Por Esperanza Liñán Gálvez
En esta ocasión el encuentro del Club de Lectura, debido
a la labor de nuestro bibliotecario, cuya dedicación no tiene límites, respiró
el aire de una terraza urbanita. La brisa y las ganas de vernos hicieron que,
aunque con las caras a medias por las mascarillas, comentáramos sin parar el
argumento. Escuchamos las risas amortiguadas, que junto a la expresión de los
ojos, nos despertaron las numerosas anécdotas del libro y otras de nuestra
cosecha. Muchas gracias Boss, por
saciar las ansias del reencuentro con otros aires, tan necesarios en estos tiempos.
La puerta, su título nos evoca en sí mismo unas expectativas de lo que podemos encontrar entre sus páginas. Hay otras puertas entreabiertas que intervienen en la historia, sin monopolizarla, como el contexto histórico del régimen comunista húngaro que afectó a la obra literaria de Magda Szabó. Está escrito con una prosa cercana, sin dejar de ser impecable y precisa, además de envolvente. Nos sumerge desde el principio en el final: una prolepsis, que lejos de hacernos desistir, nos impulsa a descubrir con avidez en cada capítulo los aspectos desconocidos e inesperados de la vida de Emerence, la asistenta. Su constante interrelación con el personaje de la escritora y todos los que intervienen en su azarosa historia.
La puerta no es la que pensamos al principio. La autora despierta el interés de los lectores a pinceladas, hasta que Emerence decide contarle a la señora el secreto que esconde, celosamente guardado, detrás de ella, y hacerla cómplice del posible desenlace.
Emerence es una anciana orgullosa, cuyo carácter ha
endurecido una infancia terrible carente de amor, que solo desvela cuándo y a
quién quiere. Es de una vitalidad fuera de lo común. Una mujer muy humanitaria
que recorre el barrio con sus guisos de
comadrona, para los enfermos que lo necesitan. Recoge a los gatos indefensos,
incluso los adopta en la vivienda de su portería, saltándose las normas comunitarias.
Da cobijo, bajo ese mismo techo, a los débiles y perseguidos por la justicia. Es
una buena samaritana, que ayuda pero no admite ayudas. Que no comulga con el
cristianismo, ni quiere saber nada de Dios ni de su Iglesia. Y conoceremos sus
motivos…
Cuando asiste a la entrevista de trabajo con quién la
va a contratar para el servicio doméstico de su casa, como si fuera el mundo al
revés, interroga a su posible señora sobre
sus costumbres, por si eran ruidosos o alcohólicos, y dice: «Yo no lavo la ropa sucia de cualquiera».
Esta frase es una
declaración de intenciones de su fuerte personalidad. Siempre fiel a sí misma,
encontraremos unos rasgos de su carácter tan variados como opuestos, que se nos
antojan de una convivencia casi imposible bajo una misma piel.
Se dice que la escritora basó esta historia en la
relación, de muchos años, con su asistenta, Emerence Szeredás, y el argumento está
centrado en ella, pasado por el tamiz de la ficción.
La voz narrativa de la historia es el personaje de una escritora, cuyo nombre solo menciona Emerence, casi al final del libro: Magduska, nadie más que la familia me llamaba así. El Amo, el esposo de la escritora, y Viola, un perro al que ella puso un nombre femenino, aunque era macho. Los demás personajes son: Polett, El teniente coronel, su sobrino (el hijo de su hermano Józsi), Adelká, Sutu, el señor Brodarics, sus familiares cercanos de sangre, aunque lejanos de sentimientos, y todos los inquilinos de la urbanización que ella cuidaba y limpiaba sin descanso. Algunos con mayor visibilidad que otros, pero todos como satélites girando alrededor de un Sol llamado Emerence. Magda Szabó consigue hacerla destacar por sus muchas peculiaridades. Desde las primeras páginas el personaje de la escritora intenta conocerla y se ve superada por su asistenta, esa mujer que «Solía vengarse de las preguntas indiscretas con esa ironía elegante y perspicaz tan suya».
«Emerence mantenía una actitud hostil hacia todo lo intelectual y consideraba que quienes se dedicaban a ello eran holgazanes. Cuando la base de mi vida eran los libros, y mi unidad de medida, las palabras».
«Según la visión política de mi asistenta, el mundo estaba
dividido en dos clases de personas: los que barren y los que no».
Su lectura es ágil y no faltan elementos que nos
atrapan en cada capítulo con la calidad creativa de la autora. Su brillantez
nos demuestra que, en una historia con tintes domésticos aunque nada comunes, se
pueden abrir infinitas posibilidades con las vidas de sus singulares personajes
y una excelente narrativa. El libro comienza y termina con la pesadilla de una
puerta y la sensación de una culpa.
Solo después de traspasar el umbral de La Puerta hasta llegar a su última página, somos conscientes de que hemos abierto, de la mano de sus palabras, muchas otras puertas simbólicas sobre la psicología humana.
Es la historia de un cariño convertido en amor materno
filial, administrado a cuentagotas. Con muchas concesiones por ambas partes y
una tolerancia puesta a prueba diariamente a través de los años.
Quizá no todos los compañeros estarán de acuerdo, pero en mi opinión es de esos libros que supera, sin pretenderlo, el listón literario de los grandes, los que dejan huella en la memoria.