Por José L. Heredia Castilla
"La belleza es un estado de ánimo"
Émile Zola
• ORIGEN DE LA ESTÉTICA Y DEL ARTE
Mientras se puede considerar que algunos organismos son sensibles a los estímulos estéticos
de su propia especie y de lo que le incumbe de su entorno, el ser humano es sensible no solo a una
parcela propia y reducida sino que lo es a las cualidades estéticas de cualquier otra especie y de todo
lo existente. Parecemos hiperperceptores de cualidades estéticas.
De una forma general hay formas, colores, olores o sonidos -también tactos- que percibimos
y procesamos. Coexisten, en el conjunto de lo perceptible, fenómenos con cualidades generales y
neutras y otros que actúan como estímulos estéticos activos. Entre los primeros estarían por ejemplo
los astros cuyos aspectos ni han surgido ni han evolucionado para gustar, aunque lo hagan, y entre
los segundos está la cola del pavo real que sí evolucionó para ser decisiva en la elección de pareja
de las pavas y de paso a nosotros también nos puede gustar y dejarnos asombrados.
Si hacemos una prospección de las bases de lo estético sabemos que hay una modificación
en las características de los organismos debido a la sexualidad. En ese terreno los seres han
desarrollado una apariencia que atrae fuertemente y estimula la capacidad receptiva del otro de la
misma especie. En este sentido ya se ha mencionado el caso claro del pavo real y podemos
mencionar también aquí otros ejemplos como el de las flores con sus formas, texturas, colores y
olores o el propio atractivo de los cuerpos y los seductores comportamientos y formas de ser de
nuestra especie. Asimismo se pueden intuir otros factores que han podido servir de base a nuestra
formación estética, como la relación estrecha con el hábitat, lo relacionado con los afectos o lo
relativo a la alimentación.¹
Nos fijamos en algo y ello posibilita la experiencia estética. El objeto que nos atrae o que
apreciamos abarcaría tantos intereses y necesidades como tengamos, yendo desde lo que
simplemente llama algo nuestra atención hasta lo que pertenece a una esfera vital. Realmente somos
unos seres capaces de apreciar la estética de todo lo que nos rodea, contemplando tanto lo que tiene
alguna intención de gustar como lo que se muestra indiferente. Y entre lo que nos puede gustar y
disgustar está lo originado por la naturaleza sin intervención humana o lo que tiene participación de
esta última. Sorprende comprobar cuánto hay tocado por la mano humana en nuestras vidas. Y
tocado por la mano humana quiere decir en muchísimos casos «diseñado» o hecho para ser práctico
y gustar.
Así podemos deducir que lo que tuvo su inicio siendo parte de aspectos biológicos básicos
amplió su campo de influencia multiplicando los objetos capaces de seducirnos debido a nuestra
inteligencia y sensibilidad en tanto crecía nuestra faceta cultural como especie, habiendo tenido
esto su origen en algún «momento evolutivo» de la prehistoria y desarrollándose hasta la actualidad.
Este fenómeno conlleva, además de la apreciación y valoración de múltiples y disimiles cosas, la
selección y creación de elementos con contenido estético dotados de cualidades visuales, táctiles,
relacionadas con el gusto, los olores y los sonidos; y con posibilidades narrativas, expresivas, etc.
Todo lo cual llevaría implícito el nacimiento del arte cuando de entre las artes generadas y de entre
sus obras se contemplaran y se tuvieran a algunas de ellas (obras y artes) como poseedoras de
valores especiales.
