeña Naná, que años más tarde hubiera sido una estupenda
candidata para el diván de Freud, pronto acusa estas carencias educativas.
Podemos pensar, en principio, que esta es una
magnifica novela costumbrista: no creo que haya tratado histórico mejor
documentado sobre oficios y modos y maneras de la clase obrera de la época.
Pero también es una gran obra realista, la prostitucíon, y el abandono y
embrutecimiento total en el alcohol y otras “sustancias”- aunque sea el
ocasional de fin de semana- sigue siendo una lacra que afecta a todas las
sociedades actuales. Y, según dicen ellos, uno de los primeros motivos de
preocupación de gobernantes y educadores. (Se gastan, o por lo menos se han
gastado antes de la crisis, cuantiosas sumas de dinero en tratar de
averiguar que importancia tiene el medio y cual la determinación genética en
estos comportamientos, pero esa es otra historia).
Mientras tanto, cuando todo
falla, nos sigue quedando la vieja metáfora de la perdición: la taberna. Como
así lo canta el maestro J. Sabina “...y volví a la perdición de los bares.”
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