jueves, 9 de noviembre de 2023

EL DESPISTE, Dori Torres

¿Como yo esperaba? No; nada fue como imaginé. Se trataba de una reunión de amigos en la terraza de un gran hotel. Llegué superarreglada: taconazos, melena lisa de peluquería, manicura... ¡Casi era otra! El aire templado y a intervalos el sonido del mar acudía a mí. ¡Es verdad!, tenía el ánimo por las nubes -diría que abocado a ráfagas de euforia- y en los ojos el brillo capaz de provocar al destino. A veces sucede así, sin motivos. Estuvimos bastantes horas hablando animadamente, hasta que uno de ellos empezó a realzar el progreso obtenido por su hijo con el idioma, después de haber pasado unos meses en Inglaterra. A su mirada insistente, añadí -¡metida en mi burbuja!- que el mío estaba muy avanzado en inglés, porque recibía clases de un caníbal tres día en semana. No quedó más que un silencio que remontó con unos improvisados brindis. Hay que señalar que yo seguía junto a ellos, situada fuera del asunto. Sin duda, tuve una sensación de alarma.

     Ya de regreso a casa, sentada en el bus -¡en modo pantera rosa atropellada!-, me dejé caer de espaldas. Latían en mi cabeza las aristas de los repentinos y sonoros brindis una y otra vez. Y de repente, ¡zas!, salté del asiento. «¡Un nativo, un nativo!», exclamé sin más. Gran parte de los ocupantes del bus me miraban, y la persona que estaba sentada a mi lado dijo

-         ¿Pero, un nativo de dónde, de qué?

Me volví a sentar con la mirada lejana. Entonces escuché a un joven decir:

-         ¡Qué pazote, tío, cualquiera diría que acaba de ver a un caníbal!

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