Que los españoles no hemos superado del todo las heridas que dejó nuestra Guerra Civil es un hecho suficientemente constatado, que se corroboró el viernes pasado en el apasionado debate que suscitó un libro de lectura tan dura como Antonio B. el ruso, ciudadano de tercera. La historia de su concepción es bastante conocida: un amigo del escritor le comentó un día que conocía a alguien cuya vida era merecedora de ser narrada en forma escrita. Así es como Pinilla conoció a Antonio Bayo y conoció de primera mano su increible existencia, llena de sinsabores como víctima involuntaria de un sistema dictadorial (aunque él durante buena parte de su vida no tuviera muy claro quien era Franco) que impedía el acceso a un mínimo bienestar y dignidad a ciertas clases sociales. La primera versión del libro, de 1977, recién fallecido el dictador, ocultaba muchos detalles de la trama e incluso cambiaba el apodo del protagonista, con tal de no ser reconocido. Treinta años después, Pinilla publicaba una nueva versión, toalmente revisada. Pero dejemos que sea el propio autor el que defina a su personaje, en una entrevista publicada por el diario El País.
"Es producto de su época, conjuntamente de un lugar tremendo, donde tuvo
la desgracia de nacer. Cuento una anécdota para que se vea qué lugar era
ése, qué remota aldea dentro de esa España cutre y miserable. En cierta
ocasión, corría el año 1944, en pleno franquismo, al gobernador de
turno se le ocurrió hacer un viaje, digamos una especie de "safari" para
ver cómo eran "sus" tierras. Fue hasta la Cabrera Baja. Llega con jeeps
y con la Guardia Civil, aparcan en la aldea, y lo primero que hacen los
habitantes del pueblo es acercarse con miedo a los vehículos para
llevarles brazadas de hierba y de paja y depositarlos ante los morros de
los jeeps. Aquella gente no solamente era pobre, es que no sabía nada del mundo, es que no había visto un coche en su vida."
Y es que Antonio Bayo lo tuvo todo en contra desde el mismo instante de su nacimiento. Su madre, una emigrante en América, tuvo que volver a su pueblo por asuntos familiares, pero su marido quedó allí, con lo cual se consumó una separación que condenó para siempre a la mujer a ser una madre soltera, todo un estigma social en aquel tiempo. La Baña, situado en la provincia de León, era un lugar remoto, comparable a Las Hurdes que retrató Luis Buñuel en su famoso documental. Los menos favorecidos por el destino, los que carecían de un trozo de tierra o un pequeño negocio pasaban hambre y todo tipo de necesidades. Y entre todos ellos Antonio parecía ser el más desgraciado, puesto que, además, parecía estar tocado por una eterna mala suerte. Bayo jamás se resignó a pasar hambre y la única industria para la que parecía estar bien dotado era la del robo. Cuando intentó trabajar, de pastor o de pequeño agricultor, su salario era tan escaso que el hambre seguía siendo prácticamente la misma. Así pues, se convirtió en el bandido más famoso de la zona, al que se atribuían todos los robos y todas las desgracias.
No es difícil concluir que esta carrera le llevó más de una vez de cabeza al cuartelillo de la Guardia Civil, donde le hacían confesar sus robos (y de paso los de otros) a base de durísimas sesiones de tortura cada vez más bárbaras. En muchos cuarteles rurales de la España de Franco, colgaba un vergajo de las paredes junto al retrato del Caudillo. Y no era por mero adorno. En más de una ocasión el protagonista estuvo a punto de morir a manos de estos verdugos institucionalizados. Cuando todo terminaba, era para caer a manos de jueces aún más corruptos y fascistas.
Uno de los grandes pilares que sostenía al Régimen era, como es bien conocido, la Iglesia. Muchos sacerdotes del medio rural se pegaban una buena vida mientras a su alrededor sus feligreses se morían de hambre. El de La Baña, además, aprovechaba su posición para acostarse con alguna mujer, como la madre del protagonista, que no tenía más remedio que hacerlo para comer. Además, las explicaciones del cura respecto al mal reparto de bienes en el mundo, no tienen desperdicio:
"Basilia, no empeores el concepto que tengo de ti, aunque sabes que siempre te perdono en el confesionario. ¿Qué tienes que hacer de puta para dar de comer a tu prole? ¿Y qué? ¡Así es la vida, mujer! Siempre ha habido putas en el mundo. Dios reparte la suerte y los bienes en esta tierra y todos debemos conformarnos. Pero si Dios te perdona en el confesionario, yo no te perdono en este comedor. Con un poco más de resignación no necesitarías ser puta. Dios no mata de hambre a personas, sino sólo a pueblos enteros, cuando les envía una plaga por sus pecados. Sí, Basilia, eres una mujer pecadora, porque en la vida siempre se encuentran agarraderos antes de meterse puta. Cualquier día te cierro el confesionario para que te condenes con tu hijo. ¿Sabes cuál es tu mayor pecado, por encima del de puta? ¡Este hijo tuyo! A fin de cuentas, el ser puta sólo es malo para ti, pero este vándalo profana los sacramentos del Señor y roba la fruta de sus ministros, y pesca truchas en tiempo de veda, y quién sabe cuántas tropelías más cometerá diariamente."
