jueves, 26 de febrero de 2015

Gurugú, sueño y frontera (Crónica triste de un viaje a la otra orilla)

    El monte Gurugú es el punto más elevado del cabo de Tres Forcas, en la costa norte de Marruecos y conforma una península, en la que se halla también la ciudad autónoma  de Melilla,  formando parte a su vez de la Sierra de Nador . El Gurugú domina parte la ciudad de Melilla y fue escenario, a principios del siglo XX de encarnizados combates entre tropas españolas y los rebeldes rifeños de Abd el-Krim. Actualmente es el refugio de muchos inmigrantes venidos de regiones subsaharianas, que aguardan en sus laderas una oportunidad para entrar en Melilla.
El Gurugú se trata de un volcán extinto, que tiene una altitud de unos 890 metros y desde su cumbre, en la que se hallan las ruinas de un par de fuertes españoles, ofrece unas vistas espectaculares de la ciudad española de Melilla, Nador  y la gran albufera conocida como Mar Chica. En días claros, es posible divisar Argelia, las islas Chafarinas e incluso Sierra Nevada, en la otra orilla del Mediterráneo.
 Pues bien, la poderosa mole del Gurugú es todo un símbolo. De la acogida, como regazo materno, donde llegan numerosos migrantes africanos que se refugian en su bosque, esperando el salto a una vida mejor. Y de exclusión, pues sus faldas están llenas de fronteras; la más significativa y dolosa es la valla que bordea Melilla, que dotada de gran altura, malla antitrepa y concertinas, impide el paso a las personas inmigrantes. La visión de esta valla y la que está construyendo Marruecos, en su lado, conforman eso que dice Olga Rodríguez “ una ortografía para la exclusión”.
Con la idea de acercarnos a este símbolo de acogida y de exclusión y con el propósito de apoyar un observatorio que permita ver mejor lo que ocurre, el viernes 13 salimos de Málaga en dirección a Melilla Silvio Testa, Pedro Blasco, Mª José Martín y yo. Después de visitar a nuestro admirado Don Ramón Buxarrais en la residencia de ancianos, en la que vive, nos dirigimos a la frontera para pasar a Nador. En taxi llegamos pronto, pues solo dista 10 kilómetros. Fuimos directamente   a la Delegación de Migración de la diócesis de Tánger, donde reside el jesuita Esteban Velázquez, que es el responsable. Primeramente nos desglosó las actividades de la Delegación que en resumen son: acompañamiento en el sistema público de salud marroquí (Centro de salud, Centro de Diagnóstico y El Hospital Hassani), servicio de urgencias (24 horas), sensibilización en los lugares accesibles (enfermedades, higiene y  otros) y otras actividades de asistencia social y humanitaria. Seguidamente visitamos las instalaciones, particularmente el centro de formación Baraka. Aprovechamos, obviamente, para hablar del  pequeño proyecto que habíamos pensado y diseñado en Málaga. Se trataba de llevar a cabo   un observatorio de lo que ocurre en la zona para unificar y sistematizar la información de esa zona fronteriza. Es una idea compartida en la Plataforma de Solidaridad con los Inmigrantes de Málaga y otras entidades, como la Universidad   Loyola de Andalucía, asociaciones diversas que trabajan al pie de la frontera, e incluso la propia Unión Europea, que  lleva tiempo hablando de ello.
Nuestra idea no es crear nada nuevo, sino aunar voluntades y empezar algo modesto, de poco a más. Las palabras claves del proyecto son: son poner luz, derechos humanos y compartir. Y es que la información que llega es opaca, fraccionada e interesada (sobre todo la de TV y medios oficiales).
