El monte Gurugú es el punto más elevado del cabo de Tres Forcas, en la costa norte de Marruecos y conforma una península, en la que se
halla también la ciudad
autónoma de Melilla, formando parte a su vez de la Sierra de Nador . El Gurugú domina parte la ciudad de
Melilla y fue escenario, a principios del siglo XX
de encarnizados combates entre tropas españolas y los rebeldes rifeños de Abd el-Krim.
Actualmente es el refugio de muchos inmigrantes
venidos de regiones
subsaharianas, que aguardan en sus laderas una oportunidad para entrar en
Melilla.
El
Gurugú se trata de un volcán extinto, que tiene una altitud de unos 890 metros
y desde su cumbre, en la que se hallan las ruinas de un par de fuertes
españoles, ofrece unas vistas espectaculares de la ciudad española de Melilla, Nador y la gran albufera conocida como Mar Chica.
En días claros, es posible divisar Argelia,
las islas
Chafarinas e incluso Sierra Nevada, en la otra orilla del Mediterráneo.
Pues bien, la poderosa mole del Gurugú es
todo un símbolo. De la acogida, como regazo materno, donde llegan numerosos
migrantes africanos que se refugian en su bosque, esperando el salto a una vida
mejor. Y de exclusión, pues sus faldas están llenas de fronteras; la más
significativa y dolosa es la valla que bordea Melilla, que dotada de gran
altura, malla antitrepa y concertinas, impide el paso a las personas
inmigrantes. La visión de esta valla y la que está construyendo Marruecos, en
su lado, conforman eso que dice Olga Rodríguez “ una ortografía para la exclusión”.
Con
la idea de acercarnos a este símbolo de acogida y de exclusión y con el
propósito de apoyar un observatorio que permita ver mejor lo que ocurre, el
viernes 13 salimos de Málaga en dirección a Melilla Silvio Testa, Pedro Blasco,
Mª José Martín y yo. Después de visitar a nuestro admirado Don Ramón Buxarrais
en la residencia de ancianos, en la que vive, nos dirigimos a la frontera para
pasar a Nador. En taxi llegamos pronto, pues solo dista 10 kilómetros. Fuimos
directamente a la Delegación de
Migración de la diócesis de Tánger, donde reside el jesuita Esteban Velázquez,
que es el responsable. Primeramente nos desglosó las actividades de la
Delegación que en resumen son: acompañamiento en el sistema público de salud
marroquí (Centro de salud, Centro de Diagnóstico y El Hospital Hassani),
servicio de urgencias (24 horas), sensibilización en los lugares accesibles
(enfermedades, higiene y otros) y otras
actividades de asistencia social y humanitaria. Seguidamente visitamos las
instalaciones, particularmente el centro de formación Baraka. Aprovechamos,
obviamente, para hablar del pequeño
proyecto que habíamos pensado y diseñado en Málaga. Se trataba de llevar a
cabo un observatorio de lo que ocurre
en la zona para unificar y sistematizar la información de esa zona fronteriza.
Es una idea compartida en la Plataforma de Solidaridad con los Inmigrantes de
Málaga y otras entidades, como la Universidad
Loyola de Andalucía, asociaciones diversas que trabajan al pie de la
frontera, e incluso la propia Unión Europea, que lleva tiempo hablando de ello.
Nuestra
idea no es crear nada nuevo, sino aunar voluntades y empezar algo modesto, de
poco a más. Las palabras claves del proyecto son: son poner luz, derechos
humanos y compartir. Y es que la información que llega es opaca, fraccionada e
interesada (sobre todo la de TV y medios oficiales).
