El siglo XX fue muy duro con Polonia. La Segunda Guerra Mundial comenzó con la agresión alemana a su territorio. Lo que no suele recordarse tan habitualmente es que los soviéticos habían pactado con Hitler repartirse el territorio polaco y la invadieron a su vez por el este. Un par de años después, en 1941, Alemania invadió la Unión Soviética y acabó perdiendo la guerra. La URSS liberó Polonia, pero bien pronto sus habitantes constatarían que se enfrentaban más bien a una nueva conquista. Desde el principio se organizó una represión generalizada de los militantes en organizaciones políticas no comunistas, siendo el ejemplo más sangrante la realizada contra muchos de los miembros del ejército clandestino polaco que se había levantado contra los nazis en Varsovia. Aunque hubo elecciones libres (que perdieron los comunistas), pronto éstos se harían con el poder, con la ayuda de su control de la policía secreta y la presencia del Ejército Rojo. Bajo los auspicios de Stalin, se establecería un régimen de corte totalitario, en el que el Estado estaría presente en todos los aspectos de la vida del individuo, desde lo laboral (se intentó que todas las empresas fueran públicas) hasta el tiempo de ocio.
Ida transcurre en el año 1960, durante el gobierno de Wladyslaw Gomulka, un dirigente comunista que había conseguido cierta independencia respecto al control soviético del país. Bajo su gobierno se liberalizaron algo las costumbres, permitiéndose entre cosas la música jazz y rock, algo que se muestra en la película, aunque siempre con la limitación del respeto a la decencia en las costumbres. A pesar de ello, esto no evitó que la situación económica siguiera siendo desastrosa, con las consiguientes huelgas y la creación de organizaciones independientes, como el sindicato Solidaridad, ya en los años ochenta. Respecto a la situación religiosa, a principios de los años cincuenta, el primado Wyszynski había llegado a un entendimiento con las autoridades comunistas, para permitir que la iglesia católica siguiera desarrollando sus actividades sin sobresaltos. A cambio, debía reconocerse la legitimidad del Estado y recomendarse entre los creyentes la obediencia a las autoridades, un acuerdo que causó escándalo a no pocos cristianos.
En estas circunstancias, la película de Pawlidowski nos presenta a Anna, un personaje inocente, que lleva desde la más tierna infancia ingresada en un convento, donde ha asumido con toda naturalidad su naturaleza de novicia y todo lo que ello implica: obediencia, castidad y humildad. Antes de tomar los hábitos como monja, la superiora le recomienda que visite a su tía, el único familiar vivo que le queda. Conocerla va a suponer para Anna enfrentarse bruscamente a su pasado, que es el pasado de su país: su tía Wanda, que es una dura jueza comunista, le revela que en realidad es judía y que su verdadero nombre es Ida. Siendo niña, durante la ocupación nazi, su familia fue asesinada en circunstancias oscuras, por lo que emprenderá un viaje con Wanda para averiguar la verdad de aquellos hechos. A partir de aquí el film adquiere cierta condición de road movie. Las protagonistas se pasean por una Polonia rural y ciertamente sórdida, llena de personajes autodestructivos que parecen haber abandonado toda esperanza de alcanzar alguna vez ese estado difuso que llamamos felicidad. El comunismo es tan gris, tan en blanco y negro como la fotografía de Ida, un régimen que hacía algunas concesiones secundarias, pero en lo fundamental - economía planificada y represión de la disidencia - se mantenía incólume. El individuo no tiene importancia, si no se inserta en la idea de proletariado que el Estado dice proteger.
Así pues, la protagonista aprende más sobre la vida auténtica en tres días que en toda su vida anterior. Experimenta la vida auténtica, siempre desde la moderación de su condición religiosa y saca sus íntimas conclusiones. Además, es capaz de apreciar y querer a un ser de carácter totalmente opuesto al suyo: su tía Wanda, una mujer que ha tratado de exorcizar el pasado a través de la venganza y que ha acabado convertida en una burócrata alcohólica y absolutamente hastiada de la existencia. Ida es un retrato elegante y a la vez nada complaciente acerca del pasado inmediato de un país que todavía está recuperándose de la profunda cicatriz adquirida en el siglo pasado.
Muy buena película, muy justamente premiada. Entre la grisura de los paisajes de la gris Polonia comunista y los sórdidos crímenes del pasado reciente, la monjita adolescente resalta con impacto. Eso es la magia del cine.
ResponderEliminarKeith Lowe define la Europa del siglo XX como "el continente salvaje", y con ese título escribe un libro tras cuya lectura es muy comprensible caer en el pesimismo. Baste con decir que el autor se resiste a considerar aquel campo de batalla como obra humana. La película plasma acertadamente ese paisaje despojado y Miguel Ángel lo describe magistralmente.
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