En El informe de Brodeck cobran visibilidad las peores
tragedias humanas a través de la memoria de las palabras, muchas veces hechas
metáforas para suavizar el horror de la vida del personaje. El perro Brodeck,
como se llamaba a sí mismo, que sufrió maldades y vejaciones en un campo de
concentración. Lo soportó todo por amor a Emélie, su mujer, y el deseo de
volver a su lado, y a Fédorine, su madre adoptiva, que lo salvó de niño. El
relato transcurre en un tiempo indeterminado y un lugar no específico. Es sutil
en los detalles: solo nombra con una S, la ciudad donde lo apresaron para
hacinarlo, junto a muchas otras personas, en trenes hacia un destino
desconocido. También al describir la rotura de los escaparates, en lo que
parece ser La noche de los cristales rotos. Sin nombrar a los nazis, ni el
campo donde deambula como un fantasma entre fantasmas.
Brodeck dice textualmente, después de haber recibido el
encargo de un informe, sobre El Anderer: un personaje, salido de la nada y su
violenta muerte, que retrató al pueblo desde su oscuridad interior. Siempre me
ha costado un poco hablar y expresar lo que bulle en mi cerebro. Prefiero
escribir. Escribiendo, tengo la sensación de que las palabras se vuelven
dóciles, de que vienen a comer de mi mano como pajarillos y hago con ellas casi
lo que quiero, mientras que cuando intento juntarlas en el aire, se me escapan.
El Alcalde, después de una deliberación con los principales
del pueblo, piensa en Brodeck porque era la persona más culta y no había
participado en el desenlace de El Anderer. El cura hubiera sido un buen
candidato, de no ser un alcohólico, aunque acertado en sus juicios que le dice
a Brodeck: el sacerdote es el hombre cloaca donde los hombres sueltan sus
inmundicias, bajo el secreto de confesión.
Y él se ve obligado a hacer esa tarea para el pueblo que un
día no dudó en enviarlo al infierno. Mientras lo redacta surgen sus horribles
recuerdos del Campo, que relata aparte. El encargo era para limpiar las
conciencias de sus habitantes, cuya deriva final no conocía. Es aquí donde el
autor, con unos pocos detalles, nos desvela ese elenco riquísimo de personajes
y su muestrario de vilezas: La Mujer del Comandante, la comedora de almas, que
disfrutaba con los ahorcamientos diarios en el campo. Era su ritual matutino,
mientras acunaba a su bebé en sus brazos. De cómo perdían la identidad en el
Campo y llegaban a ser sombras idénticas a otras. Ya no eran individuos. Él
tenía amo y su nombre era el perro Brodeck.
Brodeck escucha y transcribe los testimonios de los
aldeanos, y además su historia: Poupchette, una hija inesperada, que es la
alegría de su vida. La presencia ausente de Emélia y la fiel Fedorine. Al
terminarlo y entregárselo al alcalde, éste le recuerda su pasado después de
leer el informe. Sin embargo, gracias a la firme y rápida decisión de Brodeck,
el hombre que había vuelto de donde no se vuelve, tiene un final abierto a la
esperanza.
Philippe Claudel utiliza un lenguaje preciso y lleno de tensión a través del silencio de los secretos. Una historia singular cuya narrativa nos conduce, con una calidad fuera de toda duda, al descubrimiento de las luces y sombras, sobre todo sombras, del ser humano. Un libro conmovedor, de esos que no se olvidan.
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