• UNA CONDICIÓN PARA LA APRECIACIÓN ESTÉTICA ES NUESTRO ESTADO DE ÁNIMO
Generalmente con un buen estado de ánimo se perciben con gusto los rasgos definitorios de
las cosas. Posibilitando un modo de ver que puede estar en la linea de lo observado por Marco
Aurelio, que tiene en cuenta la complementariedad de los aspectos de la realidad en su conjunto:
El pan al cocerse se agrieta en ciertas partes. Pues bien, esas grietas se forman de tal modo que nada tiene
que ver con el arte del panadero, pero en cierto sentido son un gran acierto y sobre todo estimulan en gran
manera el deseo del alimento. Del mismo modo los higos, cuando están muy maduros, se abren. Por otra
parte, contemplamos las aceitunas que han alcanzado la madurez total: precisamente ese aspecto tan cercano
a la podredumbre añade al fruto una belleza especial. También las espigas cuando se inclinan hacia la tierra;
la fiera expresión de los leones; la espuma que fluye de la boca de los jabalíes e innumerables ejemplos que,
si se consideran en sí mismos, están muy alejados de la belleza, pero que en cualquier caso, por el hecho de
perseguir un orden natural, añaden a este adorno y deleite. Sucede, pues, que si alguien tiene sensibilidad e
inteligencia suficientemente profunda para captar lo que sucede en el conjunto, casi nada le parecerá, incluso
entre las cosas que acontecen por efectos secundarios, no comportar algún encanto singular.²
Continuando con el repaso iniciado podríamos señalar que un estado de ánimo predominantemente
eufórico (manía en su versión patológica) nos dará una visión distorsionada en la que el ego tiene
una prevalencia exagerada; asimismo un estado triste (depresivo en su grado patológico) aportará
una visión apagada y desmotivada. En esos estados depresivos los rasgos definitorios de las cosas
parecen rehuirnos y no se alcanza satisfacción en la mirada.³ Los estados de ánimo, parece pues,
condicionan nuestra vivencia de nosotros mismos y de lo que nos circunda siendo decisivos para
nuestras impresiones estéticas.
Ilustraremos con dos ejemplos literarios extraídos de Anna Karenina, la novela de León
Tolstoi, cómo actúan dos estados de ánimo contrapuestos a este respecto. En ellos el autor nos
muestra lo que están viviendo y viendo sus personajes en sintonía con sus estados anímicos. En
primer lugar Vronski, el enamorado de Anna Karenina, disfruta del siguiente momento de dicha de
este modo:
«¡Estoy contento, contento!», se dijo. Ya antes había experimentado esa misma sensación de complacencia
física en su propio cuerpo, pero nunca se había sentido tan contento de sí mismo y de su cuerpo como ahora.
Le agradaba notar el ligero dolor en la membruda pierna, le agradaba la sensación de movimiento muscular
en el pecho cuando respiraba. Ese día de agosto, claro y frío, que tan desalentada había dejado a Anna, le
parecía a él sobremanera estimulante, refrescándole la cara y el cuello que aún le escocían por las abluciones
en agua fría. El aroma de brillantina en su bigote le parecía especialmente agradable en ese aire fresco. Todo
cuanto veía por la ventanilla del coche, todo en ese aire puro y frío a la luz pálida del ocaso, estaba tan
fresco, alegre y lozano como él mismo: los tejados brillantes bajo los rayos del sol poniente, las lineas
precisas de las verjas y esquinas de los edificios, las figuras de los transeúntes y los coches que pasaban de
vez en cuando, el verdor inerte de los árboles y la hierba, los campos plantados de patatas en surcos
paralelos, las sombras oblicuas que proyectaban casas, árboles y arbustos, y hasta las hileras de patatas…
todo era bonito, como un lindo paisaje recién pintado y barnizado.⁴
Y tenemos en cambio a Anna -más avanzado el libro- desdichada, con una aversión
generalizada, en los momentos que anteceden al trágico desenlace de su historia:
Tocó la campana de la estación y cruzaron deprisa varios jóvenes feos e insolentes y, sin embargo,
conscientes de la impresión que estaban causando; seguidamente Piotr [criado y cochero], en su librea y
polainas, con su cara estúpida y animalesca, pasó también por la sala de espera y se acercó a ella para
acompañarla al tren. Los jóvenes vociferantes callaron cuando Anna pasó junto a ellos en el andén, y uno de
ellos dijo algo al oído de otro acerca de ella, alguna grosería, por supuesto. Subió al alto estribo del vagón y
se instaló en un compartimento vacío, en un asiento sucio que en tiempos había sido blanco. Su valija rebotó
en los muelles y luego quedó quieta. Con una sonrisa boba Piotr se quitó el sombrero galonado junto a la
ventanilla para despedirse de ella; un revisor insolente cerró de golpe la portezuela y dio vuelta al picaporte.