Pero el motivo de nuestro viaje no era solo hablar. Había que conocer de cerca, en lo posible, lo que pudieran dar de sí los dos días de la visita. El día 13, sábado, por la tarde pudimos subir, con Esteban, a una altura suficiente del Gurugú para divisar los campamentos de la zona de los “inmigrantes que van a la valla” y donde casi en su totalidad había varones: el campamento del grupo de Malí, el del grupo de cameruneses, el de los llegados Guinea Conakry, el de los de Costa de Marfil, el de senegaleses y gaboneses y el de nigerianos. Seis campamentos al que se suma otro de varias nacionalidades en Farjana. Pero solo encontramos a 11 jóvenes de color, que habían sobrevivido a la “caza” masiva que habían llevado a cabo la gendarmería y las fuerzas auxiliares marroquíes la primera semana de febrero, arrasando y quemando  los asentamientos. Un hecho denunciado por diversas organizaciones en el terreno, y en buena parte marroquíes, por haber saltado a la torera derechos y libertades que la propia ley marroquí defiende.
Por la noche Esteban subió a la otra zona más próxima a Nador,  donde están los campamentos de los que ”van a los barcos”: el de Bolingo (conformado por un grupo de francófonos y otro de anglófonos), el de Carrier (subdividido en cinco de diferentes nacionalidades), el del Viejo Jueves, el de Vacuia, el de Outia y el de Ali Charif. En estos campamentos hay mujeres y niños. En la zona del “Viejo Jueves” encontró una gran concentración, unas 400 personas, entre un gran movimiento de vehículos policiales. La policía se negó a informar a Esteban, que cuando bajó solo nos dijo que, con  la razzia  de los campamentos, los inmigrantes se habían quedado sin mantas y que eran imprescindibles con el frío. Así que  desde la mañana siguiente se iniciaron contactos para recaudar dinero con el que comprar prontamente las mantas. Yo hablé con la gente de CCP de Antequera que rápidamente dispusieron de 800 euros para enviar a la emergencia.
El domingo, día 15,  asistimos al entierro de tres jóvenes ahogados en el último naufragio de los que, en barca, querían acceder a Melilla. Esteban nos dice que el naufragio ocurrió hace una semana donde podrán haber fallecido ahogados 30 personas, de las que se han recuperado 11 cuerpos, tres de los cuales eran los que íbamos a enterrar.
Eran la una de la tarde y desde la mezquita tres ambulancias llevaban los tres cuerpos en una lenta comitiva, acompañada de numerosos hombres del barrio, hacia el cementerio musulmán. Los cuerpos venían envueltos en sábanas blancas y fueron llevados en camillas hasta los sitios asignados, donde numerosos vecinos y amigos se turnaban para amasar la tierra y ordenar correctamente los cadáveres según el rito musulmán. La imagen del poderoso Gurugú, que estaba ante nuestra vista y el grupo de hombres que procedía al enterramiento en aquel sobrio cementerio, traía a nuestros pensamientos cómo  la exclusión y las fronteras obligan a las personas migrantes a arriesgar más y más. Como el salto a la mar aquella noche de lluvia y grandes olas. No podían retroceder y había que avanzar, aunque las rocas rasgaran la barca. Y así sucedió, sucumbieron en ese gran cementerio en que se está convirtiendo el Mediterráneo.  Ellos ya no podrán engrosar el número de los 11.149 inmigrantes que llegaron a España en el último año y sí el de los 131 muertos o desaparecidos del mismo período.
Eran un sueño roto, y como no veremos dimitir a ningún ministro por una cuestión de pobres, lamimos nuestro dolor abrazados a los familiares y amigos de los fallecidos y en la encendida oración de aquellos sencillos hombres musulmanes del barrio, que lo enterraron.
“Quiero pues sepas, antes de seguir adelante, que estos no pecaron y aunque han ganado méritos en la vida no es suficiente” dice Virgilio a Dante a las puertas del Limbo, porque un laberinto de dificultades castiga a quienes llegan al filo de la frontera. Viven en una densa confusión entre el cielo y el infierno, pues llegados al pie de la valla de Ceuta o Melilla, retroceder es un fracaso y avanzar es un salto una temeridad. Viven efectivamente entre un cielo que no alcanzan y un infierno que les apremia. Son fortaleza y sueño.
Al regreso, mirando en la lejanía el Gurugú, y reviviendo las experiencias de estos días, recordábamos los versos de aquel tango “traían en sus ojos el reflejo de otros cielos”.
       

 Luis Pernía Ibáñez (ASPA)

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