Pero
el motivo de nuestro viaje no era solo hablar. Había que conocer de cerca, en
lo posible, lo que pudieran dar de sí los dos días de la visita. El día 13,
sábado, por la tarde pudimos subir, con Esteban, a una altura suficiente del
Gurugú para divisar los campamentos de la zona de los “inmigrantes que van a la
valla” y donde casi en su totalidad había varones: el campamento del grupo de
Malí, el del grupo de cameruneses, el de los llegados Guinea Conakry, el de los
de Costa de Marfil, el de senegaleses y gaboneses y el de nigerianos. Seis
campamentos al que se suma otro de varias nacionalidades en Farjana. Pero solo
encontramos a 11 jóvenes de color, que habían sobrevivido a la “caza” masiva
que habían llevado a cabo la gendarmería y las fuerzas auxiliares marroquíes la
primera semana de febrero, arrasando y quemando los asentamientos. Un hecho denunciado por diversas organizaciones
en el terreno, y en buena parte marroquíes, por haber saltado a la torera
derechos y libertades que la propia ley marroquí defiende.
Por
la noche Esteban subió a la otra zona más próxima a Nador, donde están los campamentos de los que ”van
a los barcos”: el de Bolingo (conformado por un grupo de francófonos y otro de
anglófonos), el de Carrier (subdividido en cinco de diferentes nacionalidades),
el del Viejo Jueves, el de Vacuia, el de Outia y el de Ali Charif. En estos
campamentos hay mujeres y niños. En la zona del “Viejo Jueves” encontró una
gran concentración, unas 400 personas, entre un gran movimiento de vehículos
policiales. La policía se negó a informar a Esteban, que cuando bajó solo nos
dijo que, con la razzia de los campamentos, los inmigrantes se
habían quedado sin mantas y que eran imprescindibles con el frío. Así que desde la mañana siguiente se iniciaron
contactos para recaudar dinero con el que comprar prontamente las mantas. Yo
hablé con la gente de CCP de Antequera que rápidamente dispusieron de 800 euros
para enviar a la emergencia.
El
domingo, día 15, asistimos al entierro
de tres jóvenes ahogados en el último naufragio de los que, en barca, querían
acceder a Melilla. Esteban nos dice que el naufragio ocurrió hace una semana
donde podrán haber fallecido ahogados 30 personas, de las que se han recuperado
11 cuerpos, tres de los cuales eran los que íbamos a enterrar.
Eran
la una de la tarde y desde la mezquita tres ambulancias llevaban los tres
cuerpos en una lenta comitiva, acompañada de numerosos hombres del barrio, hacia
el cementerio musulmán. Los cuerpos venían envueltos en sábanas blancas y
fueron llevados en camillas hasta los sitios asignados, donde numerosos vecinos
y amigos se turnaban para amasar la tierra y ordenar correctamente los
cadáveres según el rito musulmán. La imagen del poderoso Gurugú, que estaba
ante nuestra vista y el grupo de hombres que procedía al enterramiento en aquel
sobrio cementerio, traía a nuestros pensamientos cómo la exclusión y las fronteras obligan a las personas migrantes a
arriesgar más y más. Como el salto a la mar aquella noche de lluvia y grandes
olas. No podían retroceder y había que avanzar, aunque las rocas rasgaran la
barca. Y así sucedió, sucumbieron en ese gran cementerio en que se está
convirtiendo el Mediterráneo. Ellos ya
no podrán engrosar el número de los 11.149 inmigrantes que llegaron a España en
el último año y sí el de los 131 muertos o desaparecidos del mismo período.
Eran
un sueño roto, y como no veremos dimitir a ningún ministro por una cuestión de
pobres, lamimos nuestro dolor abrazados a los familiares y amigos de los
fallecidos y en la encendida oración de aquellos sencillos hombres musulmanes
del barrio, que lo enterraron.
“Quiero
pues sepas, antes de seguir adelante, que estos no pecaron y aunque han ganado
méritos en la vida no es suficiente” dice Virgilio a Dante a las puertas del
Limbo, porque un laberinto de dificultades castiga a quienes llegan al filo de
la frontera. Viven en una densa confusión entre el cielo y el infierno, pues
llegados al pie de la valla de Ceuta o Melilla, retroceder es un fracaso y
avanzar es un salto una temeridad. Viven efectivamente entre un cielo que no
alcanzan y un infierno que les apremia. Son fortaleza y sueño.
Al
regreso, mirando en la lejanía el Gurugú, y reviviendo las experiencias de
estos días, recordábamos los versos de aquel tango “traían en sus ojos el
reflejo de otros cielos”.
Luis Pernía Ibáñez (ASPA)
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