Una mujer fea, con polisón (Anna se lo quitó mentalmente y quedó asombrada de su monstruosidad), y una
muchachita que reía con afectación pasaron junto a la ventanilla. -Katerina Andreyevna lo tiene. Lo tiene
todo, ma tante- gritó la pequeña. «Es todavía una niña y ya está también mentalmente tullida y llena de
posturitas», pensó Anna. Deseosa de no ver a nadie, se levantó apresurada y fue a sentarse en el extremo
opuesto del vacío compartimento. Un campesino pringoso y deforme, con un gorro por debajo del cual salía
una pelambre enmarañada, pasó junto a la ventanilla, encorvándose sobre las ruedas del vagón. «Hay algo
que me es conocido en ese horrible campesino», se dijo Anna.⁵
Tolstoi, escogiendo una forma en el relato que reflejara claramente los estados de ánimo de
sus personajes, se alía con ellos y nos transmite sus sensaciones, impresiones y sentimientos en una
amalgama junto al entorno. Ambos personajes están bajo las condiciones de sus respectivos estados
de ánimo. Vronski está en disposición de ánimo para apreciar la belleza que le circunda y su mirada
alegre la encuentra prácticamente en todo. La alegría, que es también la del paisaje se caracteriza
por hallar belleza. Mientras que Anna está en una disposición contraria y ve fealdad, y su mirada la
encuentra también en casi todo. La desdicha que se funde y confunde con esa estación y ese vagón
de tren desvela insistentemente fealdad(6)
- CONCLUSIÓN
Para terminar, se ha dicho aquí entre otras cosas, que coexisten estímulos estéticos activos
junto a cualidades neutras, que el origen de la estética estaría en nuestra biología, que la evolución
de la inteligencia (y la sensibilidad) habría ampliado nuestro bagaje estético propiciando con ello el
crecimiento de la incipiente cultura y el nacimiento del arte (entendido ampliamente) y que el
estado de ánimo influiría de forma decisiva en nuestras apreciaciones estéticas, habiendo realizado
un acercamiento a la comprensión de todo esto.
Notas:
1- «Otras adaptaciones del cerebro [aparte de las relacionadas con el sexo], como las que ayudan a un animal a
encontrar alimento, a evitar que se lo coman o a reconocer la diferencia entre su madre y su padre, pueden tener
consecuencias imprevistas pero relevantes en su definición de la belleza.» (Michael J. Ryan. «El gusto por la belleza.
Biología de la atraccción» Ed.: Antoni Bosch editor, 2018, pág.: 16)
2- Marco Aurelio. Meditaciones, III, 2. Citado en «Historia de la Fealdad», Umberto Eco. Pág.: 33.
2- Marco Aurelio. Meditaciones, III, 2. Citado en «Historia de la Fealdad», Umberto Eco. Pág.: 33.
3- A este respecto Richard J. Davidson en su libro «El perfil emocional de tu cerebro» informa de un estudio sobre la
base cerebral de las emociones en el que comprobó que las personas con depresión tenían una baja actividad de la
corteza visual. (Schaffer, C.E., Davidson, R.J. y Saron, C., «Frontal and Parietal Electroencephalogram Asymmetry in
Depressed and Nondepressed Subjects», Biological Psychiatry, 18 (1983), págs. 753-762.)
4- Anna Karenina. León Tolstoi. Págs.: 408 -409 Ed.: Alianza Editorial, S.A., Madrid. Traducción: Juan López-Morillas.
5- Anna Karenina. León Tolstoi. Págs.: 961-962 Ed.: Alianza Editorial, S.A., Madrid. Traducción: Juan López-Morillas.
6- «No hay una linea divisoria neta entre las emociones y el resto de procesos mentales. Los límites entre unas y otros
se difuminan. En consecuencia, prácticamente todas las regiones cerebrales desempeñan un papel en las emociones o se
hallan a su vez afectadas por ellas, algo que ocurre incluso en el caso de la corteza visual y de la corteza auditiva.
Estos hechos sobre la organización neural de las emociones tienen importantes consecuencias para entender por qué
nuestras percepciones y pensamientos se alteran con las emociones.» (Richard J. Davidson. «El perfil emocional de tu
cerebro» pág.: 110. Ediciones Destino, S. A. 2012. Libro electrónico).
José Luis Heredia Castilla
Málaga 6 de abril de 2019
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