Contemplar hoy día una película como El gran carnaval y comprobar que sigue manteniendo la misma fuerza que cuando fue concebida resulta asombroso. Y no solo eso. Su mensaje está más vigente que nunca en esta era de la difusión viral de noticias banales, de acceso a grandes cantidades de información y a la vez a enormes cantidades de manipulación. El periodista Charles Tatum, grandiosamente interpretado por Kirk Douglas es un ejemplo claro de hombre ambicioso y hecho a sí mismo que pueblan la mitología estadounidense, alguien nacido para triunfar, aunque tenga que destrozar la vida de algunos de sus semejantes en su camino. Para él la profesión periodística no es informar al público de la verdad, sino tomar un suceso, exagerarlo hasta extremos inconcebibles y conspirar para que la noticia se alargue, intoxicando con su veneno a todos los que están alrededor de la misma.
Su presentación es antológica: llega a la redacción del periódico local de Albuquerque arrasando con su personalidad (atención a su forma de encender una cerilla) y consigue en pocos meses el puesto de redactor jefe. Pero se aburre. Tatum anhela que se produzca alguna catástrofe o algún crimen en la tranquila ciudad y ve su oportunidad en el accidente de un saqueador de antigüedades indias, que ha quedado atrapado en una mina. En vez de instar su rápido rescate, el periodista convence al sheriff para alargar el asunto y así hacer subir su popularidad. De esto último se encargará él, escribiendo unas crónicas épicas que empezarán a atraer a numeroso público, hasta hacer de este suceso anodino la noticia más importante del momento (hoy se diría trending topic). Hay que decir que este argumento se basa en un hecho real: en el año 1925 Floyd Collins, un guía turístico de Kentucky quedó atrapado en una gruta por una avalancha de rocas y el periodista William Burke - que acabó ganando el premio Pulitzer por aquello - lideró a los equipos de rescate durante dieciocho días, aunque parece ser que no manipuló a nadie para que la operación de salvamento se alargara.
De la intensidad del trabajo de Kirk Douglas (patente para cualquiera que vea la película), nos habla él mismo a través de su autobiografía, El hijo del trapero:
"En mi opinión, mi personaje de Ace in the hole era excesivamente brutal.
- Billy, ¿no te parece que debería hacerlo un poco más blando, algo más simpático, para volverlo comprensivo al público?
- Interprétalo con la mayor brutalidad posible. Desde el principio.
Le hice caso. En Ace in the hole hay una escena en la que cojo la pequeña estola de piel de Jan Sterling y se la retuerzo alrededor del cuello, indignado por lo mal que está tratando a su marido. En realidad, estoy furioso conmigo mismo porque yo lo trato peor, manteniéndolo en el fondo de un pozo sólo para conseguir un artículo. Antes de filmar la escena le dije:
- Jan, si aprieto demasiado, dímelo.
La estrangulaba mientras decía mi parlamento. De pronto la miré: estaba azul. Solté la estola. Jan cayó al suelo. La levanté, le di unas bofetadas, le alcancé agua.
- ¿Te sientes mal, Jan? - ella jadeaba -. Cielos, si estaba apretando demasiado, ¿por qué no me lo dijiste?
- No podía - refunfuñó - Me estabas asfixiando."
El gran carnaval fue un fracaso comercial en Estados Unidos, auspiciado por las críticas negativas, que veían en la película un insulto al pueblo american, respecto al cual consideraban que no podía ser objeto de tan burda manipulación. El tiempo ha dado la razón ampliamente a Billy Wilder. La gente común se traga lo que le echen, si está bien cocinado, aunque su sabor sea nauseabundo: guerras prefabricadas, idioteces de famosos o hechos tan banales como lo de la restauradora del Ecce Homo de Borja, que se convirtió por unas semanas en prácticamente la noticia del siglo, atrayendo al pequeño pueblo a numerosos visitantes, en una secuencia de hechos parecida a la que cuenta esta película, aunque, afortunadamente, sin consecuencias tan dramáticas. El propio Wilder, en sus memorias, Nadie es perfecto, escritas en colaboración con Helmuth Karasek, nos ofrece las claves de su obra:
"Es una película sobre el periodismo sensacionalista, seguro. Pero en mayor proporción todavía, es una película sobre el público que hace posible el periodismo sensacionalista. (...)
El gran carnaval (según Film noir de Alan Silver y Elisabeth Ward, "una de las películas más cruelmente cínicas que Hollywood ha producido jamás") es una obra en la que nada es como parece: el afán de ayudar resulta ser un egoísmo asesino; el interés, afán de sensación; la desconsideración periodística y la franqueza, manipulación. Todo lo que se manifiesta exteriormente va encaminado a ocultar lo que la gente quiere en realidad, ya se trate de políticos que aparentan prudencia y decisión, o de mujeres que tienen que fingir tristeza. Cuando el periodista se muestra finalmente tal y como es, la gente tiene todavía menos interés en saberlo: porque temen encontrarse también ellos desnudos y desprotegidos."
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