Tampoco lo tiene el diálogo que Antonio sostiene con el capellán de uno de los presidios a los que va a parar:
"—No me entiendes, hijo. Los hombres no han podido crear nada porque aparecieron cuando ya estaba todo creado. Los hombres somos imágenes de Dios. Nos pide que obremos el bien para poder llevarnos al cielo. Pero si obramos el mal, Él, con sumo dolor, contempla nuestro pecado y nos manda al infierno. Por ello, los hombres de este patio tenéis más necesidad que otros de suplicar la ayuda de Dios, para que baje a vosotros y os lleve por el buen camino hacia la salvación.
"—Si yo voy por el buen camino, don Celedonio, me muero de hambre.
—Es que, Antonio, es más fácil ser malo que bueno. El camino del bien está lleno de espinas. Por otro lado, acaso lo que tú llamas hambre deba llamarse ayuno. Los santos ayunaban hasta quedarse transparentes.
—Pues si lo que yo he pasado se llamaba ayunar, soy más santo que san Patricio, el patrón de mi pueblo.
—Por desgracia, ese ayuno no te ha servido de nada, por no habérselo ofrecido a Dios. Hazlo así en el futuro y ya verás como te ganas un puesto de privilegio a la vera de Dios Padre.
—No me importaría tener un puesto más sencillo en el cielo, a cambio de ayunar menos.
—¡Ay, Antonio, qué débil es tu fe!
—La que es débil, don Celedonio, es mi tripa, que me pide pan todos los días y así no hay santo que ayune."
La retratada por Ramiro Pinilla es una España tan veraz como repleta de mala leche, en la que las desigualdades se explican como la voluntad de Dios. Si nadie mueve un dedo por parte del Estado para remediarlas (más que por algunas campañas de caridad gestionadas por la Iglesia), tampoco la sociedad hace mucho por sus iguales más desfavorecidos. Ejemplo de ello es la actitud de absoluta indiferencia por parte de los habitantes de La Baña frente a una madre que literalmente se muere de hambre y miseria junto a sus hijos pequeños.
Quizá el mayor pero que se le pueda poner a esta obra es su gran extensión. Durante toda su primera mitad, el lector asiste a una historia que se repite una y mil veces: Antonio roba, Antonio es capturado y apalizado por la Guardia Civil, para ser puesto a disposición de un juez que le impone una pena leve a cambio de algún bien material (robado, por supuesto)... Hasta que las cosas se tuercen aún más y acaba en un penal donde, al menos, tiene asegurada la comida todos los días. Pero lo peor va a llegar, por una serie de avatares, con su paso por el manicomio, un auténtico infierno mucho peor que cualquier cárcel.
Bien es cierto que el punto de vista adoptado por el relato es el del propio Antonio Bayo, que sale retratado como un ser inocente y muy ingenuo, aunque también hay destellos de cierta brutalidad en muchas de sus actuaciones, por lo que habría que poner muchos matices a esa inocencia primigenia. Nos quedamos con las conclusiones del propio personaje cuando repasa su existencia:
"—Si madre tuviera una berza al día para el puchero, yo sería como uno de vosotros. ¿Te das cuenta, Raúl? Esa berza tiene la culpa de que yo sea un ladrón. Y como tú tienes esa berza y algo más, pues nunca serás un desgraciado como yo."
Quizá se ha puesto demasiado énfasis en las cuestiones políticas que tienen que ver con el atraso del pueblo donde al pobre ruso le toca sufrir su destino, pero por encima de todo llama la atención la brutalidad, insolidaridad e inhumanidad en general de un pueblo perdido en los montes. Un pueblo que, además, no parece tan pobre, pues hay ganado, llueve bastante y la tierra rinde lo suficiente, y donde el hambre, por tanto, es obra más de los hombres que de la naturaleza, y probablemente tampoco tiene mucho que ver con la política.
ResponderEliminarCreo que también quedó un poco en el tintero el autor y su gran capacidad para mostrar sentimientos. Más que hablar del personaje,al fin de cuentas es una novela,tiene la habilidad de los grandes narradores: lo muestra para que el lector lo conozca por si mismo.
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