(
Intervención de la autora en el recital homenaje a las Sinsombrero)
María querida
en cierta ocasión alguien te preguntó acerca del perdón.
Tú recurriste a unas líneas de Machado: "¿Perdonar? No se me ha dado la facultad de hacerlo. Recuerdo aquella historia que aparece en "Los endemoniados" de Dostoievski: un joven ha atentado contra la inocencia de una niña y, como su culpa le persigue, acude a un pope en busca de perdón. "Yo no puede absolverte, buca al Cristo que pueda perdonarte". ¡Que busquen ellos su propio Cristo!", concluiste.
Y lo dijiste sin resquemores en el templado tono de tu voz. sin el tremolar de manos inseguras; sin el más leve movimiento ocular que pudiera delatar algo más detrás de esa cesión de poderes. Nada de eso, porque tú estabas segura de tu bien ganada exención en tal menester.
Tú, por encima de viejos dolores, de desgastados gritos de solidad, sosegados en la certera beldad de tu pluma.
Tú, que si alguna vez te sentiste de ningún lugar extraviada a la deriva de un navío sin rumbo, ya lo escribiste.
Tu, que si en el lúgubre silencio de una noche de arideces y desolaciones fuiste despertada por los clamores sangrantes de tu tierra lejana, añorada, perdida... ¡ya lo dejaste por escrito!
Tú, que si en algún momento de vacío y soledad deseaste volver a ser niña, joven, esposa, intelectual en tu tierra... pero no en la que tuviste que dejar, sino el otra fértil que anhelara, impaciente, germinar vuestras semillas, escrito está.
Tú, toda tú, una mescolanza de pasado y presente, de filosofía y poesía, de ser y de pensar, de individuo y vitalidad, de existencia y razón, de cotidianeidad e introspección, de catarsis de almas y dictaduras de carne, de versos y sabiduría de mujeres que sobreviven al exterminio, de hombres compañeros que respetan el espacio de la camarada: el sagrado y el humano.
Todo eso, tu poderosa espada ya lo dejó grabado en la ignífuga roca de la tan anhelada inquietud intelectual del ciudadano, del individuo sabedor de su pertenencia a un grupo social que ha de labrarse la noble empuñadura de su propia espada.
Escrito está para que nunca se olvide. Y que si se olvida, como a veces ocurre, al menos pueda ser rescatado.
Te despojaste del sombrero y cumpliste con creces tu parte.
La otra, la del perdón y otras beldades, hágase por quién corresponda
Sonia Alcaraz
8/5/2016
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