La gente corriente es un
filón, una cueva de Alí Babá que guarda el tesoro inestimable de las
historias anónimas de las que el
escritor se nutre, y además, mágica
palabra: ¡Gratis!
La
gente corriente, se sienta a tu lado en el tren, y es, por ejemplo, una vieja
con las piernas hinchadas que interrumpe tus sublimes instantes de comunión con
el paisaje que, según tú, se desliza
tras la ventana, y del que esperas inspiración, pues, últimamente, las musas te
han dado la espalda. La vieja te desgrana sus múltiples dolencias, sus agravios
no digeridos, sus abortos no deseados y los que “!ojalá hubiesen sucedido!”… y
ahí se calla… congelando su mirada y el rictus de amargura lo disfraza de
sonrisa de abuelita abnegada; cambia de
tercio, y pasa a contarte lo maravillosos que son sus nietos… Tú,( que para entonces ya has
desconectado), asientes con una falsa sonrisita de complicidad, y le dices,
suspirando de alivio, cuando se levanta con dificultad para bajarse en la
próxima estación:“!Cuídese, abuela!”, y le bajas la maleta, y te sientes la mar
de bien por haberla soportado sin que se te notara tu fastidio… Y se queda el
asiento de al lado vacío, mientras el tren comienza de nuevo a circular
lentamente y la viejecilla está en la estación, sola, con sus maletas y sus
bolsas de plástico repletas de dulces caseros hechos por ella misma, “como Dios
manda”, y que sus hijos tirarán a la basura, porque engordan, y sus nietos no
querrán comerse porque prefieren las chuches del quiosquero de su barrio….
Y de
pronto caes en la cuenta de que ahí, en las piernas varicosas de la vieja,
tienes un argumento, y en sus agravios
medio desvelados, tienes otro argumento, y en sus abortos no revelados,
y en sus hijos que llegan tarde para
recogerla, pero que llegarán, ella lo sabe, y por eso no se preocupa lo más
mínimo de su soledad rodeada de equipaje.
Esa escena de la vieja en la
estación, con sus plásticos y su maleta, ¿acaso no es un poema que te ha regalado esta poco agraciada musa
anónima, (ni siquiera sabes su nombre), que te dice adiós, casi seguro para
siempre, con sus manos abiertas, su
sonrisa pícara, y su rostro arrugado de hada vieja?
Sombra de dolor
La sombra del dolor voló en tu sueño
alejando la claridad del alba.
Las alas de la noche te asustaron,
el miedo escupió su baba en tu hoguera.
No llores: el solsticio de verano
le
robó, sí, de nuevo, a tu mañana,
un
poco de luz rosa, y tu ocaso
sangra
un poco menos entre las nubes
¿Acaso
no te habías dado cuenta
de Lo triste que estaba tu arcoíris
Y
que la lluvia ya no te mojaba?
Pero
ya acabó; levántate, anda,
abandona
el drama, y ahora, camina,
con
tu brasa de amor, viva en el pecho.
Me ha encantado como escribes Juana, para mi un gran descubrimiento! Enhorabuena y nos vemos en el club.
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