Uno de los atributos que definen la potestad del Estado frente a la arbitrariedad del comportamiento de los ciudadanos es la capacidad de dictar leyes e impartir justicia. Por eso una de las principales preocupaciones de los países es llevar sus instituciones hasta los puntos más remotos de su territorio. Esta es la ocupación que desde hace décadas ejerce el juez Feng, recorrer con su pequeño tribunal los pueblos de un territorio montañoso de la provincia de Yunnan. El terreno es tan agreste que debe recorrerse a caballo. La llegada del Tribunal es esperada en estas poblaciones como un acontencimiento. Conflictos enquistados, muchos de ellos aparentemente absurdos, deben ser resueltos por el respetado juez, que en muchas ocasiones prefiere usar la equidad y el sentido común a la observancia estricta de la ley.
En este último viaje va a llevar a un joven recién licenciado, que va a sustituir a su auxiliar de toda la vida, una mujer procedente de uno de esos pueblos, a la que se le ofreció la oportunidad de mejorar de vida acompañando al juez Feng. Las nuevas leyes del Estado chino ya no permiten ejercer esas funciones a una persona sin estudios, por lo que ella va a tener que dar un doloroso paso atrás y volver a la existencia sin expectativas a la que estaba destinada por nacimiento. Mientras tanto, el joven Ah-Lou tiene unas ideas muy estrictas de lo que significa impartir justicia y reprueba algunas de las decisiones de Feng, que estima muy poco ajustadas a derecho. Mientras Feng es mucho más flexible, adaptando sus resoluciones a las costumbres locales, Ah-Lou prefiere apelar al derecho positivo, aunque pronto se va a dar cuenta de que en lugares como aquellos es mejor no ser tan riguroso en la observancia de la ley. A pesar de todo, para Deng lo más importante es lo simbólico de su posición, por eso la pérdida del símbolo nacional que preside sus juicios es una auténtica catástrofe.
El último viaje del juez Feng es una película deliciosa, que nos traslada a un mundo un tanto insólito, a unas tierras a las que apenas han llegado los avances tecnológicos de nuestro tiempo y en las que perviven usos y costumbres ancestrales, a pesar de que formen parte de un país que aspira a ser la primera potencia económica mundial. El ritmo de la vida es distinto, mucho más sosegado, lo cual se traslada al ritmo de un film que se recrea en los paisajes en los que Feng, acostumbrado a ellos, echa cabezaditas mientras los atraviesa. A pesar de su tono general distendido e incluso en tono de comedia en alguna escena, los personajes esconden tragedias internas que en algún momento de la trama van a condicionar su actuación. Aunque su guión sea un tanto disperso, este último apunte funciona muy bien en la lógica interna del argumento.
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